¿Qué tal ha transcurrido el mes queridos lectores? Desde nuestro pequeño rincón sobre la Historia de Bizancio esperamos y deseamos que haya sido un período bueno y ciertamente provechoso. En la entrada correspondiente a Octubre, tras darle unas cuantas vueltas, hemos decidido inaugurar una nueva sección trasladándoos a uno de los edificios más importantes y destacados de la «civilización bizantina»: el hipódromo de su capital y corazón del Imperio: Constantinopla. ¿Nos acompañáis?
El vocablo castellano «hipódromo» procede a su vez de las voces griegas «ἵππος» ([hippos]=caballo) y «δρόμος» ([drómos]=camino), y según la Real Academia Española se trata del «lugar destinado a carreras de caballos y carros»[1]. Se trata de una tipología edificatoria muy popular y extendida durante toda la Antigüedad en el mundo greco-romano, encontrándose sus orígenes (al menos por lo que a la edificación se refiere) en la Grecia Arcaica (ss. VIII-VII a.C.), cuando ca. 680 a.C. las carreras de carros fueron incluidas en el marco de las Olimpiadas; si bien existen precedentes al respecto en el mundo micénico.
Así pues, el gusto por dicho evento llega al universo romano, como tantas otras cosas, a través del horizonte cultural griego (pasando igualmente por el filtro etrusco); desarrollándose en el mismo, a lo largo de los siglos, las principales características que lo definen y que, a su vez, van a ser las que presidan dichos eventos deportivos en Constantinopla. Por lo que respecta a Roma, aunque existían más modalidades, las carreras de cuadrigas eran las más populares. En ellas participaban diversos aurigae (aurigas) quienes, animados por varios «equipos», se encargaban de gobernar carros de dos ruedas tirados por cuatro caballos o cuadrigae, las cuales debían dar una serie de vueltas a la parte central del recinto (denominada spina) procurando no solo ser simplemente el más rápido sino también estrellar al resto de sus competidores en el transcurso de la carrera, favoreciendo así el espectáculo. Dichos espectáculos se inscribían en el contexto de los ludi circenses o juegos celebrados en el circo (no confundir con el anfiteatro y los espectáculos gladiatorios) y solían celebrarse en fechas preestablecidas.
Por lo que respecta al caso concreto de Constantinopla, los orígenes de su hipódromo se remontan a comienzos del siglo III d.C., tras la guerra civil entre el posteriormente emperador Septimio Severo (193-211) y el pretendiente al trono Cayo Pescinio Níger († 194 d.C.). Tras el duro asedio al que el César sometió a la todavía ciudad de Bizancio entre los años 194-196 (no olvidemos que la refundación de Constantinopla data de mayo de 330 d.C.), probablemente en un gesto de magnanimidad hacia sus habitantes, comenzó la rehabilitación y construcción de toda una serie de edificios públicos, entre los cuales se encontraba el hipódromo.
Sin embargo, no fue hasta la Antigüedad Tardía (ss. IV-VI) cuando Constantinopla y la arena de su hipódromo se convirtieron en el epicentro del mundo romano. La refundación tanto del Imperio como de la Nea Roma (Nueva Roma) llevada a cabo por el emperador Constantino I (306-337) motivó, en consonancia con el embellecimiento y ampliación de la nueva capital imperial, que un recinto que había sido concebido a imagen y semejanza del Circus Maximus de Roma (situado en lo que actualmente sería la Piazza Navona) fuese alcanzando progresivamente su máximo potencial, convirtiéndose en consecuencia no solo en uno de los edificios más amplios y suntuosamente decorados sino también en centro de confluencia principal entre el populus de la urbe y su emperador. En dicho proceso, que más adelante analizaremos, contribuyó decisivamente la creciente importancia del Cristianismo en el devenir cotidiano del Imperio. Y es que a partir del siglo IV los combates gladiatorios, uno de los espectáculos más populares y definitorios del mundo romano, fueron paulatinamente perdiendo popularidad y apoyo tanto por parte de la sociedad como por lo que respecta al emperador hasta ser finalmente prohibidos junto con los Juegos Olímpicos por parte del emperador Teodosio I (378-395) ca. 393. Durante el siglo V las venationes o espectáculos de aniquilación de animales salvajes se mantuvieron como aperitivo de las carreras, si bien fueron igualmente abolidas por el emperador Anastasio I (491-518) en el año 498. Así pues, a comienzos del siglo VI, y hasta comienzos del siglo XIII, el hipódromo de Constantinopla albergó únicamente, desde el punto de vista del espectáculo deportivo, carreras de cuadrigas.
