Como se pueden imaginar, queridos lectores, no se antoja tarea fácil condensar más de un milenio de historia en las pocas líneas que nos disponemos a exponer a continuación. Sin embargo, se hace necesaria dicha tarea para poder cumplir el principal cometido que nos hemos marcado desde esta publicación: hacer accesible, a todo aquel que esté dispuesto a iniciar este viaje con nosotros, diversos aspectos de lo que hemos venido en denominar «Universo Bizantino».
Pues bien, la primera pregunta que uno podría hacerse es: ¿Qué es Bizancio? Probablemente la respuesta de cada experto o persona familiarizada con el tema a la que puedan preguntar será diferente ya que, como en la vida misma, existen opiniones para todos los gustos; todo depende del matiz. Sin embargo, todos podríamos converger en tres elementos fundamentales que, entre otros, definió el académico yugoslavo de origen ruso Georg Ostrogorsky en su famoso libro Historia del Estado Bizantino[1]. Serían: una tradición política e institucional de origen romano; el elemento cultural helénico; y, por último, el Cristianismo. Todos y cada uno de ellos forman una tríada clave sin la cual el sujeto histórico bizantino carecería de un sentido global. Evidentemente, a lo largo de su longeva historia, unos elementos pesaron más que otros o tuvieron una importancia más destacada en la sociedad del momento; si bien todos ellos son identificables y perennes desde su momento inicial hasta su ulterior final. Pasemos pues a presentar cada uno de ellos.
Por extraño que pueda parecer en la Europa Occidental, donde el fin del Imperio romano está categóricamente establecido en el fatídico año 476 (concretamente el 4 de septiembre), cuando el caudillo hérulo Odoacro depuso al último emperador, Rómulo Augústulo (475-476), Roma perduró en el Oriente mediterráneo durante aproximadamente un milenio bajo lo que actualmente denominamos Imperio bizantino. Y es que, a pesar de ello, tampoco podemos hablar en Occidente de una «caída del Imperio romano», sino más bien de una progresiva transformación debida a la convergencia de una serie de numerosos y complejos factores; pero quizás ello sea motivo de futuros posts. Lo que nos importa ahora es señalar que el término «bizantino», del cual deriva la denominación por la cual se conoce entre los académicos la disciplina que se encarga del estudio de esta realidad histórica: «bizantinísitica», se trata de una concepción moderna y totalmente artificial. Fue el historiador y humanista de origen alemán Hieronymus Wolf (1516-1580), quien se encargó de acuñar y extender entre los estudiosos de dicha materia el término «bizantino» (debido fundamentalmente a una importante labor de edición de fuentes escritas que cristalizaron en el Corpus Historiae Byzantinae); el cuál, a su vez, deriva de la denominación que hasta su refundación por el emperador Constantino I (306-337) en el año 330 (concretamente el 10 de mayo) se conocía a la ciudad de Constantinopla: Bizancio (colonia fundada por Bizas, originario de Megara (Grecia), hacia el año 667 a.C.). Lo cierto es que los «bizantinos» como nosotros los denominamos actualmente, herederos legítimos y únicos de la antigua Roma hasta 1453, en ningún momento dejaron de considerarse y denominarse «Romaioi», es decir, romanos; algo que, a excepción de los poderes occidentales (debido a diversas cuestiones políticas), también consideraron algunos de sus vecinos musulmanes, como los Otomanos, quienes los denominaban «Rumíes». Es por ello que podríamos definir a Bizancio como el equivalente romano en el Mediterráneo oriental durante la Antigüedad Tardía (ss. IV-VII) y la Edad Media (ss. VII/VIII-XV).
Quizás tendemos a pensar incorrectamente que la conquista romana de la Península helénica (grosso modo la actual Grecia) durante los siglos II y I a.C. borró todo rastro de helenismo en dicho territorio (y por extensión en el Oriente mediterráneo) tras su incorporación a la República de Roma. Nada más lejos de la realidad. Numerosas costumbres, rasgos culturales y, especialmente, la lengua griega se mantuvieron en ésta área como un elemento cotidiano fundamental. Tras la división del Imperio efectuada por el emperador de origen hispano Teodosio I (378-395) en el año 395 y la fundación de Constantinopla por Constantino I (306-337) en el ya citado 330, todos estos elementos fueron incrementando progresivamente su importancia, especialmente el griego, que tras los drásticos y profundos cambios que tuvieron lugar durante el reinado del emperador Heraclio I (610-641) pasó a ser el idioma oficial utilizado por la administración imperial en detrimento del latín. A partir de entonces, lo que se conoce como «el repliegue de Bizancio» (ss. VII-IX), determinó que el Imperio pasase a focalizarse fundamentalmente en las actuales Penínsulas de Anatolia y Grecia, donde el peso del elemento cultural griego era enorme. A partir de esos momentos las principales manifestaciones literarias y artísticas que encontramos van a estar concebidas desde este horizonte cultural, desarrollándose lo que se conoce como «griego medieval» y llegando al punto de que, en Occidente, con objeto de restar legitimidad al Imperio, se le llegue a denominar peyorativamente como «Imperium Graecorum» (Imperio Griego).
