En 1526, bajo mandato de Carlos V, se reunió una junta en Granada que propuso toda una seria de mediadas prohibitivas contra la población morisca. Estas quedaran prorrogadas durante cuarenta años por el pago de 80.000 ducados que los moriscos le entregaron al emperador. En 1566, pasado el tiempo de prórroga y por iniciativa del arzobispo de Granada, Pedro Guerrero, se reunió en Madrid una junta compuesta por teólogos, juristas y militares que aconsejaron al rey, Felipe II, que aprobara la Pragmática contra los moriscos, por la cual todos sus signos religiosos y culturales quedaban proscritos, pues se alegaba que mientras los moriscos conservaran sus costumbres y tradiciones nunca podrían ser verdaderos cristianos. El rey acepto y el 1 de Enero de 1567 se aprobó la Pragmática.
Los moriscos intentaron apelar esta decisión y negociar con el monarca, pero este se negó, pues había optado por un estricto confesionalismo donde se anteponía la unidad religiosa e ideológica a las ventajas económicas que se derivan de la diversidad cultural del reino. Fruto de esta postura, será una marcada intransigencia por parte del clero, más concretamente en las figuras del cardenal Espinosa, presidente del Consejo de Castilla y director de la Junta de Madrid, y Pedro de Deza, del Consejo de la Inquisición, que se mostraron inflexibles con este tema.
El cronista Luis de Mármol Carvajal habla de la moderación que pudo verse en las figuras de la nobleza granadina, partidarios de la no aplicación de las medidas anti moriscas o de su aplicación de forma gradual. Representante de este sector fue el Capitán General de Granada, Iñigo López de Mendoza y Mendoza, III Marqués de Mondéjar, que estaba convencido de que esta política supondría la ruina y por ello fue a la Corte con el propósito de interceder a favor de los moriscos, lo que resulto infructuoso.
La represión no se hizo esperar, y se procedió a la revisión de los limites y títulos de propiedades de los moriscos, con el fin de de descubrir y castigar a los poseedores de tierras concejiles y de particulares. También se les prohibió tener esclavos negros y se prohibió acoger a fugitivos de la justicia o que estos pudieran acogerse a la caridad de las iglesias. Los principales beneficiarios de esta política será la burocracia granadina y los conventos, además de las instancias menores, funcionarios y particulares, que orientaron sus actuaciones a sacar beneficio de la situación de los moriscos.
La causa más inmediata de esta política fue el aumento del bandolerismo, dando lugar a la figura de los monfíes, que serian los responsables de la sublevación; el aumento de la tensión social y de la inseguridad en Granada, así como la marcha de buena parte de la población morisca a tierras del Magreb.
En los meses siguientes a la aprobación de la pragmática, los moriscos comenzaron a organizarse y a reunirse en casas de familias importantes o conocidas, desde donde comenzaron a darse órdenes y se iniciaron los primeros pasos de la sublevación. Una de las primeras cosas que trataron fue la elección de un líder que encabezara la revuelta, responsabilidad que recayó en Hernando de Córdoba y Valor, que pertenecía al poderoso clan de los valories y que además descendía de la familia de los Omeya, por lo que tomo el nombre árabe de Abén Humeya. El cronista Diego de Mendoza nos habla de la ceremonia de entronización: Vistiéronle de púrpura, y pusiéronle a torno del cuello y espaldas una insignia colorada a manera de faja. Tendieron cuatro banderas en el suelo, a las cuatro partes del mundo, y él hizo su oración inclinándose sobre las banderas, el rostro al oriente (zalá la llaman ellos), y juramento de morir en su ley y en el reino; defendiéndola a ella y a él, y a sus vasallos. En esto levantó el pie, y en señal de general obediencia postrose Aben Farax en nombre de todos, y besó la tierra donde el nuevo rey tenía la planta. A éste hizo su justicia mayor; lleváronle en hombros, levantáronle en alto diciendo: «Dios ensalce a Mahomet Aben Humeya, rey de Granada y de Córdoba. Tal era la antigua ceremonia con que eligían los reyes de la Andalucía, y después los de Granada.
