Si va a ser éste un lugar donde hacer historia, donde compartirla y donde debatirla, lo justo y necesario sería que, para empezar, nos lanzásemos una pregunta que, aunque a primera vista parece simple, a la postre no lo es tanto. ¿Qué es la historia? ¿Qué estudian (o estudiamos) los historiadores? Seguro que todos hemos abierto la boca rápidamente para contestar y, tras un par de segundos, la hemos vuelto a cerrar y nos hemos parado a pensar. Una ciencia, dirán unos, una disciplina dirán otros. Lo mejor, veamos la definición en la siguiente imagen que os muestro:
Lo que vamos a ver en este artículo es esta definición, sólo que un poco más amplia, más desarrollada y más comentada, utilizando como base el libro (recomendadísimo) de Enrique Moradiellos, “El oficio del historiador” (en el apartado bibliogragía tenéis todas las señas del mismo).
Empecemos.
La Historia, desde principios del siglo XIX, y gracias a la gran labor realizada por la escuela histórica alemana, quedó constituida como una de las ciencias humanas por excelencia. Previamente, no obstante, hubo una actividad llamada “historia” con unos personajes llamados “historiadores” que la mantuvieron viva, pero es incuestionable la enorme diferencia habida entre el género literario y narrativo cultivado desde Heródoto de Halicarnaso (historiador y geógrafo griego que vivió entre el 484 y el 425 a. C) y la práctica de gremio profesional que surgió y se consolidó durante el siglo XIX en el mundo occidental.
Etimológicamente, la palabra Historia deriva en todas las lenguas romances – así como en inglés – del término griego antiguo ἱστορία, esto es, “historia” en dialecto jónico. Esta forma deriva, a su vez, de la raíz indoeuropea wid-, weid-, “ver”, de donde surgió el griego “testigo” en el sentido de “el que ve”, “el testigo ocular y presencial”. A partir de este momento se fue forjando el significado de “testimonio directo probatorio” como labor de aquél “que examina a los testigos y obtiene la verdad a través de averiguaciones e indagaciones” sobre acontecimientos humanos pretéritos.
Pese a lo dicho, y en su calidad de ciencias humanas, las disciplinas históricas tienen un campo de trabajo peculiar que no es, ni puede ser, el “pasado”. Porque el pasado no existe en la actualidad, porque el pasado, por definición, es un tiempo finito, perfecto, acabado y, como tal, incognoscible científicamente puesto que no tiene presencia física y corpórea actual y material. El pasado no tiene cabida en la actualidad (en la dimensión presente de un observador, se entinde) porque es un “fantasma”, una “imaginación” y no puede haber conocimiento científico de algo que no tiene presencia ni existencia hic et nunc (aquí y ahora) porque dicho conocimiento requiere una base material y tangible para poder construirse y conformarse. De ahí deriva la imposibilidad radical de conocer el pasado “tal y como realmente fue” – parafraseando a Leopold Von Ranke (historiador alemán, uno de los más importantes del siglo XIX, considerado comúnmente como el padre de la historia científica) – y la consecuente incapacidad para alcanzar una verdad absoluta, completa y totalizadora sobre cualquier suceso pretérito porque éste es inabordable físicamente desde el presente.
Busquemos, pues, cual es el verdadero campo de trabajo de la Historia.
Y éste no es otro que aquél que está constituido por aquellos vestigios del pasado que perviven en nuestro presente en la forma de residuos materiales, huellas corpóreas y ceremonias visibles: reliquias del pasado: relinquere, lo que permanece, lo que resta tras el paso del tiempo. Éstos son los materiales sobre los que trabaja el historiador y con los que construye su relato histórico: una momia egipcia, una moneda romana, el castillo de los Templarios o un periódico parisino de 1848. Estas reliquias son la presencia viva del pasado que hace posible el conocimiento histórico puesto que pueden considerarse los significantes (presentes) de unos significados (pretéritos). Es decir, lo que los historiadores llamamos fuentes primarias.
Por consiguiente, sólo podrá hacerse Historia y lograrse conocimiento histórico de aquellos sucesos, personas, acciones, etcétera, de los que se conserven señales, trazas y vestigios en nuestra propia dimensión temporal. En palabras de la tradición historiográfica: quod non est in actis, non est in mundo. De lo que no quedan pruebas no cabe hablar con rigor o propiedad.
