Analizando Históricamente el Ministerio del Tiempo: Capítulo 9 – Tiempo de Leyenda

¡¡Ya estamos aquí de nuevo con los análisis históricos del Ministerio del Tiempo!! Y no sabéis la alegría que nos da, porque esta nueva – y ansiada – temporada viene repletita de anécdotas históricas que queremos compartir y comentar con vosotros. De modo que, sin más dilación, vamos a meternos en fanena, que hay mucha tela que cortar.

En este primer capítulo de la segunda temporada hay un claro protagonista, el Cid, sin embargo, otros personajes históricos como Ambrosio Spínola o  Menédez Pidal han hecho su aparición y a todos ellos debemos mención. ¿Comenzamos?

El Cid: ¿Leyenda o realidad?

Por Miguel Ángel Muncio Castro y Laia San José Beltrán

El Cid «real»

Estatua del Cid en la ciudad de Burgos.

Los orígenes

Se ha establecido que Rodrigo Díaz de Vivar, más comúnmente conocido como “El Cid”, naciera en Vivar del Cid, a 10 km de Burgos, una ubicación señalada perfectamente en el Cantar de Mío Cid. Respecto al año de su nacimiento se especula que pudo ser entre 1045 y 1050.

Sus orígenes no debieron ser precisamente humildes, ya que siendo muy joven aún, en 1058, entra a servir en la Corte del rey Fernando I como doncel o paje del príncipe Sancho. Su genealogía no está excesivamente clara, pero parece probado que descendía por línea materna –y es probable que por vía paterna también– de los magnates (alta nobleza) de León; contrastando esto con la versión dada en el Cantar, en la que se presenta al caballero como de baja cuna pero como cristiano viejo, llegando adonde llegó por la fuerza de las armas y su tesón.

Su vida y gestas

Como decíamos, Rodrigo estuvo asociado desde muy joven al futuro rey Sancho II de Castilla. Cuando éste accedió al trono, lo ayudó a enfrentarse a sus hermanos Alfonso VI de León y García de Galicia, partido el reino tras la muerte del padre de los tres. Tal era su arrojo que es posible que en estas contiendas ganara el sobrenombre de “Campeador”, esto es, diestro en la batalla. Su éxito le llevó a capturar a Alfonso VI en batalla entregándolo a Sancho, un acto que convertía a este automáticamente en rey de Castilla, León y también de Galicia.

Convertido Sancho en rey de León, algunos magnates se hicieron fuertes contra él en Zamora, al amparo de doña Urraca. Con la ayuda del Cid el rey sitió la ciudad, pero fue asesinado por el célebre Bellido Dolfos. Las crónicas cuentan que, tras el asesinato, el Cid, extrañado por la apresurada huida pero sin saber lo que acababa de hacer, persiguió a Dolfos mientras huía hacia las murallas de Zamora y las cruzaba por un portillo. En el siglo XX se descubrió dicho portillo en el lienzo noroeste del Castillo de Zamora, que se denominó como «Portillo de la Traición». En 2009, el ayuntamiento de Zamora cambió su nombre por «Portillo de la Lealtad», invirtiendo el punto de vista castellano a uno leonés en la interpretación de la leyenda de Vellido Dolfos. Muerto Sancho, Alfonso VI heredó León y Castilla, y el Cid pasó a su servicio con muy buenas relaciones al principio que se fueron desgastando posteriormente por episodios que no compete desgranar aquí, ¡Quizá sí en una cápsula!

Como sabemos, Rodrigo fue desterrado y se dedicó a buscar un nuevo magnate al que servir. El afortunado fue el rey de la taifa de Zaragoza, al-Muqtadir, que falleció poco después por enfermedad. Rodrigo sirvió a su sucesor, al-Mutamán, cuando éste se alzó en el gobierno de Zaragoza en 1081, y se mantuvo en este lugar hasta que los almorávides intervinieron en la Península y obligaron al rey de Zaragoza a prescindir del Cid por ser un cristiano al frente del ejército musulmán.

Rodrigo se congració con Alfonso VI debido a que éste estaba necesitado de caudillos valiosos para enfrentar el nuevo poder musulmán que acosaba los reinos cristianos.

En 1088 hubo un segundo desencuentro entre el rey leonés y el Cid cuando el primero le requirió para socorrer la fortaleza de Aledo (Murcia), acosada por los almorávides. El Cid no acudió, bien por un problema logístico o porque no quiso encontrarse con el rey, y fue de nuevo castigado severamente, confiscándosele sus bienes y desterrándolo. Es aquí cuando se inició la aventura valenciana a cuenta del Cid como caudillo independiente, y no ya en nombre de nadie.

