En el equinoccio de otoño de 1983 se produjo una falsa alarma de ataque con misiles en uno de los momentos más tensos de la Guerra Fría entre EEUU y la URSS. En él destacó la figura de Stanislav Petrov. Sin su actuación, nuestra Historia podría haber cambiado drásticamente.
LA GUERRA FRÍA Y LA DOCTRINA DE LA DESTRUCCIÓN MUTUA ASEGURADA
La Guerra Fría; 44 años de tensión y alerta constante entre el bloque occidental y el soviético, y una carrera armamentística entre Estados Unidos y la URSS. En ese tiempo hubo momentos más calientes que otros, pero no todos tenían el mismo grado de peligro aunque unos fueran más sonados que otros.
John von Neumann fue un matemático húngaro que realizó múltiples contribuciones importantes en muchos campos y participó en el Proyecto Manhattan. Además, era un personaje del que podríamos hablar largo y tendido, pero la parte que nos interesa en este artículo es la doctrina que desarrolló en los años 50 desde la Comisión de Energía Atómica: la Destrucción Mutua Asegurada, también conocida como 1+1=0. Este explícito nombre no deja lugar a la confusión; si Estados Unidos y la Unión Soviética iniciaban una guerra nuclear, se saldaría con la destrucción total de ambas potencias, y puede que incluso también del mundo.
Con esto se buscaba un efecto disuasorio en general, tanto para los políticos como para la opinión pública de cara a apoyar una posible guerra. Sin embargo, esto no fue del todo cierto en las primeras décadas. En tiempos de la Crisis de los Misiles de Cuba, en 1962, la capacidad destructiva de ambas potencias no llegaba hasta ese extremo. Podían hacer muchísimo daño, pero difícilmente aniquilarse. Ese potencial no se alcanzó hasta los años 70.
Para 1983, cuando esta doctrina era ya una realidad posible, Ronald Reagan estaba en el poder en Estados Unidos. Era un presidente capaz de ordenar el primer ataque, y además rodeado de asesores partidarios de hacerlo. La KGB informó de estas intenciones y el gobierno soviético se obsesionó con un posible ataque por sorpresa. Allí se encontraba Yuri Andropov, que había sustituido a Brezhnev a su muerte. Era un ex jefe de la KGB, y aunque destacó como reformador y su lucha contra la corrupción, seguía siendo un comunista convencido fiel al partido.
Estados Unidos había estado haciendo maniobras navales cerca de puertos estratégicos soviéticos, lo que podría considerarse una provocación. Era un momento de gran tensión y la URSS se encontraba a la espera de ese hipotético primer ataque para tomar represalias.
EL VUELO 007 DE KOREAN AIR
En medio de ese clima de tensión se produjo un incidente desastroso. El 31 de agosto, el vuelo 007 de Korean Air despegó de Nueva York en dirección a Seul. Era ya el 1 de septiembre cuando ese avión invadió el espacio aéreo soviético. El piloto automático estaba en “marcación constante magnética” en vez de en “modo puntos de avance”. Un error humano del piloto, que ni siquiera se había dado cuenta. No era la primera vez; en 1978 pasó lo mismo con otro vuelo de la misma compañía. Pero el 007 de Korean Air no tuvo tanta suerte, porque dio la casualidad de que su ruta lo llevó a pasar entre Vladivostok y la península de Kamchatka, dónde la URSS tenía alojado un tercio de sus fuerzas armadas. Los soviéticos le salieron al paso y lo derribaron, confundiéndolo con un avión espía. Murieron los 269 pasajeros que iban en él, entre ellos, varios norteamericanos.
Desde Estados Unidos negaron creer ese error soviético, a pesar de que, más tarde, algunos embajadores declararon que desde el gobierno les habían confirmado que había sido accidental. Pero Reagan usó el asunto como propaganda política y mantuvo durante mucho tiempo que había sido intencional. EEUU revocó a la línea de aviación nacional soviética, Aeroflot, el permiso para volar en su espacio aéreo y no se lo devolvió hasta 1986.
