INTRODUCCIÓN

Los vencedores de la Guerra Civil fueron despiadados con los derrotados. La represión estuvo presente en todos los ámbitos, constituyéndose como un elemento estructural en el desarrollo del Nuevo Estado.

Desde época temprana se creó toda una red de campos de concentración y prisiones por todo el territorio, al mismo tiempo que se realizaba una severa y dura depuración de la administración. La instauración de todo un entramado concentracionario así como de un universo penitenciario, denota la importancia que la violencia tuvo durante y tras la guerra, donde el castigo, la reeducación, el internamiento y el trabajo formaban parte de la cotidianidad de los prisioneros y presos republicanos.

Este es un tema complejo de estudio en el que no hay que olvidar que la mayoría de las fuentes orales emanan de voces republicanas. Sin embargo, tampoco hay que olvidar la ocultación, la destrucción y la desaparición de fuentes que hacen el trabajo aún más complejo. Todo ello debería invitar a la prudencia para estudiar los hechos con el fin de delimitar lo real de lo exagerado producto de sentimientos encontrados.

 

1936-1937: EL ORIGEN DE LOS PRIMEROS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN

Los campos de concentración van a ser fruto de la guerra civil, sin embargo, para entender su sistema represivo es necesario poner atención al sentimiento de deslegitimidad que la II República y sus políticas despertaba entre los insurrectos. En julio de 1936, ni en Madrid ni en Barcelona triunfó el golpe. Sin embargo, prontamente el panorama se vio teñido por una violencia sin igual. Esta primera fase, la “guerra de columnas”, no se rigió por un modelo característico de guerra civil sino por asesinatos masivos. En el verano caliente de 1936 no hay unas directrices claras que revelen las intenciones para con los prisioneros, sobre todo porque lo que se había previsto era un golpe de Estado. De esta manera, paulatinamente se empezaron a acumular ciudadanos en los centros de detención ilegal y preventiva por todo el territorio español, produciéndose encarcelaciones con unos criterios bastante peregrinos.

El Estado de Guerra al cual estaba sometida España se vio totalmente revalidado por la creación de la Junta de Defensa Nacional que asumía todos los poderes[1] del Estado, es decir, este organismo supondría la subordinación de la justicia civil a la justicia militar. Así, y ante las necesidades de una guerra larga, se fueron instaurando tribunales militares y auditorias para la clasificación de los prisioneros y detenidos políticos, dotando de una legitimidad a la violencia que pasaba a estar controlada formalmente. Es precisamente aquí, en el paso del golpe de estado a guerra civil donde se encuadra la instauración del sistema concentracionario destinado a sanear España de “enfermos y descarriados”. A finales de 1936 había campos de concentración en A Coruña, Ávila, Burgos, Talavera de la Reina y Zaragoza. Unos meses más tarde, esta ínfima red se expandiría por toda la retaguardia republicana, produciéndose una regulación progresiva a la vez que paralela al desarrollo del aparato legal y jurídico.

Los prisioneros tomados al enemigo y las personas, civiles o militares, apresadas, en primer lugar eran clasificadas:

  • Los clasificados como A eran propuestos para libertad provisional y si eran jóvenes se tenían que adherir al Movimiento.
  • Los clasificados como B eran voluntarios que se habían alistado en las filas republicanas pero que no tenían ninguna responsabilidad política o social. Eran los más numerosos. Además estaban recluidos como prisioneros hasta que no se demostrase lo contrario, lo que quiere decir que podrían ser inocentes de cualquier delito, no poderlo demostrar, y acabar en un Batallón de Trabajadores.
  • Los clasificados como C eran los dirigentes y destacados en partidos y actividades políticas o sociales. Estos eran los verdaderos enemigos de la Patria.
  • Los clasificados como D eran presuntos responsables de delitos comunes originados antes o después de la rebelión.

La creación de la Inspección de Campos de Concentración de Prisioneros[2] (en adelante ICCP) el 5 de julio de 1937 impulsó un importante crecimiento cuantitativo de los campos de concentración. Pocos eran los criterios a seguir para el establecimiento de nuevos campos. A saber, la cercanía, si era un campo de evacuación y clasificación, al frente del que dependía. También se tenía en cuenta las vías comunicativas, así como el hallar un local o centro verdaderamente adecuado para establecerlo, aunque quizá este último sea el menos importante.

Campo de Concentración de Miranda de Ebro
Campo de Concentración de Miranda de Ebro

Según avanzaba la guerra el número de prisioneros aumentaba, sobre todo los del tipo B que se veían enrolados en los Batallones de Trabajadores cuyas condiciones eran ínfimas. Los campos de concentración siguieron engrosando sus filas llegando casi al bloqueo burocrático y administrativo.

 

1938-1939: LA OFENSIVA FINAL

La derrota de Brunete, los hechos acontecidos en mayo de 1937 y la represión que derivaron de ellos, dejaron un panorama desolador y muy débil. La República apenas tenía fuerzas para tomar una iniciativa militar clara, y mucho menos, cuando de nuevo, el objetivo de Franco volvió a ser Madrid. Para estas fechas, la Guerra Civil se había convertido en una guerra total. El contraataque franquista no se hizo esperar y, llegó hasta el Mediterráneo en una de las batallas más cruentas: la batalla del Ebro desarrollada de julio a noviembre de 1938. Esta batalla significaría el fin de la República. Además, esta situación tendría un sujeto de primera instancia: el prisionero de guerra.