Rodrigo fue inhumado en la catedral de Valencia, por lo que no fue voluntad del Campeador ser enterrado en el monasterio de San Pedro de Cardeña, adonde fueron llevados sus restos tras el desalojo cristiano de la capital levantina en 1102. En 1808, durante la Guerra de la Independencia, los soldados franceses profanaron su tumba, pero al año siguiente el general Paul Thiébault ordenó depositar sus restos en un mausoleo en el paseo del Espolón, a orillas del río Arlanzón. En 1826 fueron trasladados nuevamente a Cardeña, pero tras la desamortización, en 1842, fueron llevados a la capilla de la Casa Consistorial de Burgos. Finalmente, desde 1921 reposan junto con los de su esposa Doña Jimena en el crucero de la Catedral de Burgos, ¡Y esperamos que así siga siendo!

 

El Cid «de leyenda»

El Cantar del Mío Cid

Primer folio del manuscrito del Cantar de mio Cid conservado en la Biblioteca Nacional de España – Wikimedia Commons

Si hoy pudiésemos viajar en el tiempo, como el Ministerio, y encontrarnos con don Rodrigo, probablemente éste se reiría de nosotros si le dijésemos todo lo que trascendido su figura hasta el día de hoy… ¡¡si hasta en los colegios se lee su vida, obra y milagros!! Eso sí, de aquella manera. Porque, en realidad, lo que nos ha llegado de este personaje a través del documento más importante que tenemos sobre su vida es, en buena parte, inventado. O, si más no, adornado. Por supuesto, hablamos del archiconocido «Cantar del Mío Cid».

Su título se debe a que, en su día, fue concebido como la letra de una canción, más que como el poema que actualmente conocemos. ¿Sabemos cómo era? Lamentablemente no.

Como tantas y tantas gestas que nos han llegado, al principio el Cantar del Mío Cid se transmitió de forma oral, hasta que, tiempo después, fue puesto por escrito. Y les debió llevar su tiempo, ya que consta ni más ni menos que de 75 páginas que custodia como oro en paño la Biblioteca Nacional. No obstante, lo que nos llegó estaba incompleto y no fue si no gracias a otro de esos personajes que han aparecido en este primer capítulo, el medievalista Menéndez Pidal, que hoy en día lo conservamos reconstruido. A la pregunta «¿quién escribió el Cantar del Mío Cid?» no tenemos respuesta; las hipótesis van pasando desde Per Abbat, un copista, una obra coral con diversos autores o, incluso, un musulmán. Y si no tenemos claro el quién, tampoco tenemos claro el cuándo, aunque se cree que debió ser alrededor del año 1200, esto es, un siglo aproximadamente después de la muerte de su protagonista.

Sea como fuere, el Cantar del mío Cid es un cantar de gesta que relata – libremente – las hazañas que llevó a cabo durante sus últimos años de vida don Rodrigo Díaz de Vivar y podemos considerarlo como la primera obra narrativa extensa de la literatura española en lengua romance.

 

La (no) Jura de Santa Gadea

Sergio Peris Mencheta como el Cid en el Ministerio del Tiempo vía www.laguiago.com

Uno de los episodios más reseñables o más conocidos de la Reconquista es el protagonizado por el Cid y el rey Alfonso VI en la Jura de Santa Gadea, episodio que muchos recordarán por ser representado en la película de «El Cid» de los años 60, interpretada por Charlton Heston en el papel del Cid y Sofía Loren en el de doña Jimena, pero hablaremos de eso en un momento.

La Jura de Santa Gadea es una leyenda medieval transmitida en el Romance de la Jura de Santa Gadea en el que se narra el juramento que supuestamente debió realizar, obligado por el Cid, el rey Alfonso VI de León a finales del año 1072 en la iglesia de Santa Gadea de Burgos para demostrar así que él no había participado ni perpetrado el asesinato de Sancho II de Castilla, su hermano. El asesinato tuvo lugar frente a la muralla de la ciudad de Zamora, que pertenecía a la también hermana de ambos, Urraca de Zamora.

¿Y quién era Alfonso VI? Apodado el Bravo, nación en el año 1047 y murió en el año 1109, habiendo sido rey de León, de Galicia y de Castilla. Durante su reinado se produjeron hechos tan importantes para la Reconquista como la Toma de Toledo a los musulmanes en el año 1085 o las Batallas de Sagrajas y Uclés. Además, fue el rey que, probablemente, más relación tuvo con el Cid, y aunque al leyenda nos haya dejado entrever una relación de lo más turbulenta, lo cierto es que no debió suceder de tal manera.

Y es que la Jura de Santa Gadea es, según los historiadores, un mito que jamás de produjo. Un mito creado a mediados del siglo XIII aproximadamente, tras la unión definitiva de los reinos de Castilla y de León en la figura del monarca Fernando III, el Santo. La realidad, y lo más probable, es que no hubiese jura y no hubiese habido ninguna enemistad entre Alfonso VI y el Cid y, por ende, no hubo expulsión ni destierro, sino que el monarca y el héroe de la Reconquista gozaron de buenas relaciones, cosa que evidenciarían los privilegios que se le otorgaron, que fuese delegado del propio monarca en diversos asuntos y que se le concediese en matrimonio la mano de Doña Jimena, sobrina de Alfonso VI.