Probablemente a muchos de nosotros, debido a la sociedad producto de la Ilustración en la que nos encontramos, nos sea totalmente ajena la importancia cotidiana que la religión (en este caso el Cristianismo) tuvo en las múltiples sociedades tardoantiguas y medievales. Pues bien, Bizancio no fue ajeno a dicho fenómeno. El Cristianismo, surgido en Palestina durante el final del siglo I a.C. y comienzos del siglo I d.C. debido a la labor evangélica de Jesús de Nazaret, fue ganando partidarios y adeptos a lo largo del mundo romano hasta ser primero tolerada por los emperadores Constantino I (306-337) y Licinio I (308-324) a través del Edicto de Milán (313) y posteriormente declarada como religión única oficial y tolerada gracias al Edicto de Tesalónica (380) decretado por el emperador Teodosio I (378-395). Para ponderar el alcance que tuvo la religión cristiana tuvo en el Oriente mediterráneo bajo soberanía bizantina basta observar que los primeros Concilios Ecuménicos (comenzando por el de I de Nicea en el año 325) tuvieron lugar en diversas localidades del Imperio romano oriental, que los debates teológicos y herejías más destacadas (como el arrianismo, el nestorianismo o el monofisismo) surgieron en este ámbito o que fenómenos como las peregrinaciones o el monacato también dieron sus primeros pasos en esta área y posteriormente fueron importados al Occidente europeo. Asimismo, los principales conflictos a nivel interno que sufre la sociedad bizantina a lo largo de los siglos también van a definirse en términos de posicionamiento cristiano, tales como el conflicto de las imágenes o Iconoclasia (ss. VIII-IX) o la división eclesiástica entre Roma y Constantinopla en el año 1054 (conocido como Cisma de Focio), que perdura hasta nuestros días. Por último, el credo cristiano fue uno de los elementos definitorios que marcaba la frontera entre la «romanitas» y la «barbaritas»; en otras palabras, en ser considerado o no un «ciudadano del Imperio».
Aunque no lo hemos incluido en el «triángulo básico», no podemos dejar de reseñar brevemente la gran importancia que durante la milenaria existencia del Imperio tuvo su capital y centro neurálgico del mismo: Constantinopla. Tal y como hemos apuntado anteriormente, su fundación originaria se remonta al siglo VII a.C. por colonos de la polis (ciudad) griega de Megara, si bien el aspecto actual que conserva el casco histórico de la actual Estambul (Turquía) se debe, entre otros, a la obra del emperador Constantino I (306-337), quien tras su victoria sobre su rival orienta Licinio I (308-324) en el año 324 entró en la ciudad y la remodeló por completo, tardando seis años aproximadamente y bautizándola como Nea Roma Constantinopolitana (Nueva Roma). Su situación geográfica, a caballo entre dos continentes (Europa y Asia), así como la orientación eminentemente oriental de los problemas a los que el Imperio debió de hacer frente durante los siglos III-IV (Persia Sasánida y Godos, entre otros) motivaron su reconocimiento; consolidado durante el siglo V con su reconocimiento como Patriarcado Ecuménico (tras el Concilio de Calcedonia del año 451). Durante ese mismo período se erigieron las fortificaciones que todavía hoy son visibles y que se conocen como la Muralla de Teodosio (II en este caso, 408-450), constituyéndose así su primera y última línea de defensa que salvó en numerosas ocasiones no solo la ciudad sino también la estabilidad del Imperio y que tan solo sucumbió ante el empuje de los cañones otomanos en la primavera del año 1453. Durante muchos siglos fue la urbe más populosa y cosmopolita del viejo continente, siendo su esplendor comparable, y siempre a cierta distancia, al de la Córdoba califal; llegando durante el siglo VI a alcanzar el medio millón de habitantes y asistiendo a la erección de imponentes monumentos que todavía hoy son visibles, como el caso de Santa Sofía, ejemplo arquitectónico para el mundo musulmán y eslavo. El binomio Imperio-Constantinopla fue indisoluble con la excepción del período comprendido entre el año 1204 y el 1261, cuando tras la toma cruzada de la ciudad la capital se vio obligada a trasladarse a la cercana ciudad de Nicea (actual Iznik, Turquía); de ahí que se considere espina dorsal y corazón del Imperio.
