Timur nació el 9 de abril de 1336 en Kesh, en el seno del clan Barlas. La leyenda dice que nació con las palmas de las manos manchadas de sangre y que eso fue un augurio de la mucha que derramaría. Su padre, Taraghay, era el jefe, vasallo del estado disgregado del imperio de Gengis Kan, Chatagay. Su pueblo era tártaro, turco de origen mongol, descendiente de las hordas que lo invadieron en en siglo XIII. Si embargo, el legado mongol estaba muy vivo en esas tierras, y pese a que no era descendiente de Gengis Kan, fue su modelo a seguir.
Poco se sabe de su infancia. Sus andanzas empezaron a partir del año 1360, cuando invadió Transoxiana tras el asesinato del Emir Qazaghan, jefe de la confederación de tribus (ulus) de Chatagay. Su intención era unificarlas, pero acabó pactando una alianza con el nieto de Qazaghan, Husayn, con el que además conspiró para echar a los mogoles. Ambos se revelaron contra el Kan mogol cuando éste nombró gobernador de la región a su hijo, y desde ese momento tuvieron que pasar a la clandestinidad.
Pasaron años como mercenarios, salteadores y bandidos, hasta que en 1362 tocó fondo tras un encierro de dos meses junto a su mujer, hermana de Husayn, en un establo con alimañas. Fue en estas mismas fechas cuando sufrió la lesión que le marcaría de por vida y daría su apodo. Según unas versiones, transportaba ovejas. Otras menos amables dicen que las robaba. En cualquier caso, fue emboscado y durante la refriega cayó de su caballo, hiriéndose en la pierna y la mano derechas. Quedó cojo de por vida y perdió los dedos meñique y anular de la mano. Se le dio por muerto y huyó a rastras, tras lo que fue recogido por unos nómadas. De esta lesión viene el persa “Temur-i-lan”, Tamerlán, que significa “Timur el cojo”.
A partir de aquí comienza su ascenso. Para el año 1370 consiguió unificar las tribus y controlar Chatagay. Él no podía tomar el título de Kan, puesto que solo los descendientes de sangre de Gengis Kan podían hacerlo. Por lo tanto tomó el de Emir —comandante—, y más adelante el de Güregen —yerno real— al casarse con una descendiente directa. Aunque es algo que siempre respetó, se dedicó a colocar en el gobierno herederos de sangre como poder nominativo mientras él ostentaba el real.
En estos tiempos ya demostró su genialidad militar en movimientos como el de la liberación de Transoxiana, en la que encendió centenares de fogatas en las colinas circundantes para que el enemigo creyera que estaba rodeado y por mucho más hombres de los que eran en realidad. Cuando éste huyó, lo persiguieron con ramas de hojarasca colgadas de las sillas de montar para levantar más polvo y producir, una vez más, la impresión de superioridad numérica.
Los siguientes fueron años de grandes campañas que ampliaron considerablemente su territorio. El Mogulistán (1370-1372) y Corasmia (1373-1375), territorios que se dedicó a consolidar hasta 1380 a la vez que sufría conflictos con las Hordas Blanca y Azul por haber protegido a su pretendiente al trono, Toqtamish. Entre 1381 y 1385 tomó las regiones de Jorasan, Sistan y Mazandarán, tras lo cual volvió a Samarcanda. Pero ese mismo año, su antiguo protegido Toqtamish, a quien había ayudado en varias ocasiones con apoyo militar para hacerse con el trono de la Horda de Oro, se rebeló y saqueó Tabriz.
El mongol fue un problema constante los siguientes diez años, atacando distintos puntos y enfrentándose en diversas batallas que siempre venció Tamerlán, y de las que destacan la del río Qundurcha (1391) y la del río Terek (1395), en la que derrotó definitivamente a Toqtamish, que perdió el trono. Durante este tiempo, además, se dedicó a otras campañas por el control del área mesopotámica, así como a sofocar revueltas en territorios ya conquistados. En una de estas, la de Isfahán, ordenó a sus 70.000 soldados traer la cabeza de uno de los habitantes y con ellas hizo una pirámide en la entrada de la ciudad.
Las últimas grandes campañas fueron entre 1398 y 1399 en la India, que culminó con el saqueo de Delhi, y la llamada campaña de los siete años, en la que destaca su enfrentamiento con el Imperio Otomano. En la India aplicó otra de sus características, que era desmontar las tácticas de su rival para luego adaptarlas en su ejército. Construyó fosos disimulados para que los elefantes del enemigo cayeran, y luego usó dichos animales en la campaña de Siria.
En Anatolia, la batalla de Ankara de 1402 fue una de las más famosas. En ésta envenenó todos los pozos para presionar mediante la sed al ejército del sultán Bayezid I. Consiguió vencerlo y capturarlo. Según algunas fuentes, lo metió en una jaula de hierro que usaba como taburete para montar a caballo. En otras cuentan que lo trató bien, pero aun así, el sultán murió poco después.
En 1404, Tamerlán volvió a Samarcanda sin haber intentado conquistar el territorio del Imperio Otomano. Simplemente había demostrado su superioridad, pero tenía otra campaña en mente. Una vez en su capital organizó la elección del nuevo Kan, a la que asistieron embajadas entre las que se encontraba la de Ruy González de Clavijo, enviado por Enrique III de Castilla.
Pero ese mismo año organizó su siguiente expedición, que quedaría incompleta: la conquista de la China Ming. Para ello se trasladó a Otrar ese otoño con la intención de pasar el invierno, pero murió el 19 de enero de 1405. No dejó un reino cohesionado ni herederos capaces, y el precario imperio se desmembró en guerras de sucesión que solo generaron debilidad política y económica.
Dirigía él mismo las batallas y obtuvo más de doscientas victorias. Era inmisericorde con los rebeldes y masacraba a la población insurgente en ejecuciones masivas. Se lo definía en lo militar como cruel e implacable. Sin embargo, fue tolerante en materia religiosa y defendió a sabios y artistas. Llenó su capital, Samarcanda, de bellezas y riquezas.
Como anécdota, en su mausoleo hay una cita que dice:
«Si yo me levantase de mi tumba, el mundo entero temblaría».
El arqueólogo soviético Mijaíl Guerásimov abrió la tumba para estudiar los restos y consiguió reconstruir el rostro de Tamerlán y verificar las heridas de la pierna y la mano. Pero al día siguiente de la apertura, la Alemania nazi invadió la Unión Soviética. No falta quién ha querido ver en eso la maldición del conquistador, y más cuando, tras la investigación, los restos fueron otra vez enterrados según los ritos islámicos y coincidió con la rendición alemana en Stalingrado.
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Elías Viana, Marta: Tamerlán, el último gran conquistador nómada (9 de abril de 2019), en La Misma Historia [Blog]. Recuperado en: https://lamismahistoria.es/tamerlan/ [Consulta: fecha en que hayas accedido a esta entrada]
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