¿Qué sentido tenía, pues, inventar esta historia? Obligando al rey a jurar en público el Cid, un hombre del pueblo llano, se convertía así en el representante de los derechos de todos los castellanos que, al parecer, no sentían demasiada simpatía por Alfonso VI. El Cid se convertía en el defensor de la verdad, de la justicia y del bien común y se gestaba así la Leyenda del Cid.

El Cid de «Hollywood»

Cartel de la película de 1961, El Cid.

Tal y como hemos podido ver el episodio 1 de esta segunda temporada, el Cid fue interpretado – ni más ni menos – que por el famosísimo actor de Hollywood Charlton Heston. Sí, sí, como leéis, no se lo han inventado en la serie.

La idea de una película sobre la vida de este personaje comenzó a tomar forma durante los años 50 del siglo XX, cuando se inició la escritura del primer guión contando como asesor con Gonzalo Menéndez Pidal, hijo del medievalista antes mencionado, Ramón Menéndez Pidal. No obstante, la idea no llegó a buen puerto y el proyecto se abandonó hasta el año 1960, cuando se pensó en Heston como protagonista para la película y con una impresionante Sofía Loren en el papel de doña Jimena. Sin embargo, ¿sabíais que el director del film, Anthony Mann, quiso que este papel fuese interpretado por su mujer? Os hablamos de una jovencísima Sara Montiel. Esta vez el rodaje prosperó y se grabó en localizaciones españolas como Ávila, el Castillo de Belmonte, León, Ripoll y Peñíscola.

Finalmente, el 5 de diciembre de 1961 se estrenaba la producción basada en la vida del héroe castellano. El 27 de diciembre del mismo llegaba a los cines españoles, en concreto al Cine Capitol de Madrid.

BIBLIOGRAFÍA.

  • ÁLVAREZ PALENZUELA, VICENTE (coord.) Historia de España en la Edad Media. Ed.Ariel, Barcelona, 2002.
  • ÁLVAREZ PALENZUELA, VICENTE (coord.) Historia Universal de la Edad Media. Ed. Ariel, Barcelona, 2002.
  • MARTÍNEZ DIEZ, GONZALO. El Cid histórico. Barcelona, Planeta, 1999.
  • PEÑA PÉREZ, FRANCISCO JAVIER. El Cid Campeador: historia, leyenda y mito. Burgos, Dossoles, 2000.

 

  • http://www.caminodelcid.org/Camino_RodrigoDiazelCidCampeador.aspx (Consultada en 19-02-16)
  • https://es.wikipedia.org/wiki/Rodrigo_D%C3%ADaz_de_Vivar (Consultada en 19-02-16)

Ambrosio Spínola; el héroe que dio su fortuna por la Monarquía Hispánica

Por Laia San José Beltrán.

Éste es un personaje que ya pudimos ver en el capítulo 3 de la primera temporada. Sin embargo, en aquél momento su intervención fue más bien fugaz – salvando al ministerio de la invasión de los nazis – y esta vez ha gozado del protagonismo que una figura histórica como él merece. ¿Quién fue Ambrosio Spínola? Pues tal y como muy bien explica la propia Amelia, fue un héroe del ejército de la Monarquía Hispánica, héroe de Mantua y artífice – y protagonista – del celebérrimo cuadro de Velázquez «Las Lanzas o la Rendición de Breda«. Gozó de grandes beneficios durante el reinado de Felipe III, sin embargo, con la llegada al trono de Felipe IV en 1621 y, especialmente, por obra del valido de éste, el conde-duque de Olivares, Spínola cayó en desgracia, fue prácticamente desterrado y murió arruinado y lejos de la España.

Vamos a desentrañar su fascinante figura.

Biografía y títulos

Ambrosio Spínola, retrato realizado por Rubens.

Ambrosio Spínola Doria nació en Génova en el año 1569 y falleció en Castelnuovo Scrivia en el año 1630. Se trata de uno de los militares más afamados y conocidos de la historia de España; I Duque de Sesto, I marqués de Balbases, Grande de España, Caballero de la Orden de Santiago y poseedor del Toisón de Oro[1]. General al servicio de la Monarquía Hispánica llegó a ser Capitán General de Flandes y Comandante del ejército español durante la Guerra de los Ochenta años.

Natural de la República de Génova[2] la Casa Spínola era una de las casas más poderosas de Génova junto con la casa Doria; entró al servicio de la Monarquía Hispánica en el año 1602 junto s u hermano Federico en calidad de condotiero[3] y condotta, un contrato entre el capitán de los mercenarios y el gobierno al que alquilaban sus servicios. Con este traro, Spínola aportaba de su bolsillo gran parte de su fortuna familiar así como más de mil hombres al servicio de Felipe III de España.