Así pues en la Navidad del año 1568 comenzaba la sublevación morisca, que daría lugar a una guerra que se extendería a lo largo de tres años (1571), y que tendría por bandera la crueldad desmedida, en uno y otro bando.
El primer movimiento de esta guerra lo realizaran los moriscos cuando el lugarteniente de Aben Humeya, Farax Aben Farax, penetro en el barrio granadino del Albaicín, en la noche del 24 al 25 de Diciembre, con un grupo de monfíes para sublevar a los moriscos de esta zona. La maniobra fracaso y Farax tuvo que retirarse.
[…]un día acordaron de ir al río de Almería, y llegando a un lugar muy bueno y rico llamado Guecija, lo primero que hicieron fue abrasar un rico convento de frailes dominicos, donde había un estudio grande de predicadores, degollaron a todos los frailes y desnudos en carnes los arrojaron en una balsa grande, en la que se recogían las heces de aceite de muchas almazaras, echando juntamente con ellos a otros cristianos, y en particular a la hija de un licenciado, llamado Gibaja, que era muy hermosa. Echáronla a ésta vestida con sus ropas costosas y ricas, y así parecía en la balsa cubierta toda de grana, y con sus guantes calzados, que era grande compasión verla, así como a los demás cristianos allí degollados.
A este hecho hay que sumarle los contactos diplomáticos iniciados con los turcos otomanos a través de la ciudad de Argel, que en esta época era un protectorado turco, en los que Aben Humeya pedía ayuda a sus correligionarios. El sultán otomano mostro interés por la causa, sobre todo por la posibilidad de debilitar el poder de Felipe II, y colaboro con el envió de algunas tropas bereberes y turcas, pero su ayuda nunca tuvo un carácter decisivo.
La suma de todos estos acontecimientos provoca el pánico en la capital granadina y el surgimiento de los preparativos pertinentes, por parte del Marqués de Mondéjar, para combatir la revuelta. Toda la campaña que desarrollara el marqués estará sujeta a toda una seria de hándicap que la condicionaran de una manera decisiva. Estos hándicap de los que hablo serán por un lado el surgimiento de un odio por parte de la población cristina antes estos moriscos, por sus atropellos y tropelías contra los cristianos. Esta inquina se volverá en contra del marqués, pues había sido defensor de una política de apaciguamiento de los moriscos, hecho este, que será muy bien aprovechado por sus enemigos políticos favoreciendo la falta de apoyo del pueblo hacia el marqués. El otro gran problema se desarrollara a lo largo de toda la guerra, y será el conflicto de competencias entre los militares de origen noble y los letrados de la Chancillería, siendo esta ultima una nueva clase de burócratas que aprovecharan esta tesitura para lanzarse hacia las posiciones de la vieja nobleza. Esto se acabara traduciendo en una soldadesca muy numerosa, compuesta por gente muy inexperta e indisciplinada que solo se guiara por la búsqueda de botín, dando lugar a numerosos problemas y conflictos a lo largo de la guerra. Aun con todo esto el Marqués de Mondéjar salió de Granada a principios del mes de Enero del año 1569.
Los primeros pasos de este se dirigieron hacia la zona de Alhendin, pasando al Padul y luego a Durcal, donde se establece durante algunas días para abastecerse y esperar a que se le unieran el resto de tropas, juntándose con 1800 infantes a pie y 90 caballos.
