«Un príncipe debe mostrar también su aprecio por el talento y honrar a los que destacan en alguna disciplina».

«El Príncipe»
Nicolás Maquiavelo

Estas palabras podrían haber definido a Isabella d’Este; una noble que fue sinónimo tanto de arte como de poder en las cortes italianas del siglo XV. Un personaje que encarnó el Renacimiento en todas sus facetas, y una de las mujeres más influyentes de su tiempo. Ha sido definida como “liberal y magnánima” por el poeta Ariosto, “suprema entre las mujeres” según el autor Matteo Bandello, e incluso «La Primera Dama del mundo» para el diplomático Niccolò da Correggio.

 

BREVE REPASO A SU BIOGRAFÍA

Boceto para un retrato de Isabella d’Este hecho por Leonardo Da Vinci

Nació en Ferrara, ciudad-estado gobernada por su familia entre 1146 y 1597, el 18 de mayo de 1474. Su padre, Ercole I d’Este, fue el responsable de la ampliación urbana llamada Addizione Erculea, que se considera uno de los mayores ejemplos de planificación urbana renacentista. También convirtió la ciudad en un epicentro cultural gracias a su labor de mecenas, tanto de música como de pintura, recibiendo artistas flamencos que llevaron a Italia sus técnicas. Su madre, fue Leonor de Nápoles, nieta de Alfonso V de Aragón y I de Nápoles. Éste había sido también un importante mecenas y su labor en ese aspecto en la ciudad italiana sirvió como puerta de entrada del Renacimiento a la Corona de Aragón. Leonor poseía un gran sentido común, inteligencia y diplomacia; se ocupó del gobierno de Ferrara en ausencia de su marido —como más tarde haría Isabella en Mantua—, y fue quien le transmitió las artes políticas.

Isabella se educó en este ambiente culto y estrechamente vinculado a las artes. Fue una niña inteligente y precoz, que hablaba tanto con los artistas de la corte como con los embajadores políticos. Estudió historia romana, griego y latín, y conocía y hasta recitaba los clásicos. Se interesó también por la música y destacó en el canto y el laúd. Se interesó además por la cartografía, cosa que no es de extrañar en un momento donde la exploración y el comercio en lugares remotos estaba en auge. Tanto ella como su hermana Beatriz fueron educadas por el humanista Battista Guarino.

Su compromiso con Francesco II Gonzaga, futuro marqués de Mantua, le llegó a la temprana edad de 6 años. Se conocieron a lo largo de su infancia y juventud hasta que el matrimonio se formalizó el 11 de febrero de 1490, cuando ella tenía 15. Francesco era ya marqués, además de condotiero capitaneando al servicio de la República de Venecia. Durante la propia celebración de su matrimonio, Isabella demostró esa mentalidad de ostentación como sinónimo de posición social paseando por las calles de Ferrara sobre un caballo cubierto de gemas y oro entre la ceremonia y el banquete. En Mantua encontró, además, a quién sería una de sus grandes amigas el resto de su vida: su cuñada Elisabetta Gonzaga.

 

EL PODER POLÍTICO COMO MARQUESA DE MANTUA

Francesco II Gonzaga, marqués de Mantua y esposo de Isabella d’Este

Las mujeres de la época, aun cultas como en el caso de Isabella, no tenían necesariamente más libertad que en épocas anteriores. Seguían supeditadas a sus esposos y, en todo caso, tenían más obligaciones. No solo daban a luz más hijos que la gente humilde con motivo de asegurar la sucesión —Isabella y Francesco tuvieron ocho hijos—, sino que, además, la cortesana debía poseer ciertas cualidades; se esperaba que fuera ingeniosa en su conversación, sabia, buena, bella, modesta, etc. Isabella reunía los requisitos, además de su inteligencia y diplomacia que la ayudaron con sus responsabilidades políticas. Ejerció de regente tanto en las ausencias de su marido como cuando enviudó y su hijo era aún demasiado pequeño, y directamente de gobernadora mientras Francesco II estuvo preso en Venecia entre 1509 y 1512. Tomó el mando del ejército y resistió contra los intentos de invasión. También fue anfitriona del Congreso de Mantua para resolver las diferencias entre Milán y Florencia.