Los logros de Spínola

Ramón Langa como Spínola en el Ministerio del Tiempo. Imagen vía http://diariodelsigloxvii.blogspot.com.es

La Guerra de los Ochenta Años o Guerra de Flandes

Se trata de un conflicto bélico que tuvo lugar entre los años 1568 y 1648 bajo los reinados de los monarcas hispánicos Felipe II, Felipe III y Felipe IV y que enfrentó a las Diecisiete Provincias de los Países Bajos contra su soberano, el Rey de la Monarquía Hispánica. Se inició, como mencionábamos, en el año 1568 con una rebelión contra Felipe II y contra Margarita de Parma, gobernadora por aquel entonces de las Provincias Unidas. Su fin llegó en el año 1648 con la Paz de Westfalia, en época ya de Felipe IV, con la forma de los Tratados de Paz de Osnabrück (15 de mayo de 1648) y de Münster (24 de octubre de 1648). Con éstos se ponía fin a la Guerra de los Ochenta Años y a la Guerra de los Treinta Años. La consecuencia más destacada de la forma de los tratados era el conocimiento de iure[4] de la independencia de la República de Holanda y el control del territorio de Lorena pro parte de Francia, lo que suponía la ruptura de las comunicaciones terrestres entre el Norte de Italia y Bélgica.

En el año 1603 Spínola participaba en el Sitio de Ostende y se hacía con la plaza en el año 1604; durante los siguientes años tomaría un gran número de plazas en los Países Bajos en nombre de la Monarquía Hispánica, en este periodo bajo el reinado de Felipe III.

En el año 1606 regresaba a España sumido en la ruina completa ya que había otorgado gran parte de su fortuna personal para continuar con los planes de la Monarquía Hispánica en Flandes poniendo el dinero por adelantado, dinero que no se le devolvió que supuso a partir de entonces los intentos de la monarquía por mantenerlo alejado de España. Aún con esas, en el año 1611 recibió el título de Grande de España, un título que ansiaba enormemente.

Entre los años 1609 y 1621 se producía lo que se conoce con el nombre de la Tregua de los Doce Años o Tregua de Amberes, un tratado de paz momentáneo entre la Monarquía Hispánica y las Provincias Unidas, y Spínola dejaba de operar en Flandes para hacerlo en otros territorios. En el año 1621, con el monarca Felipe IV, se ponía fin a la tregua y se reanudaba la guerra con los Países bajos y fue entonces cuando Spínola llevó a cabo una de las acciones más importantes, reconocidas y recordadas de su carrera; el sitio y la toma de Breda, entre los años 1624 y 1625. Tras ello, regresó a España para solicitar y reclamar fondos para seguir las campañas en Flandes, pero se encontró con grandes desavenencias con el valido de Felipe IV, el Conde Duque de Olivares, que hizo todo lo que estuvo en su mano por quitárselo de encima.

La Guerra de los Ochenta Años supuso el desprestigio de la Corona Española tras perder el territorio, suponía además la quiebra de la Hacienda de la Monarquía Hispánica – por las enormes cantidades de dinero invertidas durante el conflicto – y sucesivas bancarrotas entre los siglos XVI y XVII. Por último, contribuía a lo que se conoce como “la decadencia de la Monarquía Hispánica” cuyos inicios podemos situarlos con el inicio también del reinado de Felipe IV, al que se le unirían conflictos como la Guerra dels Segados o la Guerra de Restauración Portuguesa, ambos en el año 1640.

La Guerra de Sucesión de Juliers

Se trata de un conflicto que se produjo tras la muerte sin herederos del duque Juan Guillermo de Clèveris, gobernante del Ducado Unido de Juliers-Clèveris-Berg, un territorio localizado entre los Países Bajos Republuicanos o Provincias Unidas, los Países Bajos Españoles o Países Bajos de los Habsburgo y Francia y que se produjo entre los años 1609 y 1614 y en el que Spínola intervino en el año 1614.

La Guerra de los Treinta Años

Se trata de una guerra librada en la Europa Central (principalmente Alemania) entre los años 1618 y 1648, en la que intervinieron la mayoría de las grandes potencias europeas de la época y que marcaría el futuro del conjunto de Europa en los siglos posteriores. En este conflicto, Spínola lideró la campaña por el Bajo Palatinado[5], conquistando parte del territorio, hecho que le valió el grado de Gran Capitán.

Guerra de Sucesión de Mantua

Se trata éste de un conflicto dentro de la Guerra de los Treinta Años que tuvo lugar entre 1628 y 1631. En el año 1627 se producía la extinción de la línea hereditaria de la casa gobernante de Mantua, la Casa de los Gonzaga y ello producía a su vez el enfrenamiento entre Francia y los Habsburgo por el control del Norte de Italia.

Spínola era enviado en 1629 a Mantua para luchar por los intereses de los Habsburgo, pero fallecía el 25 de septiembre de 1630 arruinado, enfermo y parcialmente abandonado y desamparado por la Monarquía Hispánica de Felipe IV y Olivares.

Las Lanzas o La Rendición de Breda de Diego de Velázquez: la historia tras el cuadro.

Por Laia San José Beltrán.

