Llega septiembre y con ello llega la vuelta al cole. ¿Y qué significa eso? Que vuelve de nuevo Historia 2.0 y la actividad en éste nuestro blog con contenido nuevo, secciones nuevas, colaboradores nuevos y muchas más sorpresas.
Sin embargo, antes de entrar en materia, queríamos realizar nosotros mismos y promover entre vosotros una pequeña – o no tan pequeña, la verdad – reflexión. Queríamos hablar de la divulgación histórica de calidad, algo que, como sabéis, es lo que pretendemos hacer en este blog. Y es que es un tema, cuando menos, complicado y que suele llevar pareja la controversia. ¿Qué es la divulgación histórica? ¿Es un “vale todo”? La respuesta, para nosotros, es un no. No rotundo y categórico. No vale todo.
Internet está plagado de blogs y lugares que buscan acercar la Historia y el conocimiento histórico a un gran público, el público no académico (por llamarlo de alguna manera). No obstante, cantidad no es sinónimo de calidad y, aunque hay blogs y espacios brillantes ante los que nos quitamos el sombrero, hay otros muchos cuya calidad debería quedar puesta en entredicho. Artículos copiados y pegados que van paseándose por internet, falta de fuentes y citas en los textos que nos digan de dónde se ha sacado la información que se comparte, apropiaciones del trabajo de otros sin mencionar el original o siquiera el nombre del autor del mismo… Y así, ad aeternum. Otro día hablaremos del espinoso – aunque no debería serlo – problema de las citas y la inclusión de la fuentes y la autoría en los artículos que se comparten, pero hoy queremos hablar de la divulgación histórica, a nuestro parecer, tan denostada en ocasiones. El hecho de que muchos blogs se limiten – tónica mantenida durante años – a copiar y pegar información no contrastada, a ofrecer información en muchos casos errónea ha hecho que, lamentablemente, desde algunas esferas – sobre todo las académicas – se vea con malos ojos, o con cierto recelo, la divulgación histórica. Como si no fuese historia “de verdad”. Como si fuese una “historia de segunda, hecha por gente de segunda y para gente de segunda”. Desde Historia 2.0 no podemos estar más en desacuerdo con este tipo de creencias y, por ello, nuestro blog nació con la intención de acercar a la gente, a toda ella – académicos o amantes de la historia, estudiantes o entusiastas de la historia – información veraz, de calidad. Divulgación histórica de calidad, o alta divulgación histórica.
Ser riguroso, científico y ejercer como un profesional de la Historia – algo que somos y para lo que nos hemos formado – no está, o no debería estar, reñido con poder divulgar.
Por eso, queremos comenzar esta temporada 2015/2016 del blog con este escrito, un escrito que podéis encontrar en mi libro “Quiénes fueron realmente los vikingos. Un estudio sobre la historia y cultura del pueblo escandinavo entre los siglos VIII y XI”[1] y que sirvió de prólogo al mismo titulándose “¿Un libro de divulgación? Una lanza en favor de la divulgación histórica y su público.”
“El ser historiador no es – o no debe ser – sólo gustar de la historia. A muchos les gusta la historia y no son – ni necesitan ser – historiadores. Ser historiador es, además de amar y admirar la historia con una pasión que roza lo insano, respetarla. El respeto por el pasado histórico y el respeto en su tratamiento son pilares fundamentales para el buen desempeño de una profesión que a día de hoy es difícil, muy difícil. Y no por la dificultad de la propia profesión, ya que todos los trabajos tienen su nivel de dificultad y responsabilidad, sino por los terribles tiempos que corren para ocupaciones como ésta; sin ayudas, sin fondos, sin apenas inversión.
La del historiador es una profesión maravillosa, que acarrea muchísimas horas y años de estudio detrás y que requiere respeto y responsabilidad. Respeto porque es una parte importantísima de nosotros como sociedad y como individuos y responsabilidad porque en nuestras manos, en las de los historiadores, está el hecho de que esa historia que nos incumbe a todos llegue a cada uno de nosotros y lo haga de la forma correcta. Responsabilidad porque debemos contar la verdad, sin subjetividad, debemos acercar el hecho histórico, sin juzgar, sin juicios de valor o juicios de moralidad. Sin buenos, ni malos. Sin bien o sin mal. Debemos rozar la objetividad, algo que se antoja tan y tan difícil. Debemos entender y explicar. Debemos narrar el pasado histórico tal y como fue, sin adornos. Y para conseguir eso, como digo, para ser historiador, hay que prepararse. Igual que para otras tantas profesiones. Se requieren unos conocimientos muy específicos, años de estudio y puesta en práctica.