La primera tarea del oficio del historiador, por ende, es descubrir, identificar y discriminar dichas reliquias dispersas, que pasarán a llamarse pruebas, evidencias y “fuentes informativas primarias” sobre las que éste levantará su relato o construcción narrativa del pasado histórico. Proceso al que se llamó Heurística. Precisamente, la realidad actual de las reliquias convertidas en pruebas es lo que permite concebir con sentido un pasado que existió una vez, que tuvo su lugar y su fecha; la diferencia entre el pasado histórico – lo que fue aunque ya no es – y la mera ficción o el mito imaginario. Y el Historiador puede realizar esta tarea puesto que las reliquias son restos de acciones realizadas por individuos como él: un Historiador no podrá investigar, analizar y explicar un suceso, un proceso o una estructura si desconoce conceptos que deberá extraer de la conciencia operatoria de su propio presente. El Historiador debe conocer, debe saber y comprender lo que está estudiando, es decir, la conocida tesis de que “toda historia es, en realidad, historia contemporánea”. Esta personal labor de interpretación, por inferencia lógica y exégesis razonada a partir de las pruebas disponibles, es lo que designa otro concepto clave para los historiadores, la Hermenéutica.
En definitiva, y al contrario de lo que postulaba el empirismo positivista del siglo XIX, la labor del Historiador no es simplemente una descripción de los hechos pasados, sino que su labor abarca un propósito mucho más amplio y atrevido, su tarea consiste en la reconstrucción – porque el pasado ya fue construido – del pasado histórico en forma de relato narrativo y a partir de las fuentes, vestigios y reliquias, todo ello mediante un método inferencial e interpretativo en el cual es imposible eliminar el propio sujeto gnoseológico, lo que quiere decir que es imposible apartar al investigador de su propio sistema de valores filosóficos, ideológicos o de su experiencia social o política o de su grado de formación cultural, sin que ello tenga que condicionar su construcción del pasado, sino que es gracias a ello que puede comprenderlo. Por mucho que el Historiador goce de experiencias personales, su relato histórico no puede ser arbitrario, ni caprichoso o ficticio, sino que debe estar justificado, apoyado y contrastado por las pruebas y evidencias que el propio pasado le ha legado. Por ende, la verdadera Historia no hace referencia al pasado en sí, que como hemos dicho es incognoscible, sino a las reliquias que del mismo se preservan en el presente. Un relato será más verdadero cuanto mayor número de pruebas verificables haya disponibles y cuantos más historiadores tengan acceso a ellas para estudiarlas e interpretarlas.
Bibliografía:
- MORADIELLOS, Enrique. El oficio del historiador. Siglo XXI, Madrid, 2008.
Si quieres utilizar este texto perteneciente a Historia 2.0, no olvides citarnos de la siquiente forma:
San José Beltrán, Laia. Qué es la historia y qué estudian los historiadores (16 de enero de 2015) Historia 2.0 [Blog] Recuperado de: http://historiadospuntocero.com/que-es-la-historia-y-que-estudian-los-historiadores/ [Consulta: fecha en que hayas accedido a esta entrada]
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me gusto mucho la pagina, muy interesante!!!!!!! estudio Antropologia social y cultural.
¡Muchísimas gracias Clara! Eres bienvenida a esta gran familia 🙂 Puedes encontrarnos también en Facebook y Twitter y además, si algún día sientes el gusanillo de escribir sobre tu rama, no dudes en mandarnos tus textos para que te lo publiquemos en la web. ¡Un abrazo!
Muy buen trabajo, yo soy estudiante de historia y voy en tercer año, y concuerdo totalmente con tu exposición
Saludos.
La historia fue un horizonte de pasión que no pude estudiar en mi años jóvenes. Ahora. mucho tiempo después me vuelve a interpelar. y ya no se por dónde retomarla. ¿su teoría? ¿qué autores? ¿que se hace, donde va la historia? ¿debo retomar desde Combates por la historia de Febvre? no me caería nada más un «flotador» o «salvavidas».
Muchas gracias.
¡Saludos, Carlos! Si te interesa la Historia como disciplina hay que tener en cuenta que ha habido un grandísimo desarrollo desde la Escuela de Annales, por lo que lo mejor es que empieces por un manual de Historiografía y a partir de ahí ir ahondando en las diferentes corrientes. El abanico en este aspecto es también muy amplio, puedes empezar por un clásico (con unos añitos ya) como es “La Historiografía” de Charles-Olivier Carbonell o por novedades editoriales como por ejemplo “Manifiesto por la Historia” de Guldi y Armitage.