A lo largo de esta semana temática hemos dedicado artículos al contexto social y político previo a las revoluciones, a la Revolución de Febrero y la de Octubre y la Guerra Civil. Por ello, en esta ocasión vamos a dejar un poco de lado la política y nos centraremos en los últimos Románov en el aspecto personal.
Nicolás, hijo de Alejandro III, se convirtió en heredero al morir su abuelo en 1881. Se había educado en casa en un entorno seguro, hecho al que se achaca en ocasiones su ingenuidad. Pero pese a que todos los testimonios dan fe de sus modales exquisitos y también parece ser que tenía buena memoria y se le daban bien los idiomas, no tenía ninguna clase de formación política.
Ya como zarévich, su padre intentaba que madurara haciéndole asumir responsabilidades en distintos cargos, pero cuando Alejandro III enfermó, él propio Nicolás se confesaba asustado por no tener ni idea de cómo gobernar y pidiendo ayuda a sus parientes. La burocracia se le hacía insoportable, a pesar de que ya como zar se levantaba para trabajar puntualmente y se dedicaba a sus quehaceres en su ordenado despacho, lidiando con sus tíos y consejeros que intentaban manipularlo.
Pero la mentalidad de Nicolás era anacrónica, por llamarlo así. Creía realmente en esa relación de veneración del campesinado hacia el zar, el auténtico pueblo de Rusia, y despreciaba a las clases medias de las ciudades y su actividad política, además de marginar a la pujante burguesía de su gobierno. Veía con nostalgia la época de grandeza de su familia y su visión de la monarquía era la de la autocracia completa sin apenas delegar nada y con su figura por encima de toda ley política e incluso religiosa, como demostró en alguna ocasión.
Nicolás quedó prendado de Alix de Hesse prácticamente desde que la conoció. Era alemana, hija del gran duque Luis IV de Hesse-Darmstadt y Alicia del Reino Unido —hija de la reina Victoria—. Perdió de joven a su madre y una de sus hermanas a causa de la difteria y a un hermano pequeño por la hemofilia. Era una chica muy tímida, pero con una voluntad férrea; profundamente religiosa y con un carácter nervioso.
La primera vez que se vieron fue en la boda del tío de Nicolás, Sergio, con una de las hermanas mayores de Alix, Isabel. En ese momento Alix tenía 12 años, y aunque le gustó, la hermana mayor era más atractiva. Pero cinco años después, Alix pasó seis semanas en San Petersburgo y ambos se enamoraron. Sin embargo, los respectivos tutores no aprobaban ese matrimonio. Al zar Alejandro III y su esposa no les gustaban los alemanes; preferían casar al heredero con una hija del conde de París, de la casa de Borbón. Por parte de Alix, al morir su padre fue a vivir con su abuela Victoria, a quien, aunque Nicolás sí que le agradara, también quería para ella a un duque británico.
Pero los dos jóvenes se negaron a casarse con otros. Nicky, como le llamaba ella, mientras tanto tuvo una relación con una bailarina a la que dejó cuando por fin se comprometió con Alix. Esto sucedió tras convencer al tío del zar y la hermana de Alix, Sergio e Isabel, de que hicieran de alcahuetes. Aunque la pareja acabó negándoles su ayuda, exasperados por las dudas de él y la obstinación de ella, que se negaba a convertirse al cristianismo ortodoxo. En aquel momento profesaba el luteranismo. Finalmente, la muchacha accedió tras las presiones de diversos personajes de la aristocracia europea. Para entonces, tanto Alejandro III y su esposa María como la reina Victoria ya se habían rendido y aprobaron al matrimonio.
Alejandro murió antes de la boda, y al día siguiente rebautizaron a Alix como Alejandra Fiódorovna Románova. Como curiosidad, Alejandra llevó una tiara de diamantes de Catalina la Grande de 475 quilates, con pendientes a juego, y llevaba un vestido que requería ocho pajes y un chambelán para manejarlo. La zarina incluso lloró porque no podía moverse del peso.