Y no sólo a la figura de Ambrosio Spínola hace mención el capítulo 1 de la Segunda Temporada del Ministerio del Tiempo, en él aparece otro de esos personajes que la temporada nos robó el corazón (y alguna que otra carcajada). Hablamos, por supuesto, del magnífico Diego de Velázquez quien, a colación del capítulo, vamos a recordar que pintó uno de los cuadros más famosos de la Historia del Arte de nuestro país; Las lanzas o La Rendición de Breda. Os va sonando, ¿verdad?

Las Lanzas o La Rendición de Breda de Velázquez (1634)

El asedio de la plaza de Breda se produjo entre agosto del año 1624 y junio del año 1625 en medio de la Guerra de los Ochenta Años y de La Guerra de los Treinta Años. Los Países Bajos, con Guillermo de Orange-Nassau a la cabeza como estatúder[6] de las Provincias Unidas, buscaban la independencia de la Monarquía Hispánica; en ese contexto Mauricio de Nassau tomaba la plaza de Breda en el año 1590 y, con el fin de la Tregua de los Doce Años, Felipe IV quería recuperar de nuevo el lugar.

En agosto de 1624 se sitia – contra los deseos del Conde Duque de Olivares – la Ciudad Fortaleza de Breda, gobernada por Justino de Nassau – hijo ilegítimo pero reconocido de Guillermo de Orange-Nassau, participante en el año 1588 en combate contra la Armada Invencible y gobernante de Breda entre 1601 y 1625 – y defendida por más de 14.000 soldados.

La táctica de Spínola era la de atacar el ejército de Mauricio de Nassau, hijo legítimo de Guillermo de Orange-Nassau, ahora estatúder de las Provincias Unidas, con el objeto de cortar la comunicación y el suministro de armamentos, refuerzos y víveres. Para ello, se construyeron trincheras, barricadas, fortificaciones, túneles e incluso se anegaron terrenos inmediatos. Breda resistió asombrosamente, pero fue conquistada finalmente meses después, el 5 de junio del 1625, por los ejércitos de los Tercios de Flandes bajo el mando de Ambrosio Spínola.

¿Por qué pintar un cuadro de ello?

Diego de Velázquez pintó Las Lanzas o La Rendición de Breda bajo encargo por parte del Conde Duque de Olivares en el año 1634. Se trata de un óleo sobre lienzo de estilo barroco con unas dimensiones de 307cm x 367cm que actualmente se encuentra en el Museo del Prado, Madrid, España.

El encargo se le hizo al pintor de la Corte dentro del plan de decoración ideado por Olivares para El Salón de Reinos de El Palacio del Buen Retiro. Éste es un conjunto arquitectónico que se construyó en Madrid entre 1629 y 1640 bajo la batuta del arquitecto Alonso Carbonell a petición de Felipe IV y, en especial, de su valido el Conde Duque de Olivares. Comenzó como una ampliación de unas estancias del convento de San Jerónimo “el Real” y terminó por convertirse en un conjunto de más de veinte edificaciones, plazas abiertas y jardín en el límite oriental de Madrid. Pese que no fue le residencia oficial del monarca hispano, se construyó y se decoró con todo lujo, al mismo nivel que el Alcázar.

La campaña de decoración del palacio resultó importantísima, llevándose a cabo enromes esfuerzos diplomáticos y grandes gestiones con embajadores de Cortes extranjeras por parte de Felipe IV y, en especial, del Conde Duque. Las pinturas y cuadros se encargaron principalmente ex profeso para la ocasión a numeroso artistas de dentro fuera la Corte española y se concibieron para decorar una de las estancias más importantes y más simbólicas del Palacio del Buen Retiro, el Salón de Reinos. Éste se construyó entre 1630 y 1635 y su nombre se debe a que, casi a la altura del techo y entre las ventanas superiores, se encontraban representados los veinticuatro escudos de la Monarquía Hispánica. En un principio, esta instancia se concibió como lugar en el que la familia real asistiría a la representación de funciones teatrales y eventos lúdicos varios, sin embargo, en seguida adquirió un simbolismo mucho más amplio; no se dejaron de llevar a cabo representaciones ociosas pero se le agregó una importante función ceremonial y política. Se colocó el trono del monarca y fue el lugar donde éste recibía a sus visitas – de la Corte o extranjeras – cuando se encontraba en el Palacio del Buen Retiro. Se convirtió en el Salón del Trono del Buen Retiro y su función era la de impresionar a sus visitantes, fuesen vasallos o foráneos. Para ello, la decoración jugó un importantísimo papel al adquirir un simbolismo sustancialmente más amplio que el del simple embellecimiento del lugar. La decoración pictórica ganó un importante valor político, como se puede uno imaginar.