Prisioneros republicanos en un campo de concentración de la España franquista
Prisioneros republicanos en un campo de concentración de la España franquista

Es en esta fase de la Guerra Civil en la que los campos de concentración estables adquirieron su punto máximo de madurez. También es aquí cuando el modelo concentracionario franquista tuvo que adaptarse a una realidad que superaba largamente al proyecto teórico. Fueron las batallas de Teruel, Aragón, Cataluña y del Ebro las que marcarían el devenir de la Guerra Civil española, pero al mismo tiempo sellarían la historia del fenómeno concentracionario español. es necesario señalar que 1938 y 1939 resultaron ser los años donde en los campos de concentración se observaron las mayores tendencias de grado totalitario en el trato de los prisioneros de guerra. Esta marca se puede observar en la presencia de agentes de la Gestapo en San Pedro de Cardeña o en las investigaciones sobre el “psiquismo marxista” y la pureza de la raza hispánica que el Gabinete de Investigaciones Psicológicas de Vallejo Nágera llevó a cabo, estando fuertemente influenciado por las corrientes y teorías de la eugenesia que a partir de 1900 entraron con fuerza en España.

Con la pérdida de Teruel vino una importante iniciativa que establecerá la imagen de los campos de concentración tal y como los imaginamos:

…me permito exponer en especial a la consideración de V.E. la relativa a la conveniencia de emprender la construcción de barracones desmontables con el doble objeto de ampliar de momento la capacidad de los campos de concentración actuales, y emplearlos más adelante en los verdaderos Campos de Concentración de Trabajo[3].

 

Hasta entonces, casi todos los alojamientos eran edificios usados provisionalmente, como castillos, palacios o conventos. Pero, desde entonces, la imagen de los campos de concentración sería la de los barracones de madera alineados con kilómetros de alambre de espino a su alrededor. Miranda de Ebro, San Pedro de Cardeña, San Marcos de León y Aranda de Duero, sobre todo por su relación directa con Asturias y por la cercanía al nuevo foco de entrada de soldados republicanos, serían los centros donde principalmente se realizaron esas obras de ampliación, dotando a los campos franquistas de un elemento que los igualó, al menos estéticamente.

Eran principios de 1939 y la caída de Cataluña ya estaba cerca. La llegada del nuevo año marcaría el fin retórico de la guerra civil pero no el drama de los prisioneros. El número de prisioneros dependientes de la ICCP a finales de 1938 era de 31.061. Tan sólo en dos meses, en febrero de 1939, el total de prisioneros era de 237.103. Además hay que tener en cuenta los 90.000 que estaban encuadrados en los BB.TT.

Con el tiempo a los prisioneros se les mandaría a sus lugares de residencia en la mayoría de los casos, para pasar tras una nueva depuración, a cumplir la “mili de Franco” en los Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores. Después, una vez los prisioneros tuvieran su encomienda, mientras unos estaban en las cárceles y otros en fosas comunes, el sistema concentracionario comenzó a no tener sentido. La ICCP se disolvió en 1942 reconvertida en la Jefatura de Campos de Concentración dentro de la Dirección General de Servicios del Ministerio del Ejército. Los campos franquistas no fueron simples depósitos de prisioneros, sino lugares en los que se les clasificó, en los que se les intentó reeducar en los principios de los vencedores y utilizarlos en obras consideradas de “interés nacional”. Que la ICCP lo consiguiera es otra cuestión, pero de lo que no cabe duda es que organizó los primeros BB.TT que fueron el primer paso para la implantación del trabajo esclavo[4].

 


NOTAS 

[1] Boletín Oficial de la Junta de Defensa Nacional de España, Burgos, 25 de julio de 1936, nº 1.

[2] La ICCP podría estar sugestionada por la Inspektion der Konzentrationslager creada en Alemania en 1934 bajo mando de la Gestapo, siendo el referente institucional para el cambio en materias concentracionarias en el régimen nacionalsocialista.

[3] RODRIGO SANCHEZ, Javier (2005), pág. 85.

[4] ACOSTA BONO, Gonzalo (2004), pág. 18.


BIBLIOGRAFÍA

  • ACOSTA BONO, Gonzalo: El canal de los presos (1940 – 1962). Trabajos forzados: de la represión política a la explotación económica. Crítica (Barcelona) 2004.
  • MOLINERO, Carme; SALA, Margarida; SOBREQUES, Jaume: Una inmensa prisión: los campos de concentración y las prisiones durante la guerra civil y el franquismo. Crítica (Barcelona) 2003.
  • RODRIGO SANCHEZ, Javier: Cautivos: campos de concentración en la España franquista, 1936 – 1947. Crítica (Barcelona) 2005.
  • RODRIGO SANCHEZ, Javier: Hasta la raíz: violencia durante la Guerra Civil y la dictadura franquista. Alianza (Madrid) 2008
  • RODRIGO SANCHEZ, Javier: Los campos de concentración franquistas: entre la historia y la memoria. Siete Mares (Madrid) 2003.

Si quieres utilizar este texto perteneciente a La Misma Historia, no olvides citarnos de la siguiente forma:

Rodríguez Pérez, Irene: La incertidumbre del mañana: los campos de concentración franquistas (24 de abril de 2018) en La Misma Historia [Blog]. Recuperado en: https://lamismahistoria.es/campos-concentracion-franquistas/ [Consulta: fecha en que hayas accedido a esta entrada]

Irene Rodríguez

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