De Durcal saldrá, el 9 de Enero, rumbo a Tablate, un pueblo situado en la zona del Valle de Lecrin pero de gran importancia estrategia, pues en él se encuentra el puente de Tablate, puerta de acceso a la Alpujarra, y que está bajo control de las tropas de Aben Humeya. De camino los mudéjares de Albuñuelas viendo el poderío del ejército reunido por el marqués, piensan que va a dirigirse contra ellos y salen a pedirle la paz al marqués. Pasara la noche en Elchite y a la mañana siguiente alcanzara la población de Tablate, donde se desarrollara una batalla por el control del mencionado puente. El cronista Mármol Carvajal narra la batalla así:
Los moros tenían desbaratada la puente de manera que no podían pasar caballos ni aun peones sin grandísima dificultad y peligro, porque solamente habían dejado unos maderos viejos, que debieron ser estantes de la cimbra, al un lado, y sobre ellos un poco de pared tan angosta, que apenas podía ir por ella un hombre suelto; y aun este poco paso que para ellos habían dejado, ofreciéndoseles necesidad de pasar, le tenían descavado y solapado por los cimientos de manera, que si cargase más de una persona fuese abajo; y era tan grande la hondura del barranco por esta parte, que mirando desde arriba desvanecía la cabeza y quitaba la vista de los ojos. El marqués de Mondéjar iba muy bien apercebido, aunque no avisado de la rotura de la puente; llevaba la gente puesta en escuadrón, sus mangas de arcabuceros a los lados, y los corredores delante descubriendo el campo. Con esta orden llegó la vanguardia a unos visos que descubren el lugar y la puente que está antes de llegar a él. Luego se descubrieron los moros que estaban de la otra parte, y muchas banderas blancas y coloradas que campeaban por los cerros con aparencia de querer defender el paso. El Marqués, mandando que las mangas de los arcabuceros se adelantasen, dejó la caballería en batalla, y pasó a la vanguardia, para que los animosos soldados lo fuesen más con la presencia de su capitán general; y llegando al barranco y a la puente, los tiradores de entrambas partes comenzaron a tirar: los moros no pudieron resistir la furia de nuestras pelotas, y se arredraron, teniendo entendido que no había hombre tan animoso que osase acometer a pasar la desbaratada puente, que tenían por bastante defensa contra nuestro campo; mas un bendito fraile de la orden del seráfico padre san Francisco, llamado fray Cristóbal de Molina, con un crucifijo en la mano izquierda y la espada desnuda en la derecha, los hábitos cogidos en la cinta, y una rodela echada a las espaldas, invocando el poderoso nombre de Jesús, llegó al peligroso paso, y se metió determinadamente por él; y haciendo camino, no sin grandísimo trabajo y peligro, estribando a veces en las puntas de los maderos o estantes de la cimbra, y a veces en las piedras y en los terrones que se le desmoronaban debajo de los pies, pasó a la parte de los enemigos, que aguardaban con atención cuando le verían caer. Siguiéronle luego dos animosos soldados, aunque el uno con infelice suceso, porque faltándole la tierra y un madero, fue dando vueltas por el aire, y cuando llegó abajo ya iba hecho pedazos. El otro pasó, y tras dél otros muchos, no cesando de tirar siempre nuestros arcabuceros ni los moros, que estaban de mampuesto en un cercano cerro sobre la puente: finalmente cargó nuestra gente de manera, que los moros fueron retirándose, cediendo al riguroso ímpetu de los que reconocían ser suya la vitoria.
Una vez ganada la batalla, el marqués ordeno reconstruir el puente para que la caballería y la artillería pudieran pasar al otro lado sin peligro, internándose así en territorio de la Alpujarra.
Su nuevo objetivo era llegar a socorrer Orgiva, donde un pequeño grupo de cristianos resistía parapetados en la torre de Albacete, el intenso y largo asedio de los monfíes musulmanes. Tras cruzar el puente se dirige a Lanjaron, donde tiene alguna escaramuza con las tropas moriscas que allí lo están esperando, pero los monfíes se valían más de su conocimiento del terreno y lo escarpado de este para lanzar emboscadas y retirarse rápidamente, siendo esta una táctica más orientada a causar molestias y retraso en el avance del ejercito cristiano, que a causarle un número de bajas considerables. La situación en Orgiva era limite, por lo que el marqués le da el mando a su hijo, Don Fernando, de unos cuantos hombres para que tomen las posiciones altas donde están los monfíes emboscados, mientras este partía presto.
Cuando lo sitiados de Orgiva vieron aparecer al marques con su ejército, estos levantaron las defensas y salieron a combatir a los atacantes. La acometida de ambos ejércitos sobrepaso a los atacantes moriscos que tuvieron que levantar el asedio y retirarse. De esta manera el Marqués de Mondéjar puso fin al asedio de Orgiva tras 17 días.