Por lo que hace referencia a su arquitectura, el hipódromo de Constantinopla constaba de todos aquellos elementos característicos que definían dicha tipología constructiva en el mundo romano. Así pues, en su extremo Noreste se situaban las carceres o arrancaderos, el lugar donde se disponían las cuadrigas de forma escalonada para, al darse la señal oportuna, iniciar la carrera. En Roma tenemos constancia de que la misma consistía en tirar un paño o mappa desde el palco por parte del emperador o de aquel que fuese el anfitrión de los juegos, si bien en nuestro caso se desconoce de forma absoluta cuál era, aunque bien podría haber sido el izado de una bandera desde la denominada Torre de Lisipo[2], situada precisamente en esta parte del hipódromo, decorada por la Cuadriga Triunfal o Caballos de San Marcos, hoy visibles en la catedral epónima, en Venecia. Cada carrera consistía en 5 vueltas (reducida en dos desde la modalidad romana y en más de la mitad desde su homónima griega -12-), y el número total de cuadrigas solía ser par; generalmente cuatro en torno a las cuales se agrupaban los hinchas de las mismas, agrupados en demoi o facciones definidas por un color.
La parte más importante del recinto era la arena, situada en la parte central, y dividida en dos por un gran muro profusamente ornamentado que recibía el nombre de spina. En ella se dirimía la suerte de los aurigas, quienes debían afanarse por ser el más rápido al final de las mencionadas cinco vueltas; si bien, en muchas ocasiones, y a pesar de ser deportistas «profesionales» que estaban bien entrenados y recibían el respeto y la admiración de prácticamente toda la sociedad de la capital imperial, el salir vivo de la misma ya constituía un triunfo en sí mismo, puesto que las carreras implicaban un importante grado de peligrosidad. Además, hay que tener en cuenta que, aunque de grandes y visibles dimensiones, la spina no era un muro completamente uniforme, ya que constaba de entrantes y salientes que añadían un plus de riesgo a las mismas. Puesto que el hipódromo, tal y como hemos señalado y vamos a observar a continuación, se trataba de un edificio que cumplía importantes funciones públicas más allá de las carreras y, en cierto modo, constituía un reflejo del poder imperial, Constantino I (306-337) inició un programa de notable dotación iconográfica que consistió tanto en la erección como en el traslado a orillas del Bósforo de toda una serie de elementos arquitectónicos y escultóricos que favorecieron tanto el engrandecimiento como el embellecimiento del recinto. Dicho programa, que no concluyó de forma definitiva hasta mediados del siglo VI (ya con el emperador Justiniano I [527-565]), incluyó una cantidad notable de obras que podría ser agrupada en cuatro grandes categorías: figuras de carácter apotropaico (cuya finalidad era la protección, bien de la ciudad, bien de los aurigas, del emperador o de los propios espectadores), monumentos dedicados a la victoria, imágenes de figuras públicas (notablemente emperadores) y alegorías de Roma[3]. Los más notables, situados en eje Norte-Sur desde los arrancaderos, eran el Obelisco de Teodosio, la Columna Serpentina y el Obelisco de Constantino.
El primero de dicha tríada se trata también del más antiguo, pues es un elemento reaprovechado para la decoración del hipódromo que originariamente data del siglo XV a.C., concretamente del reinado del faraón Tutmosis III (ca. 1479-1425 a.C.); alzándose al Sur del séptimo pilono del Templo de Karnak, en Egipto. Dicha pieza fue traída desde su localización primigenia a Alejandría a mediados del siglo IV por orden del emperador Constancio II (337-361) para conmemorar sus veinte años de reinado o vicennalia, permaneciendo allí hasta que Teodosio I (379-395) mandó traerlo a su vez a Constantinopla y erigirlo encima de un pedestal, donde aparece en posición oferente con una corona de laurel (símbolo del triufo), en la spina del hipódromo. Sus dimensiones son de 25,6 m. (18,54 si excluimos la base).