Para prepararse para el cargo estudió arquitectura, industria y agricultura, además de utilizar como libro de cabecera El príncipe de Nicolás Maquiavelo. Llegó a ser más competente que su propio marido, lo que generó que éste se sintiera humillado y la apartara del poder tras su liberación, rodeándose de consejeros opuestos a ella. Esta fue la gota que colmó el vaso y rompió el matrimonio. A partir de ese momento, la pareja vivió de forma independiente hasta la muerte de él en 1519, cuando Isabella recuperó necesariamente el poder.

Pero el verse superado por su esposa no era el único problema de la pareja. Si bien el matrimonio había comenzado feliz y con amor, Francesco le era infiel. Se sabe que mantuvo una relación larga con la cuñada de Isabella, Lucrecia Borgia —esposa de su hermano Alfonso d’Este—. Este amorío, sabemos gracias a las cartas conservadas que fue más sexual que afectivo y causó muchos celos y un gran sufrimiento a Isabella. Lucrecia no era la única amante de Francesco; la causa de su muerte fue de sífilis, de la que se había contagiado a través de prostitutas.

 

EL PODER SOCIAL DEL MECENAZGO Y EL COLECCIONISMO: UNA PATROCINADORA EXIGENTE

Según Peter Burke, los motivos del patronazgo en el Renacimiento eran tres: prestigio, uso político y placer. No cabe duda de que Isabella combinó todos ellos y supo sacarles partido. Ateniéndonos a su correspondencia, parece que encargaba las obras simplemente por tenerlas, por afán de coleccionismo, pero también las pedía para decorar tanto estancias públicas como privadas. Por otro lado, sus retratos aumentaron su prestigio al encargarlos a los mejores pintores, y su influencia al convertirse en tendencia estilística. A la vez, los ciclos de mitología que encargaba eran una alegoría de su propia vida y sus valores, con los que quizá se regodeaba.

El coleccionismo acabó convirtiéndose en una moda, que a veces desembocaba también en competencia. Isabella estaba al tanto de las novedades en el incipiente y cada vez más importante mercado del arte, y era ella misma quien, a través de embajadores, gestionaba las compras y los encargos. El hecho de que haya destacado como mujer en el campo del mecenazgo, también masculino, no significa que no hubiera más mujeres mecenas, sino que su caso se conoce excepcionalmente bien. Se combina aquí una omisión por parte de la historiografía tradicional del papel de las mujeres en este ámbito, con que muchas de ellas tenían que hacer los encargos a través de la firma de su marido y así ha constado en los registros.

Pero volvamos a Isabella. Las malas prácticas con las que llevó a cabo su pasión como coleccionista y mecenas le dieron mala fama entre los artistas, a los que además les exigía cosas muy concretas y dejaba muy poco margen de maniobra. Además de su avaricia intentando hacerse con colecciones u objetos al precio que fuera, solía especificar los detalles en los encargos y limitar la creatividad del pintor. Sabemos que a Perugino le ordenó no añadir nada de su imaginación, aunque le permitía eliminar elementos. Algo que no se solía especificar en los contratos normales con los artistas, pero que Isabella también tenía en cuenta y pedía que se hiciera a su gusto, era el tamaño de las obras. Al mismo Perugino le mandó un hilo en una carta con la medida que tenía que tener el cuadro encargado para encajar con las obras de su studiolo. Es un ejemplo más de hasta qué punto era ella quién mandaba sobre la obra deseada, y no su creador.

Fue detrás de los mejores autores del momento: Leonardo da Vinci, Tiziano, Rafael, Perugino, Mantegna y una larga lista. Pero esta ambición de cuadros, objetos, rarezas y cosas exóticas iba aún más allá. Ha quedado muy documentada su fascinación por la gente de raza negra. Se sabe que compró varios niños, y que además hacía hincapié a sus agentes que éstos debían ser “lo más negros posible”.