Tras dejar algunos hombres para la defensa del pueblo, el marqués salió de Albacete de de Orgiva, el día 13 de Enero, y se dirigió hacia la taha de Poqueria, pues en Bubion, al ser un emplazamiento muy fácilmente defendible, las tropas de Aben Humeya la habían convertido en plaza fuerte y habían llevado gran cantidad de tropas, vivieres, así como a sus familias y bienes. Además al marques le habían llegado noticias de que el caudillo morisco concentraba allí a sus tropas con la intención de plantarle cara en batalla. De la batalla que aconteció en estas tierras nos habla Diego de Mendoza:
Cerca del río que divide el camino entre Órgiba y Poqueira, descubrió los enemigos en el paso, que llaman Alfajarali. Eran cuatro mil hombres los principales que gobernaban apeados: hicieron una ala delgada en medio, a los costados espesa de gente como es su costumbre ordenar el escuadrón; a la mano derecha cubiertos con un cerro, había emboscados quinientos arcabuceros y ballesteros; demás desto otra emboscada en lo hondo del barranco, luego pasado el río, de mucho mayor número de gente. La que el Marqués llevaba serían dos mil infantes y trescientos caballos en un escuadrón prolongado guarnecido de arcabucería y mangas, según la dificultad del camino. La caballería, parte en la retaguardia, parte a un lado, donde la tierra era tal que podían mandarse los caballos; pero guarnecida asimismo de alguna infantería; porque en aquella tierra, aunque los caballos sirvan más para atemorizar que para ofender, todavía son provechosos. Apartó del escuadrón dos bandas de arcabucería y cien caballos, con que su hijo don Francisco fuese a tomar las cumbres de la montaña: en esta orden bajando al río, comenzó a subir escaramuzando con los enemigos; mas ellos cuando pensaron que nuestra gente iba cansada, acometieron por la frente, por el costado, y por la retaguardia, todo a un tiempo; de manera que cuasi una hora se peleó con ellos a todas partes y a las espaldas, no sin igualdad y peligro; porque la una banda de arcabucería estuvo en términos de desorden, y la caballería lo mismo; pero socorrió el Marqués con su persona los caballos, y enviando socorro a los infantes. Viendo los enemigos que les tomaba los altos nuestra arcabucería, ya rotos se recogieron a ellos con tiempo, desamparando el paso. Siguiose el alcance más de media legua hasta un lugar que dicen Lubien: la noche y el cansancio estorbó que no se pasase adelante; murieron dellos en este reencuentro cuasi seiscientos, de los nuestros siete; hubo muchos heridos de arcabuces y ballestas.
Tras la batalla, Poqueira fue tomada y los cristianos se hicieron con un gran botín y una gran numero de prisioneros y esclavos.
Al día siguiente el Marqués de Mondéjar partió hacia Pitres, donde se detuvo durante varios días para curar a los heridos, esperar la llegada de nuevas tropas, reabastecerse de suministros, etc. Esta situación fue aprovechada por los monfíes, pues amparándose en la intensa niebla que se levanto una mañana, atacaron Pitres. Las crónicas cuentan que los moriscos fueron entrando en las casas y degollando a los soldados que en ellas encontraban, pero en una de estas se escapo un chaval que dio la voz de alarma y el ejército se levanto en armas, rechazando el ataque. Una vez más los moriscos tuvieron que retirarse.
El marqués recibió información que situaba a Aben Humeya en Jubiles, por lo que movilizo a las tropas para dirigirse hacia allí, pero para despistar a los moriscos tomo la ruta de Trevelez, por la sierra de Poqueira. Esa noche llego al campamento un emisario que venía de parte del Zaguer, lugarteniente de Aben Humeya y tío de este, en la que decía rendirse, pero el marqués sospechaba que se trataba de una argucia tramada por los moriscos, para darle tiempo a los de Jubiles de sacar de allí a las mujeres, niños y heridos y poder hacerse fuertes en la plaza, por lo que rechazo la oferta de paz.