Y para ello había que escoger momentos históricos relevantes, que contasen la historia de la grandeza de la Monarquía Hispánica – en franco declive – e impresionasen a los visitantes, incluso si para ello había que escoger a figuras como Spínola, quien no había sido en absoluto del agrado del Conde Duque. Y es que, aunque a Olivares no le gustase mucho su artífice, la toma de Breda fue un hecho importante cargado de simbolismo y magnanimidad. No sólo fue una gran victoria española – aún dentro de una guerra que se perdió –, sino que el sitio de Breda fue una lección magistral de estrategia militar por parte de Spínola. Además de ello, la actitud de éste para con los vencidos fue un enorme gesto de caballerosidad y dignidad; Spínola pactó una capitulación honrosa que reconocía la enorme valentía del enemigo, al que otorgaba el permiso de que la guarnición abandonase la plaza en formación de orden militar, con las banderas al frente. Mostró un gran respeto y trato digno al enemigo y llevó a cabo una entrevista de cortesía al esperar personalmente fuera de la plaza al general Nassau.

Detalle del cuadro; Spínola a la derecha y Nassau a la izquierda.

Y este preciso instante es el que capta Velázquez; los protagonistas en el centro del cuadro son Spínola y Nassau, quien entrega las llaves de la ciudad en símbolo de rendición y está en una postura a medio camino de arrodillarse, algo que parece estar evitando Spínola con el gesto de su brazo, siendo esto todo un gesto de deferencia que muestra la no intención de humillar al enemigo. No se trata de la clásica imagen en la que vemos al vencedor sobre el vencido, el clara posición humillante o triunfante. En el arte del Renacimiento abundan las escenas de rendiciones militares, y su finalidad es casi siempre la de subrayas la capacidad del rey de aplastar a sus enemigos; el vencedor se eleva por encima del vencido, que se aproxima al conquistador despojado de armas y de hombres, en la postura propia del que suplica humillado. El cuadro de Velázquez se aparta claramente de esta convención. En primer lugar, vencedor y vencido confluyen en un encuentro de sorprendente benevolencia. En segundo lugar, Justino de Nassau aparece acompañado de una escolta de sus propios hombres, situados a la izquierda con sus picas y alabardas de enseña anaranjada. Las fuentes de tan insólita representación de una rendición se encuentran en parte en la esfera de los hechos y en parte en la de la ficción. Tras la capitulación, se redactaron unas condiciones de rendición considerablemente generosas para los vencidos, a los que se les permitió abandonar la ciudad tres días después y de manera ordenada, entre el tronar de los tambores y el ondear de las banderas. En el año 1627, Jaques Callot representó la retirada tal y como se había producido en realidad; Spínola sentado en el caballo y flanqueado por sus tropas, observa a la columna holandesa que se retira encabezada por una carreta en la que van el comandante holandés y su familia.

La rendición de Breda, Jaques Callot, 1627. (Detalle, Princeton University, Art Museum).

La clemencia que Velázquez recoge en su cuadro tuvo así su origen en los datos históricos, pero el punto central de la ceremonia – la entrega de llaves en la plaza – introduce una variación con respecto a los hechos reales. La entrega de llaves como símbolo de rendición era un motivo frecuente en pinturas y estampas, y Velázquez pudo haberlo tomado de una de ellas. No obstante, la idea empezó a circular de inmediato por la corte gracias a una obra de Pedro Calderón de la Barca, que se representó en 1625 para conmemorar la victoria. En el clímax del drama, titulado El Sitio de Breda, Nassau entrega las llaves de la ciudad a Spínola, quien las recibe con las palabras que están materializadas en el cuadro de Velázquez:

“Justino yo las recibo

y conozco que valiente

sois; que el valor del vencido

hace famoso al que vence.”

Velázquez hace de la rendición de Breda algo más que una victoria militar; el triunfo de las ramas está presente en el lienzo, desde luego, mediante el célebre motivo de enhiestas picas españolas, cuyo número y destacada presencia contrastan con las arruinadas tropas holandesas de la izquierda. Pero, en el centro del cuadro, Spínola coloca una mano amable sobre el hombro de Nassau y de esa manera le impide que se arrodille para hacerle entrega de las llaves. Tras el general español se encuentra su caballo, cuyos cuartos traseros ocupan de forma llamativa la parte derecha del lienzo. El caballo sin montura adquiere en este contexto una importante significación, pues lo normal habría sido mostrar a Spínola sentado a horcajadas sobre él mientras mira desde esa altura al enemigo vencido, tal y como vemos en La rendición de Jülich o Juliers de Jusepe Leonardo. En La Rendición de Breda, en cambio, los dos hombres se encuentran en condiciones de igualdad; ya no es un cuadro del poder militar español, sino una metáfora de la superioridad moral española, que refleja la gloria del monarca en cuyo nombre Spínola manda a sus tropas y que glorifica la fe en que él y sus antepasados han jurado defender[7].

La rendición de Juliers de Jusepe Leonardo.

