El cambio de la Grecia arcaica a la clásica estuvo marcado por uno de los conflictos más importantes de la Antigüedad, y cuyo desarrollo y resultado se convirtió en mito, referente e inspiración para los helenos; hablamos de las Guerras Médicas.

Las batallas que libraron griegos y persas a principios del siglo V a. C. se convirtieron en un símbolo de unión contra un enemigo común. Demostraron el poder de la inteligencia y la audacia frente a la superioridad numérica e hicieron de sus valores heroicos un emblema de su cultura común, de la que tanto hemos heredado.

Heródoto es la principal fuente, y aunque no es precisamente imparcial, nos relata los acontecimientos con todo detalle en sus Nueve Libros de la Historia. Él se remonta a Ciro, el rey que inició la expansión del Imperio Aqueménida —el primer gran imperio persa—.[i] Nosotros no abarcaremos tanto, sino que empezaremos la narración a partir del principal punto de inflexión: Aristágoras y la revuelta jónica.

 

LA REVUELTA JÓNICA

En el 500 a. C. los persas habían conquistado el reino de Lidia y dominaban Anatolia a través de sátrapas, que eran gobernadores de provincia intermediarios entre los de los pueblos autóctonos y el rey. Los persas concedieron bastante autonomía a las ciudades conquistadas en Asia Menor y permitieron a sus tiranos seguir al frente. A éstos también les convenía dicho sistema de gobierno; por lo menos bastante más que la pujante democracia que tan bien se estaba implantando en algunas ciudades del continente.

Uno de estos tiranos era Aristágoras, que gobernaba Mileto. A través de unos exiliados de la isla de Naxos supo que allí, el pueblo se había alzado contra la oligarquía gobernante. Era una buena oportunidad para quedar bien con los persas, ya que a ellos les interesaba expandirse y Naxos podía ser una buena manera de acceder al Egeo.

Con el beneplácito de Darío I, en el trono persa en aquel momento, Aristágoras organizó una expedición financiada en gran parte por él mismo, tan seguro estaba de su victoria. Pero sus preparativos no fueron del todo discretos, puesto que los habitantes de Naxos ya se habían enterado del plan a través de los comerciantes y se habían atrincherado tras las murallas con las provisiones necesarias para resistir un asedio. El tirano de Mileto y sus aliados persas no fueron tan previsores; los víveres se les terminaron en cuatro meses y tuvieron que volver con una amarga derrota.

Aristágoras había perdido dinero y credibilidad ante los persas, por lo que cambió radicalmente de estrategia y emprendió una huida hacia delante. En el 499 a. C., de ser un tirano amigo de los invasores pasó a abolir la tiranía en Mileto, implantar la isonomía —la igualdad de derechos para todos los ciudadanos— y erigirse como líder de una revolución jónica a gran escala.

La quema de Sardis durante la revuelta jónica. Ilustración publicada en Hutchinson’s History of the Nation, Volume I (1915)

¿Pero por qué fue tan grande la participación? No se puede decir que los jonios vivieran mal, o demasiado mal, con el dominio persa. Como ya hemos dicho, habían respetado su autonomía. Daba igual pagar impuestos a uno que a otro. El único hecho que calaba más en ese aspecto era que el dinero y los hombres reclutados tenían que marchar —y posiblemente no volver— a guerras en lugares que ni sabían dónde estaban y contra enemigos que no conocían, y que en el panorama económico sus puertos habían perdido protagonismo en favor de los fenicios. Pero uno de los problemas de mayor peso tenía más que ver con el hecho de seguir bajo una tiranía cuando a ciertas ciudades continentales, como Atenas, les estaba yendo bastante bien con el experimento de la democracia[ii]. En Asia Menor también se había intentado implantar, aunque los gobernantes se habían encargado enseguida de que no llegara más lejos, y el sistema persa favorecía el perpetuar esa jerarquía. No es la única posible causa, pero sí la mayor de las que explican lo rápido que se propagó la revuelta.