Pero, volviendo al vuelo 007 de Korean Air, se abrió una investigación entre Estados Unidos y Korea para recuperar las cajas negras y esclarecer el asunto. No las encontraron porque los soviéticos se habían encargado ya de encontrarlas y guardarlas en secreto. Estas cajas se entregaron ya en la etapa de Yelstin y confirmaron que en el avión no se habían enterado de que volaban por donde no debían.
Como curiosidad, el guitarrista Gary Moore escribió un tema sobre este incidente —que a la que suscribe le encanta— para su album Victims of the Future de ese mismo año.
EL INCIDENTE DEL EQUINOCCIO DE OTOÑO
Si ya existía una paranoia con un ataque estadounidense, después del incidente del avión, el clima de tensión había empeorado. El 26 de septiembre, solo tres semanas y media después, Stanislav Petrov empezaba el turno de noche al mando del búnker Serpukhov-15, cerca de Moscú. En él se procesaba la información enviada por los satélites de alerta temprana. El personal estaba muy entrenado, pero no habían tenido una situación de ataque real. Las órdenes en ese caso eran avisar inmediatamente a sus superiores, que tomarían la decisión final.
Petrov no debería haber estado allí esa noche; lo habían llamado para sustituir al oficial al que le tocaba trabajar, que se había puesto enfermo. Poco pasada la medianoche, a las 00:14, la alarma empezó a sonar a gran volumen y las pantallas se iluminaron en rojo. Los trabajadores se quedaron en shock por unos segundos. El satélite daba aviso de que desde una base estadounidense habían lanzado un misil hacia ellos. Un rótulo sobre la cabeza de Petrov indicaba la detección de un objeto. El puesto de mando, donde estaba Petrov, se encontraba en el piso de arriba y a través de un cristal veía a los empleados, que se ponían de pie o giraban en su silla para mirarlo a él, esperando órdenes. Él declaró después que se dio cuenta de que de la confusión al pánico había solo un paso. Tenían un protocolo muy concreto, con frases específicas que no dieran lugar a la confusión. En vez de eso, ordenó a todos volver a sus tableros de control e ir informando de la situación.
Un misil tardaría 30 minutos en llegar hasta ellos. El Kremlin necesitaba 15 para actuar, y los del búnker otros 10. No tenía mucho tiempo para pensar, aunque, en teoría, tampoco era su trabajo hacerlo. Pero Petrov tenía la corazonada de que era un fallo del satélite. Por un lado, era un sistema nuevo y que había dado errores antes. Por otro, un solo misil le parecía poco. Opinaba que nadie empezaría una guerra con un solo misil cuando tenían capacidad para lanzar sobre Moscú cientos de ellos. Ellos eran el primer escalón de defensa; el segundo eran los radares de tierra. Si se equivocaba, podrían interceptarlo. En el peor de los casos, un solo misil haría daño, pero no tanto como para impedir que contraatacaran. Desactivó la alarma y llamó a su superior para informar de una falsa alarma. Pero entonces volvió a sonar y aparecieron cuatro misiles más. El rótulo sobre su cabeza cambió a “ofensiva con misiles”, pero cinco le seguían pareciendo muy pocos para declarar la guerra y le dijo a su superior que sospechaba que esa alarma también sería falsa. En declaraciones posteriores a Moscow News dijo:
«No se pueden analizar bien las cosas en tan solo un par de minutos. Todo lo que se puede hacer es confiar en la intuición. Tenía dos opciones: o pensar que los ataques con misiles no parten de una sola base, o que el ordenador ha perdido la cabeza.»
Se llamó a los analistas, que negaron cualquier posible fallo del sistema. Él mismo formaba parte de ese departamento, pero no confiaba en la efectividad de los satélites. Decidió esperar a la confirmación visual por parte de los radares de tierra. Éstos tardaban más y dejarían poco tiempo de reacción, pero si su intuición era cierta, evitaría que empezara la guerra. No tenía duda de que un aviso de ataque en ese momento caliente entre ambas potencias acabaría en un contraataque seguro.
Todo eso sucedió en solo dos minutos, por lo que durante los trece restantes hasta que los supuestos misiles entraran en el campo de detección de los radares lo pasaron en un silencio tenso. Pasado ese tiempo, no habían detectado nada. Esperaron un par de minutos más por si acaso, pero, de repente, las alarmas se apagaron y todo volvió a la normalidad. Se la jugó al 50% y, por suerte, acertó.