 

LOS RETRATOS DE ISABELLA, SÍMBOLO DE PODER E ICONO DE MODA

Isabella d’Este pintada por Tiziano (1534-1536)

Existen varios retratos conocidos de Isabella, aunque sabemos que en su proceso de creación hizo gala de su fama de exigente y desagradecida. Se negaba a posar y los prefería idealizados. El pintor de la corte de Mantua, Andrea Mantegna, le hizo uno en 1493, pero dijo que no se parecía en nada a ella. Lo mismo sucedió con Maineri, pintor de Ferrara, cuyo trabajo fue rechazado por verse demasiado gorda. Francesco Francia tuvo que repetir otro retrato varias veces porque amenazó con devolverlo, mientras que Giulio Romano evitó definir mucho los rasgos y se concentró en un ornamentado vestido.

Una de sus exigencias era que los retratos estuvieran al día, al menos en cuanto a la vestimenta que llevaban en el momento. Y en este sentido fue también creadora de tendencia. Isabella se retrataba con su gusto propio y se convirtió en un icono de la moda para las mujeres de las cortes italianas. La cappigliara, un tipo de tocado hecho de pelo y adornado con joyas, fue una de sus señas de identidad y copiado por las damas de Italia y Francia. Estos estilismos se difundían precisamente a través de los retratos.

Pero sus contemporáneas no solo la veían como un modelo a seguir en las cuestiones estéticas, sino también en el papel que había conseguido jugar tanto en política como en el coleccionismo de arte en una época y unos círculos dominados por hombres.

Reconstrucción del studiolo de Isabella d’Este. Fuente: https://hpc-forge.cineca.it

ÚLTIMOS AÑOS

Isabella abandonó el poder político al alcanzar su hijo edad para gobernar. Abandonó Mantua y se dirigió a Roma en 1527, cuando contaba 53 años. Estuvo presente en el saqueo de Roma de ese mismo año por parte de las tropas de Carlos V —I de España—, rey del Sacro Imperio Romano Germánico. Allí, gracias a que su hijo pertenecía al ejército atacante, su casa se salvó. Ella la aprovechó para dar refugio a 2.000 soldados. Permaneció un tiempo en la ciudad papal hasta que se estabilizó tras ese evento y volvió a Mantua para dedicarse a sus actividades culturales. Fundó un colegio para niñas y convirtió su studiolo en un museo. Pero Isabella necesitaba algo más, por lo que volvió a la vida política a pesar de tener ya 60 años. Se trasladó al municipio de Solarolo, que gobernó hasta el final de su vida. Isabella murió el 13 de febrero de 1539.

 


BIBLIOGRAFÍA

  • VV.AA.: Imágenes del poder en la Edad Moderna. Madrid, Editorial Universitaria Ramón Areces, 2015.
  • Burke, Peter: El Renacimiento Italiano. Cultura y sociedad en Italia. Madrid, Alianza, 2015.
  • Pope-Hennessy, John: El retrato en el Renacimiento, Parte 3. Madrid, Akal, 1985.
  • Cartwright, Julia: Isabella d’Este, marchioness of Mantua, 1474-1539. A study of Renaissance. New York, E. P. Dutton and Company, 1905.
  • Isabella d’Este (s.f.), Wikipedia [Web]. Recuperado en: https://en.wikipedia.org/wiki/Isabella_d%27Este [Última consulta: 17 de diciembre de 2017]

Si quieres utilizar este texto perteneciente a La Misma Historia, no olvides citarnos de la siguiente forma:

Elías Viana, Marta: Isabella d’Este, la gran mecenas del Renacimiento (8 de marzo de 2018), en La Misma Historia [Blog]. Recuperado en: https://lamismahistoria.es/isabella-este/ [Consulta: fecha en que hayas accedido a esta entrada]

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