Fue un matrimonio feliz. La pareja se quería y se apoyaba, aunque eso no evitó que Alejandra se sintiera sola. No se llevaba bien con su suegra y no hizo demasiadas amistades. No fue una soberana popular, y no solo por ser alemana, sino también por su carácter seco, altivo y poco sociable y empático. Su influencia sobre el zar tampoco le granjeó aliados entre los ministros y nobles.
A partir de convertirse Nicolás en zar, la pareja entró en la rutina que mantendría hasta 1905. Empezaban el año en el Palacio de Invierno para asistir a ciertos actos. En Pascua se trasladaban al palacio de Tsárskoye Seló, cerca de San Petersburgo. El verano lo pasaban en el Palacio de Peterhof. Salían con su yate Shtandart y pasaban las primeras semanas del otoño en Livadia hasta que empezaba la temporada de caza en Polonia. Y vuelta al Palacio de Invierno. Todo esto mientras intentaban conseguir un heredero al trono.
En 1895 nació la primera hija, Olga. Aunque todos querían un varón, Nicolás manifestó su alivio porque si hubiera sido niño, hubiera “pertenecido al pueblo”, mientras que la niña sería solo de ellos. Dos años después nació Tatiana y Alejandra empezó a aislarse más por la presión de no dar a luz un varón. Ese hecho la hacía todavía más impopular, aunque, hasta cierto punto, no parecía preocuparle. En su correspondencia con su abuela Victoria, ésta le aconsejaba que se ganara el amor de su pueblo, pero Alejandra opinaba que los campesinos ya los veneraban y a la gente de la ciudad se la podía ignorar fácilmente.
En 1899 nació la tercera hija, María. Todo el mundo se sintió decepcionado, salvo Nicolás. El zar enfermó al año siguiente y llegó a estar grave. Para entonces Alejandra volvía a estar embarazada y esperaba tener un niño en caso de que Nicolás no superara la fiebre tifoidea que le habían diagnosticado. Ni una cosa ni la otra. El zar se recuperó y quien nació, en 1900, fue Anastasia. Para entonces ya empezaban a desesperarse. Las alternativas al trono entre sus familiares no eran las más adecuadas. Nicolás incluso se planteó cambiar la ley para que heredara el trono Olga.
Comentaron a consultar a santones y místicos con la esperanza de que les ayudaran a concebir un varón. Finalmente encontraron a Nizier Anthelme Philippe, con quien se apegaron mucho e incluso nombraron médico de la corte aun siendo un campesino sin estudios que empezó presuntamente a curar la esterilidad de mujeres tras una epifanía. Llegó incluso a dar consejo político.
En un momento dado, la zarina se quedó embarazada, cosa que achacaron al santón y creyeron firmemente que sería el esperado heredero. Pero algo raro sucedió; resulto no haber bebé. No se sabe a ciencia cierta si sería un embarazo psicológico o molar, pero la barriga creció hasta cierto punto sin que realmente lo fuera. Después de este episodio, las hermanas y la madre de Nicolás consiguieron que lo sacaran de la corte. Pero él les advirtió que en el futuro tendrían otro amigo como él que les hablaría de Dios y les dio un último consejo para tener un niño: canonizar a Serafín de Sarov, monje ortodoxo y consejero espiritual que había muerto en 1833, y bañarse luego en su fuente. La iglesia se negó a canonizarlo, pero el zar, influido una vez más por Alejandra —que le convencía de que su poder estaba por encima del de cualquiera— lo hizo igualmente. Se bañaron la misma noche de la ceremonia en secreto y al poco, Alejandra volvió a quedar embarazada.
En 1905 nació por fin el tan deseado heredero, Alexéi. Pero al poco de nacer descubrieron que era hemofílico, una enfermedad heredada a través de la rama inglesa de Alejandra. Decidieron mantenerlo en secreto y solo unos pocos lo conocían. Conocieron a Rasputín en medio de esta situación estresante para alguien de tendencia histérica como Alejandra, sumado a las revueltas y la represión que había en esos momentos en Moscú y la baja popularidad que experimentaba la familia real.