Pese a todo, fue una rebelión muy desorganizada. No seguía ninguna estrategia y no tenían un único mando militar ni unos objetivos comunes definidos. Los pocos triunfos se debieron únicamente a la cantidad de insurrectos. Algunos se conformaron con echar a los tiranos de sus respectivas ciudades; otros fueron más allá y asaltaron Sardes, la capital de la satrapía. Otro sector, entre el que se encontraba Aristágoras, intentaba ganar el apoyo del resto de ciudades griegas para la causa. Lo único que consiguieron fueron veinte barcos enviados por atenienses y cinco por eritreos, que no hicieron gran cosa.

Los persas, por su parte, tenían un gran aparato militar: un ejército numeroso, organizado, con una caballería poderosa y máquinas de asalto. Sofocaron la revuelta en el 495 a. C. con la decisiva batalla cerca de la isla de Ledo, y al año siguiente tomaron Mileto y deportaron a su población a Mesopotamia. A pesar de todo volvieron a dejarles autonomía, pero Jonia ya no volvió a recuperarse de ese golpe hasta el periodo Helenístico.

 

EL CONTRAATAQUE PERSA

Las cosas no podían quedar de esa manera con Eretria y Atenas, que habían ayudado a la revuelta aunque hubiera sido en pequeña medida. Darío quería venganza, o a eso lo achaca Heródoto. Lo más probable es que sus ansias de expansión también tuvieran mucho que ver y el apoyo a los jonios era una magnifica excusa para entrar en la Grecia continental.

Las campañas en el norte contra los escitas no fueron demasiado bien para el rey aqueménida, pero consiguió dominar Tracia y colocar guarniciones en las ciudades costeras. Entre su imperio y los helenos solo se interponía Macedonia, con la que tenía un acuerdo de dependencia a través del matrimonio de la hija del rey Amintas con el delegado persa allí.

Los griegos veían este acercamiento con recelo e inquietud. Los supervivientes que habían vuelto de la revuelta jónica contaban historias terribles sobre la poderosa caballería persa. Los oráculos no eran favorables tampoco, y la opinión pública estaba dividida. Los persas también tenían simpatizantes en territorio griego, por lo que existían tensiones internas entre partidarios y detractores que Darío pensaba aprovechar para sembrar discordia y debilitar a su enemigo.

El general medo Datis dirigió la expedición en el 490 a. C., embarcando en Cilicia para entrar desde las Cícladas. A su paso castigaron a la isla rebelde de Naxos, pero también hicieron gala de su magnanimidad perdonando otras como Delos y realizando una ofrenda en su santuario. Así, a través del Egeo llegaron primero a Eretria, que arrasaron y a cuyos supervivientes esclavizaron y deportaron a Susa. Tras el fracaso de los emisarios que había mandado Darío[iii], la siguiente era Atenas.

 

LA BATALLA DE MARATÓN

Atenas vivía la situación, como ya hemos comentado, con grandes tensiones internas. Por un lado, el miedo a la superioridad numérica y táctica de los persas y a las represalias por haber ayudado a Jonia. Por otro, la amenaza que pendía sobre la democracia, instaurada 20 años atrás.

En el año 510 a. C., los atenienses tenían su propio tirano, Hipias. Tras ser derrocado con la ayuda de Esparta, éste fue a parar en su exilio a la corte persa. En esa expedición volvió junto a Datis con la esperanza de que sus partidarios en la ciudad contribuyeran a desestabilizarla para que fuera más fácil tomarla y reponerlo en el poder. Un poder, claro está, supeditado al de Darío. Fue Hipias quien aconsejó al general medo desembarcar en la llanura de Maratón, al norte de Atenas.