STANISLAV PETROV, CASTIGADO POR SU SENSATEZ
En un primer momento fue a verle su superior, el general Yury Votintsev, que le felicitó por su decisión y prometió una recompensa. Pero los líderes no opinaban lo mismo. Había dejado en evidencia los fallos del nuevo y caro sistema de alarma. Estados Unidos iba por delante en el desarrollo de un sistema de alerta similar, y aquel incidente era una vergüenza que debía ocultarse. Se sometió a un intenso interrogatorio y fue acusado de desobedecer órdenes y de no haber anotado lo ocurrido en su diario de combate. Él contestó que cómo iba a hacerlo si estaba al teléfono con una mano y con el intercomunicador dando órdenes a sus hombres con la otra.
«En nuestro país, a los jefes no les gustaba que sus subordinados fueran más listos que ellos.»
Como resultado fue degradado, o bien jubilado anticipadamente del ejército —las fuentes consultadas dan información contradictoria sobre esto—. Sea como sea, eso influyó muy negativamente a su pensión y lo obligó a trabajar de guardia de seguridad para poder sobrevivir. Petrov tenía 44 años en el momento del falso ataque.
EL RECONOCIMIENTO TARDÍO
En los años 90, Yury Votintsev —el general que lo había felicitado— publicó sus memorias. En ellas explicaba lo sucedido, y de esta forma salió a la luz el papel que había jugado Stanislav Petrov. Para entonces, éste vivía retirado en Friázno, al noreste de Moscú. A partir de entonces empezó a recibir reconocimientos y premios en países que antaño eran enemigos de su gobierno. Él no considera que hubiera actuado de forma heroica; lo había considerado durante años un simple incidente laboral. Incluso su última mujer no sabía nada y no entendía a qué venía el revuelo. Según dijo en el documental “The red button & the man who saved the world” de 2008, ella le preguntó qué había hecho y Petrov le contestó que nada. Era cierto, se quedó literalmente sin hacer nada más que confiar en una corazonada, pero con ello impidió un gran desastre.
Petrov manifiesta que, si eso ocurriera ahora, posiblemente hubiera apretado el famoso botón rojo sin dudarlo. El concepto de guerra que se tenía entonces se basaba en el supuesto de un ataque masivo, lo que motivó que considerara todo un error del sistema. La guerra actual se centra en ataques a objetivos muy concretos y un misil o cinco hubieran sido algo normal.
LA EXTRAÑA CAUSA DEL INCIDENTE
Cuatro meses después, la investigación del suceso concluyó la causa: un raro efecto espejo. La línea entre el día y la noche se encontraba sobre Estados Unidos en el momento de la alarma. Era el equinoccio de otoño y la inclinación del sol al ponerse hizo que sus rayos incidieran sobre la parte superior de las nubes de tal forma que se desviaron hacia la órbita del satélite soviético Mólniya. Éste interpretó la señal térmica como el lanzamiento de un misil y lo asoció a la base americana más cercana como punto de origen. Un evento extremadamente raro que estuvo a punto de provocar una Guerra Nuclear. Debido a esto, a ese suceso se lo denominó “el incidente del equinoccio de otoño”, en el que Stanislav Petrov fue el hombre adecuado en el lugar y momento adecuados para evitar una escalada de tensión de consecuencias desastrosas.
ENTREVISTA EN ONDA MADRID
Este artículo se publicó originalmente en nuestro anterior proyecto Historia 2.0. Acerca de este tema hablamos en el programa «Hoy Madrid» de Onda Madrid. Podéis encontrar la entrevista en el podcast del programa emitido el 10 de julio de 2017, a partir del del 7:19:25, en el siguiente enlace:
http://www.telemadrid.es/audio/hoy-en-madrid-con-ely-del-valle-programa-del-lunes-10-de-julio-de-2017
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Elías Viana, Marta: El Incidente del Equinoccio de Otoño (26 de julio de 2017), en La Misma Historia [Blog]. Recuperado en: https://lamismahistoria.es/incidente-equinoccio-otono/ [Consulta: fecha en que hayas accedido a esta entrada]
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