Los moriscos no tuvieron más remedio que abandonar la plaza de Jubiles, por lo que a la llegada de las tropas del marqués, salió a su encuentro el beneficiado Torrijos, acompañado por tres moriscos, e informo a los cristianos de que los monfíes se retiraban sin pelear y que la plaza se rendía a ellos. En Jubiles, se producirá un lamentable acontecimiento que la crónica de Mármol Carvajal, relata así:
Sería como media noche, cuando un mal considerado soldado quiso sacar de entre las otras moras una moza: la mora resistía, y él le tiraba reciamente del brazo para llevarla por fuerza, no le habiendo aprovechado palabras; cuando un moro mancebo, que en hábito de mujer la había siempre acompañado, fuese su hermano o su esposo u otro bien queriente, levantándose en pie, se fue para el soldado, y con una almarada que llevaba escondida le acometió animosamente y con tanta determinación, que no solamente la moza, mas aun la espada le quitó de las manos, y le dio dos heridas con ella; y ofreciéndose al sacrificio de la muerte, comenzó a hacer armas contra otros que cargaron luego sobre él. Apellidose el campo, diciendo que había moros armados entre las mujeres, y creció la gente, que acudía de todos los cuarteles con tanta confusión, que ninguno sabía dónde le llamaban las voces, ni se entendían, ni veían por dónde habían de ir con la escuridad de la noche. Donde el airado mancebo andaba, acudieron más soldados, y allí fue el principio de la crueldad, haciendo malvadas muertes por sus manos; y ejecutando sus espadas en las débiles y flacas mujeres, mataron en un instante cuantas hallaron fuera de la iglesia; y no quedaran con las vidas las que estaban dentro, sí no cerraran presto las puertas unos criados del Marqués que se habían aposentado en la torre, por ventura para mirar por ellas.
Fruto de estas victorias y de una política de reducción, por la que se ofrecía a los rebeldes la posibilidad de deponer las armas a cambio de interceder por ellos ante el rey, iniciada por el marqués, muchos moriscos salían a rendírsele por donde pasaba, como es el caso de Cadiar, Ugijar y Paterna. Este hecho supuso el culmen de la campaña de desprestigio contra el Marqués de Mondéjar, pues sus enemigos enviaron misivas al rey acusándolo de favorecer a los moriscos. Incluso esta forma de pensar se extendió entre la tropa del marqués, pues mucho no entendían y no querían pactar con los moriscos, sino castigarlos por todas las barbaridades cometidas contra los cristianos. Una de las consecuencias de esta campaña de desprestigio podemos verla cuando llega a Jubiles, por orden del rey, el capitán Diego de Mendoza para vigilar la marcha, administración y gestión del marqués en la guerra.
Teniendo, el Marqués de Mondéjar, conocimiento de la sublevación de los Guajeres, se dispuso a sofocarla pues esta zona era lugar de paso y control para acceder a la costa y las poblaciones de Motril, Salobreña y Almuñécar. Estas zonas no podían dejarse en manos de los moriscos ante una posible llegada de refuerzos turcos por mar. Aun así esta decisión fue controvertida pues al ir hacia los Guajares, las poblaciones de Valor y Ohanes, que eran puntos calientes de la revuelta, quedaban a la espalda del ejército del marqués. Algunos de sus oficiales lo instaron a que mandara a su hijo, Don Fernando, con parte de la tropa, pudiendo quedarse el en Orgiva y controlar el territorio. El marqués se negó a dividir sus fuerzas y con los hombres que tenia reunidos (2000 infantes y 200 caballos), partió a rendir los Guajares.