Lo vieron un par de veces antes de que se presentara en palacio a llevar un icono religioso a los zares y encontrarse con una crisis por una hemorragia de Alexéi. Rasputín lo atendió y consiguió calmar tanto al niño como a la madre. La pareja imperial recordó entonces la profecía de su viejo amigo, el santón Philippe, de otro hombre que les hablaría de Dios. En contraste con la desconfianza general que sentían hacia cualquiera, a Rasputín le dieron su más absoluta confianza.
El monje procedía de la Siberia profunda. Era un campesino analfabeto que había dejado a su familia en su pueblo y había iniciado una vida de santón errante con presuntos poderes místicos curativos tras descubrir a Dios en su estancia en un monasterio. Con un gran carisma y mucha seguridad en sí mismo, aderezado con teatralidad y ambición, llegó a hacer sentir a la familia real que los honrados por su presencia eran ellos. La fe en él de Alejandra y la capacidad del monje para calmar las crisis nerviosas de la zarina lo convirtieron en indispensable, y de esta forma comenzó a escalar posiciones en la corte. Sobra decir que esto no sentaba bien al resto de ministros y nobles, que opinaban que era un simple charlatán. Cuando alguien le hacía un comentario negativo, lo miraba fijamente haciendo gestos con las manos y mascullando.
El monje fue ascendido a consejero personal, religioso y político. Sus consejos en esto último no siempre eran desacertados, ya que estaba en contra de la guerra, pero todo lo demás iba en función de su interés. Era ambicioso y presumía de su estrecha relación con la pareja imperial, que incluso sus propios familiares tenían que pedir cita para ser recibidos por ellos y Rasputín podía acudir sin invitación cuando quisiera. En una de estas indiscreciones enseñó a otro monje las cartas que le escribía Alejandra y que dejaban patente la devoción de la zarina por él. Este otro sacerdote las robó y difundió hasta que el ministro de interior pudo incautarlas y devolverlas al zar. A raíz de este incidente, Alejandra dio la espalda a Rasputín, pero más adelante se reconciliaron cuando Alexéi tuvo un accidente, seguido de una hemorragia interna, y llamaron al monje para que lo curara.
Los zares juzgaban a la gente según cómo tratara a Rasputín. Por lo tanto, todo el que lo trataba mal era malo. Alejandra no soportaba a ninguno de los ministros. El monje podía manipularla, y ella a su vez era muy influyente en Nicolás. Por lo tanto, la idea de que la muerte de Rasputín beneficiaría a todos empezó a crecer entre sus muchos opositores.
El 29 de diciembre de 1916 se puso en marcha la conjura encabezada por el noble ruso Félix Yusúpov. Rasputín fue llamado a su palacio con para visitar a su esposa, donde apareció poco pasada la medianoche. El anfitrión lo hizo esperar en el sótano y le ofreció pasteles mientras tanto. Realmente su mujer ni siquiera estaba en Rusia en ese momento, pero Yusúpov sabía que Rasputín estaba interesado en ella y lo utilizó para atraerlo. A partir de ahí, toda la información de lo sucedido la sabemos a través las memorias del propio Yusúpov, pero es imposible contrastarlo. El tentempié ofrecido durante la espera estaba envenenado con cianuro en una dosis mortal. Sin embargo, no solo no le hacía efecto, sino que el místico incluso cogió una guitarra y empezó a cantar temas folklóricos mientras tanto. Por si acaso envenenó también el vino, pero tampoco se moría. Yusúpov llegó a creer que los rumores sobre su inmortalidad eran ciertos, pero al final optó por algo más definitivo; dispararle.
Pero esto tampoco funcionó. Rasputín había sobrevivido a un tiro en el pecho y, tras levantarse y atacar a Yusúpov, intentó huir. Fue otro de los conjurados, Vladímir Purishkévich —líder de la extrema derecha de la Asamblea Legislativa Imperial, o Duma— quien consiguió por fin derribarlo y rematarlo con un tiro en la cabeza.
Esperaron unas horas para asegurarse de que realmente estaba muerto y lo arrastraron con cadenas hasta el río Nevá—que en ese momento se encontraba congelado—, tirándolo por un agujero en el hielo.
