Os hablamos ya del origen de los juegos gladiatorios, o munera gladiatoria, en artículo sobre el Disturbio de Pompeya, pero vamos a hacer un pequeño resumen para refrescar la memoria. En la cultura etrusca, como mínimo remontándonos al siglo IV a. C., ya existían luchas entre combatientes, pero no para el disfrute de los espectadores en su tiempo de ocio, sino como ritual funerario. Toda muerte, incluso las naturales, se consideraba como un asesinato. Para apaciguar la ira del difunto, la sangre de los luchadores era derramada como ofrenda. De aquí derivó el nombre que recibía este espectáculo, munera —regalo—. No necesariamente morían en estas luchas religiosas, y no todo el mundo podía permitirse su coste. Inicialmente, estos primeros combatientes se llamaban bustuarii, tomando el nombre de la pira del difunto, el bustum. Normalmente el combate se celebraba a los nueve días del fallecimiento.
Algunos investigadores creen que tiene un origen más antiguo y consideran una representación de una lucha en un sarcófago del siglo VI a. C. en la ciudad griega de Caere, Etruria, como la primera referencia iconográfica.
Roma heredó directamente esta costumbre, según Suetonio, del rey etrusco Tarquinio Prisco. Pero hacia el final de la República pierde la relación con las ceremonias funerarias y pasa a convertirse un espectáculo. El primer combate que se conoce lo organizó Junius Brutus enfrentando a tres parejas en el Foro Boario, en el año 264 a. C.
Por lo general, los gladiadores eran considerados gente “infame”, es decir, con mala reputación. En muchas ocasiones eran presos o condenados, pero esta actividad no solo se limitaba a gente de baja condición; existían también hombres libres que se dedicaban a ello de forma profesional, a cambio de un sueldo.
¿Y mujeres? También existían mujeres gladiadoras. Las condiciones eran las mismas; podían ser de baja extracción social o mujeres libres, aunque lo más frecuente era lo primero. Conocemos su existencia a a través de ciertas representaciones o testimonios como el de Dion Casio, que las menciona en época de Neron. También se conoce una ley que prohibía dedicarse a ello a las mujeres libres menores de veinte años. Luchaban entre ellas, no contra hombres, aunque en algunos casos aparecen en combates colectivos junto a ellos, subida en un carro o con arco y flecha para igualarse. Llevaban las mismas armas y vestimenta, pecho al descubierto incluido.
En muchos casos se asocian los combates femeninos al lujo, como algo exótico; como si entrenar mujeres para luchar fuera propio de culturas lejanas. Se sabe que eran especialmente apreciadas las etíopes. Por esta relación con el lujo debido al coste de traer luchadoras desde tan lejos, ofrecer un espectáculo con mujeres era sinónimo de riqueza.
Ya constan representaciones de lucha femenina en época etrusca. Sin embargo, en el caso griego no es así. Nos puede venir a la mente el caso de las espartanas que, si bien es cierto que se adiestraban en la lucha, no consta que combatieran “profesionalmente”.
Era una actividad regulada y gestionada por el lanista, que era quien hacía negocio con los luchadores. Con el tiempo se crean escuelas, los ludus, para que entrenen y se especialicen en distintos tipos de arma y estilo de lucha. No utilizaban armas reales en estos entrenamientos, sino herramientas de madera. Se emparejaba a gladiadores opuestos para dar un mejor espectáculo.
Se alojaban en este mismo lugar, en pequeñas celdas que servían de habitación. Los presos permanecían encadenados mientras estuvieran en ellas.
Su alimentación se cuidaba mucho, ya que necesitaban tenerlos en un estado físico excelente. Hay varias fuentes, como Cipriano o Galeno, que aseguran que comían mucha carne, pero se han investigado en profundidad los huesos de un cementerio de gladiadores de Éfeso y, por lo menos los de este lugar, demostraron una dieta casi vegetariana. Lo que sí probaron fue un alto aporte de calcio que, según Plinio, se debía a la ingesta de una bebida hecha a base de cenizas vegetales.
El coste de la alimentación recaía sobre el lanista, y éste era alto, ya que debían comer tres veces al día. Pero parte de la carne consumida procedía de los propios animales contra los que también se hacía luchar en el anfiteatro.
La noche anterior a un combate era habitual que se celebrara la cena libera: una celebración en la que participaban tanto los gladiadores a los que les tocara luchar como sus familias. A estas cenas podían asistir espectadores solo para observar, con el fin de valorar por quién apostar al día siguiente.
Se dividían en dos grandes grupos según su tipo de vestimenta:
Casi todos llevaban un yelmo que no solo les servía para proteger la cabeza, sino también para darles anonimato.
Tipos más populares:
Otros tipos menos habituales:
Los juegos se inauguraban con la Pompa, una procesión en la que desfilaban los participantes. Primero entraban los magistrados promotores del espectáculo, seguidos de estatuas dedicadas a dioses o enseñas de la ciudad. Tras ellos iban los contendientes con galas especiales que solo utilizaban para esta ceremonia. El número fue creciendo con el tiempo, conforme aumentaba la popularidad de este espectáculo. En época de Trajano llegaron a participar hasta 10.000 gladiadores.
El espectáculo no solo constaba de combates. A veces incluía otros baños de sangre como la aniquilación de enemigos de guerra o condenados. El ganador obtenía la palma de la victoria o un premio en metálico. El perdedor, por su parte, no necesariamente moría. En ocasiones, si la lucha había sido de calidad, sobrevivían ambos. Pero cuando el organizador o el público pedía la muerte del vencido, normalmente se ejecutaba por degollamiento.
Para retirar a los muertos también había escenografía; se encargaban dos personajes, uno disfrazado de Caronte con un martillo que aludía al antiguo dios de los infiernos etrusco, y otro vestido de Mercurio con un caduceo al rojo vivo que clavaba en el muerto para comprobar que realmente lo estuviera antes de llevárselo. Por la condición de infame de los gladiadores, no podían enterrarse junto al resto de la gente. Tenían cementerios específicos.
Había dos árbitros. El principal, que llevaba a modo de uniforme una túnica blanca con dos rayas rojas horizontales. Y el lorarius, cuya misión era azuzar a los luchadores con una pica caliente cuando el combate no era lo suficientemente interesante.
Completaban la galería de personajes que intervenían en el espectáculo los músicos, que acompañaban de principio a fin y se los representa en muchas iconografías. La banda tenía al menos cuerno, clarín, trompeta y flauta, y se situaban al pie de la arena.
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Elías Viana, Marta: Los juegos gladiatorios (9 de enero de 2018), en La Misma Historia [Blog]. Recuperado en: https://lamismahistoria.es/juegos-gladiatorios/ [Consulta: fecha en que hayas accedido a esta entrada]
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