Ilustración de Milcíades (1875)

Mientras tanto, en Atenas, el general Milcíades había conseguido imponer su criterio ante el resto, y este era luchar contra la amenaza persa. Milcíades había llegado a la ciudad tres años antes y se había visto en medio de las peleas entre facciones políticas. Había sido tirano de la ciudad de Quersoneso, en Tracia, y tuvo que abandonarla ante el avance de Darío. Fue acusado de tiranía por sus adversarios, pero no solo no se le condenó, sino que además fue nombrado strategos —general militar—. Su experiencia contra los persas en la revuelta jónica fue lo que inclinó la balanza a su favor.

Milcíades se dirigió a Maratón con 10.000 hoplitas atenienses, a los que se unieron cerca de un millar de Platea. Pidieron ayuda a Esparta[iv], pero éstos argumentaron que estaban celebrando la fiesta de las Caneas[v] y no podían acudir hasta terminar. En clara inferioridad numérica, los griegos se apostaron al oeste de la llanura discutiendo una vez más sobre si atacar enseguida o mantenerse en posición defensiva. Otro de los comandantes griegos, Calímaco, fue quien desempató y decidió que lo mejor era esperar los refuerzos espartanos.

Datis, en el lado este de la llanura, esperaba a que los partidarios de Hipias se levantaran en Atenas y fuera un momento propicio, pero pasaban los días y no había señales de que eso fuera a suceder. Tampoco parecía que los soldados que tenía delante fueran a dar el primer paso, y eso no le beneficiaba. Necesitaba que salieran de su posición para atacar; si no lo hacían, corría el riesgo de quedarse sin provisiones. Posiblemente esto último fue lo que le hizo tomar la decisión de embarcar a la caballería otra vez y enviarla a hacer presión con presencia en la bahía de Falero[vi]. En cualquier caso, fue un grave error.

Los espías griegos avisaron de esta maniobra y Milcíades convenció a Calímaco de la necesidad de atacar cuanto antes. Los hoplitas se desplegaron a lo largo de un kilómetro y medio para evitar que los persas, que seguían siendo más, los rodearan[vii]. El punto fuerte de los helenos era mantener la formación, y el de los persas la caballería que se alejaba en barco. Los griegos tenían esa ventaja y la supieron aprovechar con una innovación táctica; cuando se habían aproximado lo suficiente caminando, se lanzaron a la carrera para evitar otro de los puntos fuertes persas: los arqueros. Cuerpo a cuerpo y sin caballería que les hostigara, los griegos eran superiores. Las bajas entre los helenos fueron de 192 hombres, mientras que las de los persas superaron los 6.000.

Túmulo en la llanura de Maratón bajo el que se enterró a los caídos en la batalla. Aun puede verse hoy. Ilustración de Dodwell Edward de 1819

La batalla se había ganado, pero había que recordar que la amenaza de la caballería seguía su travesía en barco hacia la ciudad desprotegida. Tras acabar la lucha, los hoplitas recorrieron casi 40 km de distancia de vuelta a Atenas, a la que llegaron al anochecer tras haber luchado esa misma mañana. Consiguieron adelantarse a la flota persa, que apareció a la mañana siguiente y se encontró con Milcíades al frente de su ejército ya preparados para defender su ciudad. También aparecieron los espartanos, aunque un día tarde, pero cuya presencia ayudó a disuadir a Datis de atacar. El medo ordenó regresar a Asia con lo que quedaba de sus tropas.

Mapa hecho por Marta Elías para «La Misma Historia». Click para ampliar la imagen.

EL GRAN TRIUNFO SIMBÓLICO

Maratón fue más allá de la simple victoria militar, convirtiéndose en todo un símbolo para los griegos. Con ella perdieron el miedo a esos invasores invencibles y la hazaña pasó a ser un mito, junto con toda la generación que participó en ella y a los que se denominó Maratonómacos —los combatientes de Maratón—, que se convirtieron en referente para sus sucesores. Hay que añadir que, con la ausencia de Esparta, este triunfo recaía casi exclusivamente sobre los atenienses y eso, además de elevar su ego, los situó en una de las posiciones de liderazgo en la siguiente guerra médica.

