Cuando Clodoveo asumió el mando sobre la provincia romana Belgica Sequnda, de la que el obispo Remigio de Reims era cabeza metropolitana, éste le felicitó por ello y le animó a mantener valores como la humildad, la rectitud y a que se rodeara de los sacerdotes, de los que debía obtener valiosos consejos –una alusión ciertamente velada a la política seguida por el rey godo Eurico en el sur, totalmente contraria a eso–. Pasados unos años, el franco comenzó con su política de expansión territorial, y su primera víctima fue el romano Syagrio, que se había autoproclamado rey de un reino que comprendía las provincias Lugdunensis Secunda, Tertia y Senonia. Syagrio cayó gracias a la mediación del citado obispo de Reims, que había exhortado a la población a ceder ante el que iba a ser el primer católico de la Galia.
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Animado por lo llano del camino, Clodoveo desplazó inmediatamente su centro de operaciones al sur, muy cerca de su vecino godo Alarico II. Se ha estipulado que sería por estas fechas y en estas circunstancias –años 496 a 499– en que el futuro rey franco se convirtió al cristianismo y se bautizó como tal manteniendo su nombre. Gregorio de Tours nos dice que dio el paso directamente desde el paganismo, pues adoraba a Júpiter, Saturno, Marte y Mercurio, pero es de suponer que primero flirtease con el arrianismo, habiendo sido además pupilo del rey ostrogodo Teodorico El Grande y porque dos de sus hermanas eran practicantes de esa variante del cristianismo.
Con el franco se convirtieron tres mil guerreros de su séquito después de consultarlos y animarlos a convertirse con él. ¿Cuál era el problema de todo esto? Los francos, como unidad de varias tribus y gentes, perdían así su elemento cohesionador principal, que eran sus costumbres y su religiosidad pagana; pero Clodoveo y sus nobles supieron ver más allá, y que era congraciarse con la población galorromana y sus obispos, como haría el rey godo Recaredo en Hispania.
Los francos se convirtieron rapidísimamente en los vecinos más peligrosos de los visigodos de Alarico, pues no sólo suponían un peligro externo sino también interno; ya que con su conversión, el rey franco se atrajo la simpatía de muchos obispos gobernados por los godos y por los burgundios. Por otro lado, los obispos que no profesaban simpatía a Clodoveo optaron por sacar beneficio de la situación ante sus propios gobernantes, algo que también se produjo logrando beneficios bien para ellos, sus diócesis o sus sucesores. Sea como fuere, el imparable Clodoveo continuó su expansionismo por el Norte, conquistando a los turingios, y Alarico ya lo veía venir a lo lejos.
Su actuación estrella: Vouillé (507).
Incluso es posible que el emperador de Constantinopla, Anastasio II en este momento, mantuviera ocupado a Teodorico El Grande en el Este para así allanarle el camino al franco, ya que así contentaría a muchos obispos de la Galia que reprobaban su autoridad apoyando la supremacía del Papa de Roma.
Así las cosas, Teodorico vio cómo todo comenzaba a agitarse en occidente al respecto del equilibrio de poderes. Intentó restablecer la estabilidad entre francos, burgundios y visigodos mediante misivas, pero ni él mismo confiaba mucho en el éxito de esta estrategia.
Clodoveo no hacía sino provocar a Alarico, y la belicosa aula regia del godo comenzaba a murmurar y a poner en entredicho el coraje de su rey, al que acusaba de tener miedo del franco cuando los godos, por ellos mismos, podrían derrotar a los francos sin dificultad. Tales eran las reticencias de Alarico –su ejército estaba medio desmantelado entre la Galia e Hispania y bajo mínimos en lo que a entrenamiento se refiere–, que los nobles le obligaron a ir a la guerra bajo amenaza de derrocarlo. Alarico debió de suspirar en aquel momento y, viendo lo inevitable, hizo público el conflicto y llamó a las armas a todos los provinciales.
“Me he cansado de vivir en el mismo lugar que los godos”.
Algo parecido a esto nos dice Gregorio de Tours que Clodoveo dijo antes de decidir ir a la guerra contra Alarico II: “Me resulta intolerable vivir viendo cómo esos arrianos ocupan una parte de la Galia. ¡Marchemos con la ayuda de Dios y, una vez vencidos, pondremos todo el país bajo nuestro dominio! (En Ana Mª Jiménez, 2010, p.294)”. Y Clodoveo partió de París hacia el sur.
Lo que nos narra Gregorio de Tours después de esto es que en su periplo hacia el sur, el rey franco vio muchos presagios y señales divinas que le animaban a proseguir en su cometido –incluso un ciervo blanco que le guió hacia el lugar más adecuado para vadear el río Vienne–. El numeroso y preparado ejército de Clodoveo barrió al menguado e inexperto de Alarico en la batalla de Vouillé, y él mismo mató al godo en un combate singular. Como el conflicto sólo fue recogido por fuentes francas posteriores, sólo leeremos acerca de la cobardía de los visigodos, pero la realidad fue el factor numérico y de preparación de las tropas.
Clodoveo tardó poco en desmantelar el reino tolosano y mandó de una patada a Hispania a los godos que aún no habían abandonado la Galia en los años previos a Vouillé. La Galia Narbonense, una estrecha franja mediterránea de la Galia, sería el único resto del reino que los godos mantuvieron. El rey Clodoveo se convertía así en el primer rey franco católico y en primera baza militar y política de Occidente hasta que los godos lograran controlar gran parte de Hispania tiempo después.
Bibliografía:
JIMÉNEZ GARNICA, ANA Mª.: Nuevas gentes, nuevo Imperio: los godos y Occidente en el siglo V, UNED Editorial, pp. 266-269 y 292-300, 2010.
Si quieres utilizar este texto perteneciente a Historia 2.0, no olvides citarnos de la siguiente forma:
Municio Castro, Miguel Ángel: «Clodoveo. El inicio de una larga tradición católica en los reyes de Francia» en: Cápsulas históricas. (9 de Febrero de 2016) Historia 2.0. [Blog] Recuperado en: http://historiadospuntocero.com/clodoveo-el-inicio-de-una-larga-tradicion-catolica-en-los-reyes-de-francia/ [Consulta: fecha en que hayas accedido a esta entrada]
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