Se trata de una obra fascinante no sólo debido a su originalidad en la interpretación d ela historia y la tradición, sino también por el modo en que Velázquez ha sabido captar las reacciones de unos hombres corrientes ante lo que parecía uno de los hechos decisivos de la guerra con los holandeses. Algunos de los soldados y oficiales observan la ceremonia con profunda atención, pero otros parecen distraídos bien por cosas que ocurren fuera del cuadro, bien por sus propios pensamientos y emociones. La orquestación de este complejo conjunto está perfectamente sintonizada en su significado; todas las cosas y todas las personas están situadas en el lugar adecuado. Pero por debajo de esa superficie – gracias a las radiografías del cuadro – podemos entrever un notable proceso de ensayos y enmiendas.

[1] La Insigne Orden del Toisón de Oro es una orden de caballería fundada en 1429 por el duque de Borgoña y conde de Flandes, Felipe III de Borgoña. Es una de las órdenes de caballería más prestigiosas y antiguas de Europa, y está muy ligada a la dinastía de los Habsburgo y a las coronas de Austria y España.

[2] Estado italiano independiente entre los siglos XI y XVIII, en el siglo XVII era prácticamente un protectorado de la Monarquía Hispánica, además de ser los genoveses los banqueros de la reino español.

[3] Los condotieros (en italiano: condottieri; singular condottiero) eran mercenarios al servicio de las ciudades-estado italianas desde finales de la Edad Media hasta mediados del siglo XVI. La palabra condottiero deriva de condotta, término que designaba al contrato entre el capitán de mercenarios y el gobierno que alquilaba sus servicios.

[4] De iure o de jure, es una locución latina, pronunciada [ deːˈjuːɾeː ], que significa literalmente «de derecho», esto es, con reconocimiento jurídico, legalmente. Se opone a de facto, que significa «de hecho»

[5] Un territorio histórico situado al oeste del río Rín.

[6] Estatúder (en holandés, stadhouder, que significa literalmente ‘lugarteniente’) fue un cargo político de las antiguas provincias del norte de los Países Bajos, que conllevaba funciones ejecutivas. Al unificarse dichas provincias en la Unión de Utrecht, se creó un cargo supremo: el de Estatúder y Capitán General de las Provincias Unidas de los Países Bajos, controlado de continuo por los Estados Generales. Su función era dirigir la política y las actividades militares de las provincias neerlandesas. En 1747, tras una revuelta, el cargo se convirtió en hereditario.

[7] BROWN, Jonathan. Velázquez. Pintor y cortesano, pp. 117 y ss.


BIBLIOGRAFÍA (Spínola y Las Lanzas)

  • BROWN, Jonathan. Velázquez. Pintor y cortesano. Alianza Editorial, Madrid, 2006
  • ELLIOTT, John. BROWN, Jonathan. Un palacio para el Rey. El Buen Retiro y la Corte de Felipe IV. Taurus Ediciones, Madrid, 2003
  • ELLIOTT, John. La España Imperial. Biblioteca Historia de España, Madrid, 2006-
  • FLORISTÁN, Alfredo (coord.). Edad Moderna. Historia de España. Ariel, Barcelona, 2005.
  • LYNCH, John. Los Austrias. Crítica, Barcelona, 2007.

Ramón Menéndez Pidal

Por Sergio de la Gándara.

En este primer episodio aparecen algunos personajes de manera testimonial, y quizás uno de los más entrañables es Ramón Menéndez Pidal, que aunque aparece apenas unos minutos nos parece interesante presentaros de quién se trata y algunos de los logros de su vida. Además, no es baladí su aparición en referencia al Cid, tal y como veremos a continuación.

Ramón Menéndez Pidal (La Coruña, 1869 – Madrid, 1968)

A pesar de que nació en La Coruña en 1869, siempre se sintió asturiano, ya que a la temprana edad de 14 años estuvo estudiando en Oviedo, y su familia era procedente de esta región. Procedía de una familia más bien acomodada que fue trasladándose por Oviedo, Sevilla, Albacete o Burgos durante sus primeros años hasta que recalaron en Madrid.

Ya en 1890 consiguió terminar sus estudios y comenzó estudios de doctorado junto a Marcelino Menéndez Pelayo, discípulo de Milá Fontans, cuya obra ya admiraba. Finalmente en 1899 consiguió la cátedra de Filología Románica de la Universidad de Madrid. Los estudios de Menéndez Pidal llegan en un momento en el que había un vacío en la filología moderna y científica española, mientras que en una Europa utilizaban el método histórico-comparativo, en España el estudio de nuestra lengua y dialectos era llevada a cabo por franceses, alemanes o suecos[1].

Es en este contexto, aprovechando una convocatoria de la Real Academia Española, cuando publica Gramática y Vocabulario del Poema del Çid. A raíz de este trabajo, que le daría pie a su tesis, consideró inseparable la historia lingüística, con la literaria o con la político-social, norma que marcará la totalidad de su obra[2], además de la aplicación del positivismo y un rigor sistemático.