El segundo de los elementos se caracteriza igualmente por su carácter de reaprovechamiento, ya que originariamente formaba parte de un trípode de sacrificios situado en el santuario dedicado al dios Apolo en Delfos, confeccionado a raíz de la victoria de las tropas griegas contra las persas en la batalla de Platea (479 a.C.) y que constaba, además de la propia columna culminada por tres cabezas de serpientes (visibles hasta el siglo XVII), de un trípode de oro y un pebetero. Fue traída a la nueva capital imperial por su fundador, Constantino I (por lo tanto con anterioridad a la pieza descrita de forma precedente), midiendo originariamente 8 m. de alto.
Finalmente queremos destacar el segundo de los obeliscos que formaban parte de la spina del hipódromo, conocido como el Obelisco de Constantino. Su fecha de construcción exacta se desconoce pero, a diferencia de los dos anteriores, se trata de una pieza erigida en la propia Constantinopla al parecer por orden del emperador Constantino VII Pofirogénito (913-959), quien además lo decoró profusamente con placas de bronce que narraban las victorias militares de su abuelo Basilio I (842-867), fundador de la dinastía Macedónica. Además estaba originariamente coronado por una esfera, midiendo 32 m. de alto.
Podéis preguntaros queridos lectores el porqué de haber descrito tan sólo estos tres elementos arquitectónico-decorativos; para adivinarlo debéis llegar a la cuarta y última de las secciones. Por nuestra parte, continuamos con la descripción del recinto. Los 450 metros de largo por 130 metros de ancho que se estima lo conformaban estaban rodeados por un amplio graderío o cavea que fue igualmente agrandado por el reiteradamente aludido emperador Constantino I hasta constar de una capacidad aproximada de 100.000 espectadores. Su planta no era completamente rectangular, sino que la esquina Sur del mismo estaba formado por un semicírculo denominado sphendone o rotonda. Otro elemento importante, situado en este caso en la «Grada Este», era el palco o khatisma, el lugar reservado para la familia imperial y los miembros más preeminentes tanto de la corte como del Senado de Constantinopla; tanto o más importante que la arena desde el punto de vista de la política y conectado a su vez con el Gran Palacio a través de un túnel y que, junto a la Basílica de Santa Sofía, conformaba un el triángulo primigenio del poder imperial desde el punto de vista de los edificios.
Ciertamente, la función primigenia del hipódromo, tal y como hemos señalado, era la celebración de carreras (fundamentalmente de cuadrigas) en determinadas festividades o en conmemoración de ciertos acontecimientos políticos o religiosos, tales como el ascenso al trono imperial de un nuevo soberano, la celebración de su onomástica, de su cumpleaños, determinadas festividades o incluso con motivo de la consecución de una victoria en el campo de batalla o la recepción de una embajada extranjera en la capital imperial. Por lo tanto, el propio significado de dichos eventos deportivos sufre un cambio notable con respecto a Roma, ya que de ser un negocio privado pasa a ser un espectáculo público cuyo principal garante y patrocinador pasa a ser el emperador.
Además, el hipódromo cumplía una función prioritaria a la hora de celebrar determinados actos ceremoniales o protocolarios donde cada gesto y cada elemento estaban perfectamente sincronizados y calculados y el más mínimo detalle en el sentido contrario podía acarrear importantes consecuencias. Por ejemplo, en la ceremonia de coronación de un nuevo emperador, era costumbre que tras la imposición de los símbolos de gobierno en la iglesia de Santa Sofía (generalmente por parte del Patriarca), tanto el César como su Augusta se dirigiesen al hipódromo para, desde el khatisma, recibir la aclamación (o no) del pueblo de Constantinopla. Dichos eventos permitían por tanto interactuar a la mayor parte del pueblo de Constantinopla (exceptuando los altos círculos cortesanos y senatoriales) con el emperador, constituyendo una herramienta fundamental para reforzar o debilitar, según el caso, el poder y la imagen de un determinado soberano.