Salió el marqués de Orgiva y se dirigió a Vélez de Benaudalla, donde se abasteció de hombres y vivieres. Continúo por el rio Motril y llego así a los Guajares, que se encontraba en el medio de este territorio. La batalla nos la cuenta Mármol Carvajal:
[…] el Marqués mandó dar la señal del asalto, y la infantería subió el cerro arriba, donde aun se veían los regueros de la sangre cristiana, que destilaba por las heridas de los cuerpos desnudos; y hallando el primer peñoncete desocupado, porque los moros que estaban en él le dejaron viendo que Álvaro Flores se les había puesto a caballero en lo alto de la sierra, de donde les hacía mucho daño con los arcabuces, fueron retirándose hacia el fuerte. Comenzose a pelear desde lejos con los tiros de una parte y de otra, venciendo los ánimos de nuestros soldados la dificultad y aspereza de la tierra. Duró el combate hasta puesto el sol, defendiéndose los moros en sus reparos, ejercitando los brazos los hombres y las mujeres en arrojar grandes peñas y piedras sobre los que subían. Desta manera resistieron tres asaltos, no con pequeño daño de nuestra parte, hasta que el marqués de Mondéjar, viendo que ya era tarde, mandó retirar la gente y difirió el combate para el siguiente día. Quedaron los bárbaros ufanos, aunque no poco temerosos, por conocer que la cercana noche les había alargado la vida; y cuando entendieron que podría haber algún descuido en nuestra gente, o que reposarían los soldados del trabajo pasado, llamando el rústico Zamar a Gironcillo y a otros moros de cuenta que allí estaban […]Todos aprobaron este parecer, y siendo su capitán el primero, salieron lo más calladamente que pudieron, llevando tras de sí mucha cantidad de mujeres que tuvieron ánimo para seguirlos, bajando por despeñaderos que aun a cabras pareciera dificultoso camino, y sin ser sentidos de las guardas de nuestro campo que rodeaban el peñón, se fueron hacia las Albuñuelas. Quedaron en el fuerte los viejos y mucha parte de las mujeres con esperanza de salvar las vidas, dándose a merced del vencedor; y antes que esclareciese el día dijeron a un cristiano sacerdote que tenían captivo, llamado Escalona, que llamase a los cristianos y les dijese como la gente de guerra toda se había ido, y los que allí quedaban se querían dar a merced. El cual se asomó sobre uno de los reparos, y a grandes voces dijo que subiesen los cristianos arriba, porque no había quien defendiese el fuerte […]Fue tanta la indignación del marqués de Mondéjar, que, sin perdonar a ninguna edad ni sexo, mandó pasar a cuchillo hombres y mujeres cuantos había en el fuerte, y en su presencia los hacía matar a los alabarderos de su guardia, que no bastaban los ruegos de los caballeros y capitanes ni las piadosas lágrimas de las que pedían la miserable vida. Luego mandó asolar el fuerte, dando el despojo a los soldados; y así para esto como para enviar una escolta a Motril con los enfermos y heridos, que eran muchos, se detuvo hasta el lunes 14 de febrero, que envió al conde de Santisteban con el campo a que le aguardase en Vélez de Benaudalla, y él se fue con sola la caballería a visitar los presidios de Almuñécar, Motril y Salobreña; y tornando a juntarse con él, volvió a Órgiba para proseguir en la redución de los lugares de la Alpujarra.
El marqués retorna a Orgiva donde continuara con su política de reducción, perdonando a los moriscos que de buena fe se rendían; que tras esta última victoria, aumentaron de forma considerable. El cronista Diego de Mendoza nos habla de este hecho: […]diose a recebir gentes y pueblos que se venían a rendir; entregaban las armas los que habitaban por toda la Alpujarra y río de Almería, y los que en las montañas andaban alzados rendíanse a merced del Rey sin condición; traían mujeres, hijos, y haciendas; comenzaban a poblar sus casas; ofrecíanse a ir con ellas a morar como y donde los enviasen; y si en la tierra los quisiesen dejar, mantener guardia para defensión y seguridad della, solamente que se les diesen las vidas y libertad; pero aun estas dos condiciones no les admitió.
