En 1831 (y bajo circunstancias aún misteriosas) se produjo un importante hallazgo en la isla de Lewis (perteneciente al archipiélago de las Hébridas, al noroeste de Escocia). Se trataba de un conjunto de piezas de ajedrez de marfil que sorprenden de inmediato por la exquisita talla y expresividad de las figuras.
Los trebejos (o piezas de ajedrez) de Lewis han sido desde entonces consideradas como uno de los conjuntos arqueológicos más singulares de la Edad Media. Con un total de 93 piezas, que en la actualidad se reparten entre el British Museum (82) y el Museo Nacional de Escocia (11), constituye uno de los ejemplos europeos más antiguos del ajedrez moderno, un juego de origen indio y que había llegado a Europa a través del contacto con el mundo árabe.
Durante este proceso las diferentes piezas habían cambiado de nombre y función hasta consolidarse como el juego que conocemos en la actualidad. La pieza que nosotros llamamos alfil (del árabe «el elefante», denominación original de la pieza, y que en el mundo anglosajón y germano conocen como «obispo», que es la representación actual) es una de las que encontramos en el conjunto de Lewis, algo remarcable pues por ahora se trata de la representación más antigua de esta pieza de la que tenemos constancia arqueológica. Sin embargo las figuras que más llamaron la atención son las torres, pues algunas de ellas representaban a unos guerreros mordiendo su escudo, lo que rápidamente fue asociado con los berserker vikingos. La presencia de estos berserker, el hecho de que el marfil utilizado para su fabricación fuera de morsa y la existencia de piezas similares en Lund (Suecia) y Trondheim (Noruega) permitió identificar a los trebejos de Lewis como objetos del siglo XII de origen escandinavo.
Estas 93 piezas de las que hablábamos al principio se dividen en 14 discos planos (fichas de tablero) y 78 figuras de ajedrez, probablemente pertenecientes en origen a un total de 4 juegos distintos que hoy se encontrarían incompletos. De ser tal el caso las piezas restantes (1 caballo, 4 torres y 45 peones), y los tableros (probablemente de madera), nunca fueron encontrados.
Veamos cada tipo de figura individualmente:
Se sientan en tronos y sostienen una espada sobre las rodillas. Todos aparecen con barbas, llevan el pelo largo y trenzado (¡excepto uno!) y portan coronas de cuatro trifolios.
También coronadas y entronizadas, llevan un velo sobre el pelo. Mientras que dos de ellas portan un cuerno en la mano, el resto sostiene su codo derecho sobre su mano izquierda. En todos los casos la mano derecha se apoya sobre la mejilla, en una expresión que ha dado lugar a debate.
Las figuras de los caballos (en este caso se trata de «caballeros») y las torres (en realidad «guardianes») son barbados y visten una coraza protectora, usan cascos cónicos y escudos alargados de tipo cometa. Además, los caballeros van armados con lanzas mientras que los guardianes portan espadas.
Los alfiles, todos ellos representados como obispos cristianos, son las piezas que muestran mayores diferencias entre sí. Algunos se sientan sobre tronos mientras que otros permanecen de pie. Todos portan un báculo, pero algunos además sostienen un libro, o bendicen, con la mano.
Los peones son las figuras más sencillas. Tienen forma de losa o de proyectil, pero sólo dos de ellos tienen decoración grabada.
Aunque algunas de ellas están talladas sobre diente de ballena la mayoría de las piezas son de colmillo de morsa, cuyo comercio era habitual (y bastante provechoso) desde mediados del siglo IX hasta el XIII. Normalmente la materia prima se conseguía en Groenlandia o en el norte de Noruega, desde donde se exportaba a toda Europa. Los mercados más grandes de colmillo de morsa en la época en la que se fabricaron los trebejos de Lewis eran las ciudades noruegas de Nídaros (actual Trondheim) y Bergen.
De cada colmillo (que podía llegar a medir 1 metro) se sacaban unas 4 piezas, teniendo en cuenta la diferencia de diámetro entre un extremo y otro para realizar las piezas de mayor o menor tamaño. Por supuesto la tarea de tallar las figuras no era sencilla, sobre todo teniendo en cuenta el interior poroso (la dentina) del colmillo, por lo que se dejaba en manos de hábiles artesanos. El juego resultante se trataba, evidentemente, de un objeto preciado y de mucho valor.
Caldwell, D. H.; Hall, M. A.; Wilkinson, C. M. (2010): The Lewis Chessmen Unmasked. National Museums Scotland (2014)
Robinson, James (2004): The Lewis Chessmen. The British Museum Press (2011)
Si quieres utilizar este texto perteneciente a La Misma Historia, no olvides citarnos de la siguiente forma:
Cuesta Hernández, Alfonso: El ajedrez de la isla de Lewis (20 de junio de 2017) en La Misma Historia [Blog]. Recuperado en: https://lamismahistoria.es/ajedrez-lewis/ [Consulta: fecha en que hayas accedido a esta entrada]
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