El populus, que solía abarrotar las gradas en dichas ocasiones, solía estar organizado en torno a dos grandes facciones circenses denominadas demoi, los Vénetoi o Azules y los Prásinoi o verdes; que a su vez habían absorbido a los Leukoí (Blancos) y Roúsoi (Rojos) respectivamente. Sin embargo, ambas agrupaciones eran mucho más que meras «peñas deportivas» por decirlo así, jugando un papel fundamental en el devenir cotidiano de la capital imperial, pues toda la sociedad de Constantinopla se agrupaba en torno a una u otra dependiendo de su estatus social, su filiación política o incluso su creencia religiosa, existiendo una enconada rivalidad entre ambas que no en pocas ocasiones derivaba en violencia en las calles entre partidarios de una y otra. La identificación con uno u otro color llegaba a tal extremo que incluso los seguidores de cada una de ellas se vestía de una manera determinada o portaba elementos o incluso peinados distintivos, que en cierto modo podían incluso asemejarse a los de algunos enemigos acérrimos de la romanidad, tales como hunos o persas. También los emperadores también mostraban su preferencia por una y otra en base a sus propias filias o fobias, llegando incluso a instrumentalizarlas para conseguir su apoyo en determinadas circunstancias, calmar la situación política o, en caso de extrema necesidad, recurrir a ellas para guarnicionar o defender la capital.
Por todo ello puede considerarse al hipódromo como epicentro de la vida política imperial en su proyección pública. Las propias carreras constituían alegorías del emperador triunfante, siendo la victoria del auriga patrocinado por el emperador un factor muy importante para conseguir el apoyo popular a través de vítores y cánticos durante la celebración de las mismas. Asimismo, como todo en Bizancio, tenían su proyección religiosa, puesto que en determinadas ocasiones se cantaban himnos religiosos e incluso algunos eventos prodigiosos podían llegar a interpretarse como manifestaciones divinas o virginales. Contra lo que pudiera parecer, el grado de tolerancia imperial hacia la expresión pública de determinadas peticiones, ruegos u opiniones con respecto a un rango notablemente extenso de acontecimientos o medidas políticas era ciertamente importante, y el grado de apoyo popular otorgado al emperador a través de la celebración de dichas ceremonias un factor muy importante tanto para la estabilidad interna como externa del régimen.
Si bien la popularidad de las carreras de carros continuó siendo importante hasta comienzos del siglo XIII, fue durante la Antigüedad Tardía (ss. IV-VI) cuando alcanzó su cénit. A partir del siglo VII, cuando el Imperio y la propia capital sufrieron una contracción territorial y poblacional significativa, las celebraciones declinaron lentamente, de forma especial durante el período iconoclasta (ss. VIII-IX) debido al apoyo que las facciones dieron generalmente a la veneración de los iconos. Consecuentemente, las facciones fueron perdiendo progresivamente su importante protagonismo tanto en la vida pública como en la corte, quedando reducidas a un mero factor ceremonial hasta el traslado de la corte imperial al Palacio de Blaquernas en el siglo XII. Hasta el saco de Constantinopla perpetrado fundamentalmente por los venecianos en el marco de la IV Cruzada (1204), el hipódromo continuó gozando de ese importante papel tanto en su faceta pública como deportiva, siendo el lugar de preferido por los emperadores para aplicar castigos, celebrar triunfos (no hay que olvidar que el último triunfo «a la romana» fue celebrado en el mismo cuando Justiniano I [537-565] se lo concedió al general Belisario tras su conquista del Norte de África en 534) y otras ceremonias, muchas de ellas recopiladas en el Libro de las Ceremonias recopilado por el ya mencionado emperador Constantino VII a mediados del siglo X. Si bien es cierto que tras la recuperación de Constantinopla en 1261 por parte del emperador Miguel VIII Paleólogo (1259/61-1282) se llevaron a cabo obras de restauración en numerosos edificios públicos entre los que se incluía el hipódromo, el edificio jamás volvería a recuperar si quiera una pizca de su pasado esplendor.
