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¡Bienvenidos a Hispania! Hoy os vamos a contar en una cápsula por qué este rey tan famoso y a la vez tan desconocido fue tan importante para el devenir de la Península Ibérica. ¡Disfrutad!

Leovigildo, rey y conquistador.

En 568 ocurrió un hecho trascendental en Hispania y es que el rey Liuva –sucesor del rey Atanagildo– consideró que su hermano Leovigildo era el más indicado para gobernar los asuntos de los hispanorromanos mientras él se trasladaba a la Septimania para poder frenar el avance de los francos. Así pues y sin ningún precedente en el pueblo godo, hubo dos reyes gobernando al mismo tiempo y en el mismo reino, si bien con objetivos diferentes en ámbitos territoriales distintos. Hay debate al respecto de si Liuva se reservó la Tarraconense además de la Septimania, pero es un asunto que aún no está resuelto.

Así las cosas, Liuva falleció en 572, quedando como único rey su hermano Leovigildo. Cuando éste ascendió al trono todo a su alrededor se tornaba en adversidad, ya que existían unos belicosos bizantinos afianzados en el sur, un reino suevo independiente en el noroeste, unos francos con un ojo permanentemente puesto en territorio visigodo y, por supuesto, territorios independientes a cualquier poder, ya que escapaban de su dominio muchas regiones de la Bética, la Lusitania, las regiones más septentrionales de la Tarraconense, donde sólo contaba con algunas fidelidades en los valles medio y bajo del Ebro y por supuesto también escapaban de su control muchas regiones de la Cartaginense. No debemos olvidar que aun encontrándonos ya a finales del siglo VI, la Península Ibérica era un lugar hostil para los visigodos, que seguían siendo una minoría cultural y étnica sumergida en una amalgama de etnias, culturas y poderes aristocráticos regionales que, por supuesto, funcionaban de forma autónoma.

Es de considerar que la vuelta a un poder central que no heredara la corrupción y la desidia de la antigua administración romana era querida por muchos y, por supuesto, Leovigildo lo supo aprovechar.

Administración interna.

El rey casó sin demora con la viuda de Atanagildo, Goswintha -que daría para un artículo ella sola-, logrando así todas las clientelas que ésta ya poseía. Fue un matrimonio de Estado pero ello significó la unión de los dos linajes más poderosos del reino, el de Narbona encarnado en Leovigildo y el de Toledo encarnado en Goswintha.

El rey acuñó moneda rápidamente, presentándose ante los hispanorromanos como un monarca triunfante y heredero del antiguo Imperio. El oro fluyó a las cecas de la frontera que emitieron moneda sin cesar para pagar el acero que combatiría contra el invasor bizantino. Así encontramos la leyenda Dominus Noster Liuvicildus Rex en monedas fabricadas en Sevilla, Itálica y Córdoba. Se presentó como un rey romanizado, entronizado y portando la diadema y el paludamentum, símbolos de un poder restaurado. Toledo se convirtió entonces en la capital del reino de forma oficial y adquirió una relevancia política que jamás había tenido; ya que la ciudad sólo era conocida por los concilios religiosos celebrados en ella y por su ubicación estratégica en un importante cruce de caminos.

Leovigildo reformó el Código de Alarico para afianzar su monarquía territorial formada por godos y romanos y cuyo fin fundamental era acabar con leyes obsoletas como la prohibición de matrimonios mixtos; ya que se buscaba todo lo contrario: la rápida integración de unos con otros.

Representación de Leovigildo a caballo con la parafernalia militar cristiana del siglo XI tomando la Peña Amaya defendida por los cántabros, representados aquí como musulmanes. Arca relicario de marfil de San Millán de la Cogolla. Siglo XI. Fuente: Wikipedia.

La ampliación del reino.

Si algo caracterizó a este rey, fue su belicosidad y sus campañas continuas. En primer lugar recuperó territorios perdidos en las guerras civiles y después se lanzó a la conquista de nuevos lugares.

El primer lugar objeto de conquista fue la Bética por razones puramente económicas, ya que seguía siendo una de las provincias más ricas en todos los ámbitos y con los mejores puertos del Mediterráneo. Logró dominar Granada, Medina Sidonia y por fin Córdoba, conquistada en 572 con gran esfuerzo.

La Tarraconense no fue objeto de campañas, lo cual nos indica que en aquel territorio no existían problemas acuciantes.

Por ello se dirigió a la Meseta norte contra los sappi, etnónimo prerromano localizado entre Zamora y Salamanca. También Isidoro de Sevilla le atribuyó la conquista de regiones cántabras al sur de las montañas como el castro prerromano de la Peña Amaya, pero no logró ir más allá de las montañas, ya que evidentemente los apoyos que poseía más allá de Pamplona eran nulos.

Por supuesto el reino suevo fue un objetivo más, un reino que probablemente se extendía por parte de la Meseta norte controlando lugares como Lugo y Astorga. Con esta conquista Leovigildo abría una salida a los puertos del norte y al Atlántico, pudiendo ejercer control sobre la piratería y los francos. Además controlaba Braga y las vías de comunicación que la enlazaban con Mérida, ciudad en la que poseían algunas alianzas y al mismo tiempo controlaba Lugo y Astorga, pudiendo asomarse a los pueblos más allá de las montañas con mayor claridad.

Su última actuación conquistadora estuvo encaminada a dominar una región rebelde que conocemos como Oróspeda y que la mayoría de autores coincide en localizar en algún lugar entre la Bética y la Cartaginense, en lo que hoy englobaría partes de Albacete, Jaén, Granada y Murcia.

Conclusiones.

No podemos olvidar que Leovigildo siempre intentó emular a los emperadores de Oriente para así legitimar aún más su poder. En ese afán fundó Recópolis (Zorita de los Canes), para su hijo Recaredo y Victoriacum (Navarra), para poder controlar mejor a los pueblos del norte.

Toda su actividad legisladora y sobre todo bélica vino a atajar la deriva imparable de una aristocracia territorial que estaba a punto -si no lo habían logrado ya, como el caso de la ciudad de Córdoba- de establecer dominios políticamente autónomos. Esta incesante actividad propició que el reinado de su hijo Recaredo fuera próspero y ciertamente dorado, pero los hispanorromanos tenían aún mucho que decir como se fue descubriendo años más tarde.

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Bibliografía:

CEBRIÁN, J.A.: La aventura de los godos, Madrid, 2006.

ISLA FREZ, A.: Ejército, sociedad y política en la Península Ibérica entre los siglos VII y XI, Madrid, 2010.

SANZ SERRANO, R: Historia de los godos. Una epopeya histórica de Escandinavia a Toledo, Madrid, 2009.

THOMPSON, E.A.: Los godos en España, Madrid, 2014.

Si quieres utilizar este texto perteneciente a Historia 2.0, no olvides citarnos de la siquiente forma:

Municio Castro, Miguel Ángel. “Leovigildo, el rey guerrero” en: Cápsulas históricas. (8 de septiembre de 2015) Historia 2.0 [Blog] Recuperado de: http://historiadospuntocero.com/leovigildo-el-rey-guerrero/  [Consulta: fecha en que hayas accedido a esta entrada]

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