El cuerpo del místico fue hallado el 31 de diciembre tras encontrar sangre en la barandilla del puente desde donde lo lanzaron y rastrear la zona. Pero, contrariamente a los mitos que se extendieron, ni murió ahogado porque las balas y el veneno no lo habían matado —aunque, de hecho, no encontraron veneno en la autopsia—ni le habían cortado los genitales.
Fue enterrado junto a la residencia imperial de Tsárskoye Seló, en San Petersburgo, pero ahí tampoco descansaría en paz. Tras la abdicación del zar en marzo, poco más de dos meses desde su entierro, lo exhumaron y quemaron en el bosque de Pargolovo.
Existen teorías acerca de si el servicio de inteligencia británico estuvo también implicado en el asesinato para evitar que Rasputín convenciera a Nicolás II de firmar la paz con Alemania durante la Primera Guerra Mundial.
A partir de la muerte de Rasputín, los acontecimientos se precipitaron. El 2 de marzo de 1917, Nicolás II abdicó y renunció también a los derechos de Alexéi, cediéndole el trono a su hermano Miguel. Éste fue zar solo dos días antes de abdicar a su vez en la Duma. Toda la familia fue arrestada y encerrada en el palacio de Tsárskoye Seló.
Ese mismo verano, Aleksandr Kérenski, que presidía el gobierno provisional tras la Revolución de Febrero, los trasladó a Tobolsk, en Siberia. Las condiciones se endurecieron sobre todo a partir de la toma del poder por parte de los bolcheviques en la Revolución de Octubre. La familia volvió a ser trasladada en dos tandas entre mayo y abril de 1918 a la casa Ipátiev, en Ekaterimburgo. Este sería su último destino.
En un primer momento, la intención de los bolcheviques era juzgarlos, pero finalmente se decidió ejecutarlos a todos por miedo a que el Ejército Blanco los rescatara y se convirtieran en un símbolo para el otro bando. No entraremos aquí en el debate acerca de si Lenin tuvo algo que ver en esa orden o no. Nos limitaremos a narrar los hechos según informó Yákov Yurovski, el encargado de la ejecución.
La familia fue despertada con el pretexto de un traslado y fue llevada a un semisótano. Allí, Yákov Yurovski leyó la orden de ejecución. El zar, que miraba a su familia, se volvió hacia él preguntando: «¿Qué? ¿Qué?» y Yurovski lo repitió. Sin dar tiempo a nada más, abrió fuego. Nicolás, Alejandra y Olga murieron rápido. Alexéi requirió un segundo tiro en la cabeza porque no murió con el primero. Las últimas fueron las tres hijas menores, que llevaban joyas cosidas dentro de la ropa y actuaron como una suerte de chaleco antibalas. Las dos pequeñas, María y Anastasia, se acurrucaron contra la pared mientras se protegían la cabeza con las manos. Fueron rematadas a bayonetazos, al igual que los sirvientes que se habían quedado con ellos y no habían muerto en la primera ráfaga. Hasta el perro de Tatiana fue sacrificado.
Existió el famosísimo rumor de que Anastasia había sobrevivido y un soldado se compadeció y la ayudó a escapar. Algunos informes hablaban de registros en su busca por parte de la Checa. Muchas chicas se hicieron pasar por ella, y muchos testigos afirmaron haberla visto, o a alguna de sus hermanas e incluso a su madre Alejandra. Pero la realidad es que Anastasia sí murió en el semisótano de la casa Ipátiev junto al resto de sus hermanos. Los restos de los zares y tres de las hijas se encontraron en una fosa común de los Urales en 1991. Faltaban Alexéi y otra de las hijas, que resultó ser María, y que se encontraron en otra fosa junto a la primera en 2007. Las pruebas de ADN corroboraron que se trataba de ellos, con lo que la ciencia resolvió uno de los grandes misterios del siglo XX.
Si quieres utilizar este texto perteneciente a La Misma Historia, no olvides citarnos de la siguiente forma:
Elías Viana, Marta: Los últimos Románov (10 de noviembre de 2017), en La Misma Historia [Blog]. Recuperado en: https://lamismahistoria.es/ultimos-romanov/ [Consulta: fecha en que hayas accedido a esta entrada]
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