La toma de Constantinopla por parte de los ejércitos cruzados en 1204 puede tomarse como el punto de inflexión definitivo en la vida del hipódromo. Durante el mismo la mayor parte de las riquezas existentes en la capital imperial fueron expoliadas y trasladadas a Venecia especialmente; donde, como ya hemos mencionado, puede hoy día admirarse la Cuadriga Triunfal (en el interior de la Basílica), lugar al que también fueron trasladadas para su fundición las placas que recubrían el obelisco de Constantino. El breve período de historia imperial situado entre la reconquista de la ciudad en 1261 y su ulterior caída a manos de los turcos en 1453 modificó poco su situación, con una Nea Roma muy menguada y cuyos principales edificios públicos fueron paulatinamente dejados a su suerte por falta de fondos para su mantenimiento.
El período de dominación otomana no contribuyó precisamente ni a su mantenimiento ni a su rehabilitación, si bien es cierto que nada se ha construido en el lugar en el que originariamente se encontraba, la actual Plaza de Sultan Ahmet en el casco histórico de la actual Estambul, a excepción de una fuente octogonal abovedada en estilo neobizantino para conmemorar la visita del Káiser Guillermo II a la Sublime Puerta en 1898. En la explanada adyacente se construyeron importantes mezquitas (como la Mezquita Azul) e incluso algunos de sus elementos, como el Obelisco de Constantino, fueron utilizados por la infantería de élite otomana (los jenízaros) para demostrar determinadas habilidades. Actualmente son visibles in situ los tres principales elementos anteriormente descritos (los dos obeliscos y la columna), mientras que dos basas de las denominadas «estatuas de Porfirio (un legendario auriga que corrió tanto para los verdes como para los azules y en honor de quien se erigieron hasta siete estatuas)» y una parte de las tres cabezas que coronaban la Columna Serpentina son visibles en el Museo Arqueológico de Estambul.
La mayor parte de los restos del hipódromo probablemente permanezcan enterrados bajo el pavimento actual, tal y como demuestran las prospecciones llevadas a cabo a mediados de siglo por el director del Museo Arqueológico Rüstem Duyuran; así como las obras llevadas a cabo en dicha plaza en 1993 y cuyos restos fueron trasladados igualmente al Museo. Quizás la sección mejor conservada y más visible sea la curva o sphedone, visible a raíz de la demolición de unas viviendas llevada a cabo durante los años 80 del pasado siglo. Dada su céntrica y turística situación, amén de la significación religiosa del lugar y del tradicional recelo de las autoridades turcas a todo lo bizantino, resulta difícil pensar en una excavación sistemática del lugar en un futuro próximo que nos permita conocer con mayor exactitud sus características y rasgos más significativos. Por el momento tan solo nos queda el pequeño consuelo de pasear por la zona si existe la posibilidad de pasar unos días a orillas del Bósforo e intentar imaginar la atmósfera que debió formarse en los días de su máximo esplendor cuando fue, simple y llanamente, el centro del mundo.
[1] Vid. www.rae.es, sub. Diccionario de la Lengua Española, voz «hipódromo». Disponible en: http://lema.rae.es/drae/?val=hipódromo
[2] Guilland (1948), p. 678.
[3] Bassett (1991), p. 88.
[alert-note]»Aitor Fernández Delgado (Barakaldo, 6/4/87), licenciado en Historia por la Universidad de Deusto; Máster en Historia y Ciencias de las Antigüedad por las Universidades Autónoma y Complutense de Madrid y actualmente Becario FPI/Doctorando en la Universidad de Alcalá en el programa Historia, Cultura Escrita y Pensamiento bajo la dirección de la Prof. Margarita Vallejo Girvés; a la vez que he sido hasta este mismo año miembro del Proyecto de Investigación «Exiliados y Desterrados en el Mediterráneo Oriental, ss. IV-VII», con estancias de investigación en las Universidades de Oxford y Princeton (actualmente). Finalmente, el título de mi tesis es: «De Re Diplomatica cum Barbariis: legados, legaciones y evolución de las iniciativas diplomáticas imperiales en relación al limes septentrional durante el largo siglo VI», la cual espero terminar antes de finales del próximo año (2016). Dirige la página web Lumen Orientis«[/alert-note]
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Fernández Delgado, Aitor. Claves históricas sobre«Bizancio», perfiles cronológicos, geográficos y (algunos ) rasgos definitorios (24 de septiembre de 2015) Historia 2.0 [Blog] Recuperado de: http://historiadospuntocero.com/ [Consulta: fecha en que hayas accedido a esta entrada]
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