Tal y como advertíamos con anterioridad, no es nuestra intención tampoco encorsetar en las siempre a menudo incómodas costuras del tiempo el período temporal de desarrollo de nuestro «universo bizantino», pues aquí también la variedad es notable y notoria. Así pues, sirvan las pinceladas que apuntamos a continuación como una orientación más que como una aseveración de unos límites que también suelen ser siempre complejos y difíciles de establecer. Podemos considerar por lo tanto que el punto de partida del Imperio romano Oriental se efectúa el 10 de mayo del año 330 con la ya aludida refundación de Constantinopla por parte del emperador Constantino I (existen, como decimos, también otras alternativas); situándose su final el 29 de mayo del año 1453, cuando las fuerzas del sultán otomano Mehmet II (1444-1445/1451-1481) tomaron por las armas la ciudad imperial, dando muerte inclusive al emperador Constantino XI (1449-1453), último de su linaje. Desde el punto de vista academicista suele dividirse este período, a su vez, en otros tres grandes momentos, denominados y organizados de la siguiente manera:
A vista de pájaro podemos señalar que el primero de ellos, además de ser el más corto, es en el cuál el Imperio continúa siendo plenamente romano, pues emperadores como Anastasio I (491-518), Justiniano I (527-565) o Mauricio (582-602) tienen una importante preocupación por el Occidente mediterráneo, llegando el segundo de ellos, también conocido por su magna labor en relación al derecho, a organizar toda una serie de campañas para restaurar el dominio sobre ellos. El segundo de ellos se inicia hacia el año 630, cuando el Islam comienza a desarrollarse rápidamente y Bizancio debe replegarse ante su empuje en Oriente y el de los pueblos eslavos en los Balcanes, entrando en un período también conocido como los «siglos oscuros» (debido a la notable disminución de los testimonios escritos) y que termina con una nueva expansión del Imperio durante los siglos X y XI, una vez solucionada la crisis iconoclasta, bajo la conocida como dinastía macedonia. A partir de aquí podríamos tener dos hitos marcatorios para delimitarlo: o bien la batalla de Mazinkert (Malazgirt, Turquía) en el año 1071, en el que la derrota de las tropas imperiales marca el punto de partida del asentamiento turco en la Península de Anatolia; o bien el fatídico 1204, cuando los ejércitos occidentales de la IV Cruzada caen sobre Constantinopla aprovechando la división existente en la corte entre varias facciones y establecen lo que se conoce como el Imperio latino (1204-1261). En cualquier caso se trata del período más largo, complejo y heterogéneo de la historia bizantina, en el cual también se pueden efectuar varias subdivisiones. Finalmente, el último de ellos comenzaría en cualquiera de las dos fechas señaladas y terminaría con la ya aludida conquista de Constantinopla en el año 1453; estando caracterizado por la lenta y constante agonía de un Imperio de carácter más regionalista y marcadamente griego.
Como epílogo consideramos brevemente la extensión territorial del Imperio, si bien dejando claro al lector que el alcance cultural, político y económico de Bizancio fue mucho más allá de sus fronteras políticas, siendo uno de los poderes mundiales más influyentes a todos los niveles durante la Edad Media. Como ya hemos reiterado, sus fronteras variaron y fluctuaron notablemente a lo largo de los siglos, desde el Danubio hasta las cataratas del Nilo (Eje Norte-Sur) y desde el Cáucaso al Sureste de la Península Ibérica (Eje Este-Oeste) en su momento de máximo apogeo, pasando por amplias zonas del Norte de África, Península Itálica, Europa Suroriental u Oriente Próximo; hasta verse limitado a los alrededores de la propia Constantinopla en sus últimas décadas de existencia durante el siglo XV.
Bibliografía básica (en castellano)
* CABRERA, E. (1998), Historia de Bizancio, Barcelona, Ed. Ariel.
* CASTILLO FASOLI, R. D. (2010), Historia Breve de Bizancio, Madrid, Ed. Sílex.
* HERRIN, J. (2009), Bizancio: el Imperio que hizo posible la Europa Moderna, Madrid, Ed. Debate.
* OSTROGORSKY, G. (1983), Historia del Estado Bizantino, Madrid, Ed. Akal.
* TREADGOLD, W. (2001), Breve historia de Bizancio, Barcelona, Ed. Paidós.
[1] Ostrogorsky (1983), p. 27. Citamos aquí el año de la traducción castellana de la obra, ya que el trabajo original (en alemán) es de fecha anterior (1963).
[alert-note]»Aitor Fernández Delgado (Barakaldo, 6/4/87), licenciado en Historia por la Universidad de Deusto; Máster en Historia y Ciencias de las Antigüedad por las Universidades Autónoma y Complutense de Madrid y actualmente Becario FPI/Doctorando en la Universidad de Alcalá en el programa Historia, Cultura Escrita y Pensamiento bajo la dirección de la Prof. Margarita Vallejo Girvés; a la vez que he sido hasta este mismo año miembro del Proyecto de Investigación «Exiliados y Desterrados en el Mediterráneo Oriental, ss. IV-VII», con estancias de investigación en las Universidades de Oxford y Princeton (actualmente). Finalmente, el título de mi tesis es: «De Re Diplomatica cum Barbariis: legados, legaciones y evolución de las iniciativas diplomáticas imperiales en relación al limes septentrional durante el largo siglo VI», la cual espero terminar antes de finales del próximo año (2016). Dirige la página web Lumen Orientis«[/alert-note]
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Fernández Delgado, Aitor. Claves históricas sobre«Bizancio», perfiles cronológicos, geográficos y (algunos ) rasgos definitorios (24 de septiembre de 2015) Historia 2.0 [Blog] Recuperado de: http://historiadospuntocero.com/claves-historicas-sobre-bizancio-perfiles-cronologicos-geograficos-y-algunos-rasgos-definitorios/ [Consulta: fecha en que hayas accedido a esta entrada]
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