Su carrera se lanzó a partir del cambio de siglo ya que en 1902 es elegido académico de la Real Academia Española, en 1904 publica el Manual de Gramática Histórica en donde se aplica por primera métodos científicos al estudio de la Filología Hispánica hasta que en 1910 publica su primer tomo acerca del cantar del Mío Cid, dándole reconocimiento internacional.

A partir de este momento, entra como académico en la Real Academia de la Historia (1916), funda la Revista de Filología Española (1914) y alcanza el puesto de director de la Institución Libre de Enseñanza[3].

Con el inicio de la Guerra Civil vivió en el exilio, renunció a su puesto de director de la RAE en señal de protesta en 1937, aunque volvería a ocuparla en 1947, inició un curso de Filología Hispánica en la Universidad de Columbia y fue el artífice del inicio de dos grandes obras: Historia de la Lengua Española, obra póstuma publicada en 2005, e Historia de España, publicada en 2005 aunque iniciada en 1935.

En definitiva, Ramón Menéndez Pidal fue una de las figuras más representativas de la cultura española durante la última década del siglo XIX y toda la primera mitad del XX, y por tanto miembro de la denominada Generación del 98, además de miembro de la R.A.E y creador de la escuela filológica española.

Para terminar, os dejamos una cita que el historiador Juan Jurasti escribió en el ABC en 2005, que ayuda a comprender el impacto que tuvo:

“La figura de Ramón Menéndez Pidal, que, sin demasiada exactitud, se definió él mismo en alguna ocasión como «uno del noventa y ocho», encabezó las iniciativas fundamentales de la cultura española durante casi tres cuartos del siglo XX, no sólo en el ámbito de la lingüística, la historia literaria y la historiografía, sino también en el de la literatura de creación. Sin Menéndez Pidal no habríamos tenido un medievalismo digno de tal nombre, desconoceríamos o conoceríamos muy mal la historia de las lenguas peninsulares (no sólo la del español); las obras de Américo Castro (su secuaz díscolo) y, en buena parte, la de Ortega habrían resultado gravemente mermadas y, desde luego, la Generación del veintisiete no habría dado sus extraordinarios frutos ni en la poesía ni en la crítica. No fue un nacionalista deprimido ni belicoso. No necesitó serlo: español y liberal de una pieza, hizo suya la ética del trabajo auspiciada por los institucionistas y no escogió mal sus modelos históricos (ante todo, Alfonso X, el rey Sabio, creador del primer laboratorio humanístico occidental, acorde con su proyecto de un Renacimiento en lengua vulgar que se adelantó en más de dos centurias a las versiones vernáculas europeas de la vuelta a los clásicos). Si su obra fue manipulada por un nacionalismo con vocación totalitaria, es asimismo innegable que constituyó una referencia primordial para la reconstrucción de una razón ilustrada, auténticamente nacional y democrática, durante los años del franquismo, más fecundos de lo que suele reconocerse gracias a esforzadas empresas individuales o familiares como la que don Ramón sostuvo a lo largo de tres décadas que permitieron restablecer la continuidad con lo mejor de la cultura española anterior a la guerra civil.”

[1] http://biblioteca.cchs.csic.es/bibliografias/menendez_pidal/semblanza_pidal.php

[2] Ibídem

[3] Fue un proyecto pedagógico desarrollado entre  1876-1936 y basado en la tolerancia y la libertad académica del que formaron parte grandes intelectuales españoles de la época como  Menéndez Pidal, Antonio Machado, Joaquín Sorolla, Ortega y Gasset, Ramón y Cajal o Gregorio Marañón.

«Santiago y cierra, España»

Por Patricia Á. Casal

Este dicho popular del s. VIII, fue un grito de guerra pronunciado por las tropas cristianas durante la Reconquista, en batallas como la de Navas de Tolosa y las españolas del Imperio. En el corpus impreso del Español aparece citado en el siglo XVII, en los poemas y dramas de carácter histórico. Aparece también en la obra Don Quijote de la Mancha, causando asombro a Sancho Panza, que se pregunta si España está, por ventura, abierta, y es menester cerrarla. Cerrar, en castellano antiguo, era embestir, atacar al enemigo. Con el Santiago se pretende  invocar al apóstol Santiago, patrón de España y también llamado Santiago Matamoros. Posiblemente os sonará de Las Aventuras del Capitán Alatriste, de Arturo Pérez Reverte...

Anécdota del capítulo: Las patatas bravas

Por Patricia Á. Casal

El origen de este plato no está muy claro; hay quien lo atribuye a «Casa Pellico» y otros dicen que se empezó a servir en «La Casona», ambos bares madrileños y ya desaparecidos. Sobre el año 1960 las colas alrededor de estos dos bares sólo para probar las patatas bravas fueron muy famosas.

 

Historia 2.0

Ver comentarios

  • Echo en falta que mencionéis a Blas de Lezo, a quien atiende Julián en la enfermería!

    Por lo demás, excelente artículo.

  • ¡Muchas gracias Paloma! Tranquila, hay tiempo suficiente para hablar del valiente Blas de Lezo ;)

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