Para los persas, Maratón fue una simple escaramuza. De hecho, la campaña en general había sido un éxito. No pretendían conquistar, al menos en aquel momento, las ciudades griegas; solo castigarlas. Lo habían conseguido con Eretria y las Cícladas. Se habían marcado tres objetivos y habían conseguido dos, por lo que no era un mal balance, y más teniendo en cuenta que se trataba de un terreno fronterizo de los muchos del imperio. Darío tenía preocupaciones más urgentes que una pequeña batalla perdida en la frontera oeste. Eran otro pueblo más en la lista de vecinos pendientes de someter.

Este fue el fin de la Primera Guerra Médica, pero los griegos sabían que la amenaza seguía presente y continuaron con sus desavenencias sobre qué hacer al respecto. Milcíades, el gran héroe por excelencia de Maratón, cayó en desgracia después de organizar una expedición de castigo a Paros por haber colaborado con los persas, llevando 70 naves y teniendo que regresar tras cuatro meses de asedio. No solo se le juzgó y multó por haber estafado a Atenas por dicha campaña, sino que además murió de gangrena por una herida en el muslo durante la misma.

En la década que transcurrió entre una guerra y otra, otros nombres y otras batallas marcaron el curso de los acontecimientos y de la historia de la Hélade: Leónidas en las Termópilas, Temístocles en Salamina y Pausanias en Platea. Pero esa historia os la contaremos más adelante.

 


NOTAS

[i] Anexionó, entre otros, al antiguo imperio medo que ocupaba el área de Mesopotamia. De ahí el nombre de las Guerras Médicas.

[ii] Hay que matizar que la democracia no era algo extendido tampoco en todas las ciudades griegas del continente. Algunas conservaban tiranías, oligarquías o una diarquía, como en el caso de Esparta.

[iii] Heródoto nos cuenta que Atenas y Esparta mataron a los heraldos persas y, en el caso de Atenas, lanzándolo al “báratro”, un pozo destinado a maleantes (Libro VII-133).

[iv] La historia cuenta que el encargado de llevar el mensaje fue Filípides, el mejor corredor ateniense, que hizo 225 km en dos días.

[v] Una fiesta de la cosecha durante la que no podían luchar.

[vi] El puerto de Falero era el principal de Atenas en ese momento, puesto que aún no se había fortificado El Pireo.

[vii] Esto redujo la formación ateniense al mínimo en su parte central: solo 4 filas de hombres. Las alas sí estaban más reforzadas.


BIBLIOGRAFÍA

  • GOMEZ ESPELOSÍN, JAVIER: Historia de Grecia Antigua. Madrid, Akal, 2001.
  • GARCÍA SÁNCHEZ, MANEL: «El choque greco-persa» en GOMEZ PANTOJA, JOAQUÍN: Historia Antigua Grecia y Roma. Barcelona, Ariel, 2003, pp. 175-186.
  • FERNÁNDEZ URIEL, PILAR: Historia Antigua Universal II: El mundo griego. Madrid, UNED, 2014.
  • DE SOUZA, PHILIP: Las Guerras Médicas I: De Maratón a Platea. Madrid, RBA Coleccionables, 2009.
  • SCHRADER, CARLOS: «La batalla de Maratón». Historia National Geographic, 4, 50-57. Barcelona, RBA, 2003.

Si quieres utilizar este texto perteneciente a La Misma Historia, no olvides citarnos de la siguiente forma:

Elías Viana, Marta: Las Guerras Médicas I: de la revuelta jónica a Maratón (5 de abril de 2018), en La Misma Historia [Blog]. Recuperado en: https://lamismahistoria.es/primera-guerra-medica [Consulta: fecha en que hayas accedido a esta entrada]

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