Y en relación a ello, quería dedicarle unas breves líneas a la divulgación histórica en este prólogo. Algo que pretende este libro, como otros tantos, a caballo entre la divulgación y el ensayo. Sin embargo, y con el auge que está teniendo esta modalidad histórica en los últimos tiempos, es necesario matizar qué es y qué no es – o no debería ser – la divulgación histórica, ya que bajo ese epítome proliferan las páginas webs, blogs, revistas y otros muchos medios – incluso medios de comunicación con alto alcance – que, a mi entender, ni tan siquiera se acercan a ello. Multiplicidad de esferas que pretenden hacer divulgación histórica copiando y pegando información que obtienen de lugares sin referencias, sin fuentes, sin apoyos que muestran si la información que están utilizando es verídica o no, sin ratificar, sin comprobar, sin filtrar, sin aplicar el método y la técnica de la profesión. Lugares que, a la postre, están plagados de errores y de – si se me permite – salvajadas, de conocimiento erróneo que se expande sin límite atestado de algo que no es, ni de lejos, historia.
Tendemos a cometer el error de diferenciar la divulgación histórica de la história puramente académica y pensar que la primera la puede hacer todo el mundo mientras que la segunda sólo los profesionales y ahí reside el magno error. Creo que a día de hoy existen, principalmente, dos planos históricos; la historia que llamaríamos académica y lo que llamaríamos historia divulgativa. La diferencia entre estos dos planos históricos es el público al cual va dirigido el discurso histórico que el historiador está narrando; entendemos que en la historia académica el público será un público formado y experimentado, ducho en el tema y preparado para abordar temas complejos con lenguajes técnicos y especializados. Es un público con el que podremos obviar ciertos aspectos o con el que iremos más al grano ya que presuponemos que tiene una base de conocimiento a sus espaldas. El público de la historia divulgativa es el resto del público al que puede ir dirigido el discurso histórico, sin necesidad de conocimientos previos en el tema, sin necesidad de una base de conocimiento histórico a sus espaldas y sin una preparación específica para el tema. Es un público con el que – en ocasiones – pecaremos de explicar demasiado detalladamente algunas cosas que es probable que sí sepa, pero que, por si las moscas, explicaremos para que pueda comprender a la perfección todo el discurso que vamos a exponerle. Es un público con el que no utilizaremos un lenguaje tan técnico o especializado porque no tiene por qué conocerlo, o al que se lo iremos introduciendo paulatinamente a lo largo de nuestra exposición. Pero no nos confundamos, no es un público tonto, no es un público menor, no es un público poco importante, sino que es el grueso del público que tiene la historia y debemos tratarlo con la importancia que se merece; la misma que cualquier académico o experto. Porque la historia también es suya.
Porque hacer historia divulgativa o divulgación histórica no es hacer, si se me permite la expresión, historia para tontos, no es hacer historia en la que “todo vale” porque “no se van a enterar”, no es ofrecerle al lector o al oyente un copia y pega sacado de cualquier parte, no es hacer historia barata y rancia. Hacer divulgación histórica no es bajar el listón, es mantenerlo igual de alto ya que todo el mundo se merece tener acceso a una historia verídica, rigurosa, de calidad y con la legitimidad o el respaldo detrás que ofrece el saber que quien nos está narrando el hecho es un profesional en su campo. El público de la divulgación histórica tiene el derecho y debe obtener la misma información y de la misma calidad que el público de la historia académica. La única diferencia es el lenguaje, tal vez el soporte y el ambiente técnico que rodea la narración. Y nada más.
Por ello, la investigación que debe haber detrás de un discurso histórico divulgativo debe ser la misma y llevada a cabo de la misma manera, con las mismas técnicas, métodos, filtrado y depuración de fuentes, comprobación, ratificación y minuciosidad que el discurso histórico de la historia académica. Y debe ser llevada a cabo por historiadores preparados. Porque la responsabilidad de ejercer la divulgación histórica es muy grande; porque un error histórico en un artículo científico o en un congreso no pasará desapercibido y habrá personas especializadas que levantarán la mano para corregirlo. Pero un error histórico entre un público que no tiene por qué tener esa base de conocimiento previo de la que hablábamos líneas atrás, no será enmendado, se tomará como cierto y creará una cadena de falso conocimiento sin límite.
Por ello, una lanza en favor de la divulgación histórica bien hecha, y hecha por profesionales.”
[1] SAN JOSÉ BELTRÁN, Laia. Quiénes fueron realmente los vikingos. Un estudio sobre la historia y cultura del pueblo escandinavo entre los siglos VIII y XI. Quarentena Ediciones, Barcelona, 2015.
Si quieres utilizar este texto perteneciente a Historia 2.0, no olvides citarnos de la siquiente forma:
San José Beltrán, Laia. Una lanza en favor de la divulgación histórica de calidad y su público. (31 de agosto de 2015) Historia 2.0 [Blog] Recuperado de: http://historiadospuntocero.com/una-lanza-en-favor-de-la-divulgacion-historica-de-calidad-y-su-publico/ [Consulta: fecha en que hayas accedido a esta entrada]
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