Estando en Orgiva recibió Mondéjar noticias de que Aben Humeya podría estar escondido en la zona de Valor, por lo que se apresuro a mandar a dos capitanes, Antonio de Ávila y Álvaro Flores, con la orden de buscarlo y prenderlo, pero con la especificación clara de que no debía causarse ningún tipo de daño o estrago a la población de Valor. Por supuesto lo que acabo pasando dicta mucho de las órdenes que ambos capitanes recibieron, y una vez más impero el deseo de botín y la crueldad en una tropa mal disciplinada y con poca experiencia, que tuvo como consecuencia el mayor descalabro de las campañas del Marqués de Mondéjar. Los hechos son relatos por Diego de Mendoza:
Llevaron los capitanes orden de palabra, que tomasen y atajasen los caminos, cercasen el lugar y sin que la gente entrase dentro, llamasen los regidores y principales; requiriésenlos que entregasen Aben Humeya que se llamaba rey; y en caso que se excusasen, con personas diputadas por ellos mismos y por los capitanes, le buscasen por las casas, y no pareciendo, trajesen los regidores presos ante el Marqués, sin hacer otro daño en el lugar. […]Llegando a Valor tomaron los caminos, cercaron el lugar, salieron los principales a ofrecer favor, diligencia, vituallas; mas los que vinieron al cuartel de Antonio de Ávila fueron muertos sin ser oídos. Alterose el lugar; entraron los soldados matando y saqueando; juntáronseles los de Álvaro Flores que para esto eran todos en uno; murieron algunos moriscos, que no pudieron defenderse ni huir; fue robada la tierra, y los soldados recogieron el robo en la iglesia, diciendo los capitanes que su orden era llevar los moriscos presos, y no podían de otra manera cumplir con ella. Mas los moriscos, visto el daño, hicieron ahumadas a los suyos que andaban por la montaña, y a los que cerca estaban escondidos; los nuestros al nacer del día, partiendo la presa, en que había ochocientos captivos y mucha ropa, las bestias y ellos cargados, tomaron el camino de Órgiba, los embarazos y presas en medio. Partida la vanguardia, mostrose a la retaguardia Abenzaba, capitán de Aben Humeya en aquel partido, con trescientos hombres como de paz; requeríalos con la salvaguardia; que dejando las personas captivas llevasen el resto; mas viendo cuán poco les aprovechaba comenzaron a picallos y desordenallos, hasta que a la cubierta de un viso dieron en la emboscada de doscientos hombres, […]la vanguardia caminaba cuanto podía sin hacer alto ni descargarse de la presa, y todos iban ya ahilados; los delanteros por llegar a Órgiba, los postreros por juntarse con los delanteros; en fin, del todo puestos en rota sin osar defenderse ni huir, muertos los capitanes y oficiales; rendidos los soldados y degollados, con la presa a cuestas o en los brazos: salváronse entre todos como cuarenta; los demás fueron muertos sin recebir a prisión; ni perder los enemigos hombre, de quinientos que se juntaron.
El desastre de Valor tuvo una seria de consecuencias claras y todas ellas funestas para nuestro protagonista. Por un lado esta victoria de las tropas moriscas levanto los ánimos entre los monfíes y esto fue muy bien aprovechado por Aben Humeya, que irrumpió con más fuerza en la dirección de la revuelta y consiguió darle una nuevo empujón que se tradujo en una renovación de la sublevación, cuando se creía que ya estaba controlada. Por otro lado, el Marqués de Mondéjar recibía una carta de Felipe II en la que se le comunicaba que el mando de la guerra pasaba a manos de su hermano don Juan de Austria y que este quedaba relegado de tal tarea. La campaña de difamación contra el marqués había tenido éxito.
De esta manera el día 12 del mes de Abril de 1569, llegaba a Iznalloz don Juna de Austria, que era recibido por el Marqués de Mondéjar, por orden directa del rey.
A partir de este momento la guerra entraría en una nueva fase en la que los moriscos irán perdiendo fuerza ante el empuje del nuevo capitán y las luchas internas en el bando morisco, tras el asesinato de Aben Humeya por su primo Aben Aboo, que se erigirá como el nuevo líder de la sublevación. La guerra finalizara en 1571 y su resultado será la firma por parte de Felipe II de la expulsión de toda la población morisca del Reino de Granada.
[alert-note]Autor: Alberto Robles Delgado[/alert-note]
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