Peter Karl Fabergé fue un joyero ruso (nacido en San Petersburgo) considerado uno de los mejores orfebres del mundo. Diseñó joyas para la familia real rusa, como los Huevos de Fabergé, siendo de hecho nombrado joyero oficial de la misma.

Además de la creación de joyas reales con materiales nobles y piedras preciosas se hizo mundialmente conocido por los huevos de Pascua que diseñó para los zares y otros nobles, popularmente conocidos como los “huevos de Fabergé”. Una de las fiestas más importantes de Rusia era la celebración de la Pascua ortodoxa, en la que se intercambiaban huevos y se daban tres besos.

En 1885 el zar Alejandro III encargó un huevo de Pascua para regalar a su mujer la Zarina María. Este primer huevo encargado al joyero se realizó en porcelana. Al abrirse contenía otro huevo realizado en oro, y al abrirse éste, una gallina de oro con una réplica de la corona imperial rusa.

Fue tanto del agrado de la zarina, que el zar decidió encargar uno cada Pascua. Las condiciones eran que el huevo tenía que ser único y exclusivo y debía contener una sorpresa dentro. Esta sorpresa era celosamente guardada hasta el día de su apertura.

Una vez fallecido Alejandro III, su hijo Nicolás II siguió la tradición regalando huevos tanto a su madre como a su esposa. Los huevos eran realizados en los materiales más nobles, como el oro, el platino o el paladio y engalanados con piedras como la malaquita, la esmeralda, el rubí, la rodonita o el jaspe, la mayoría provenientes de minas rusas.

Fabergé usaba materiales tan exclusivos como el esmalte de ostra, que cambiaba de color según la luz. Las técnicas de trabajo eran de una delicadez absoluta, rozando incluso la perfección: obras de arte en miniatura.

Las «sorpresas» que contenían los huevos podían ser meramente ornamentales o aludir a algún hecho histórico. A veces incluían mecanismos que abrían el huevo solo, e incluso música.

Podemos ver por ejemplo el barco Pamiat Azova, el palacio danés, el transiberiano o un elefante. En uno de los huevos se hizo una réplica exacta del coche en el que se desplazó el zar Nicolás II para su coronación, tardaron en hacerlo nada menos que 15 meses.

Con el estallido de la Revolución rusa muchos huevos se perdieron y los que estaban empezados nunca se terminaron. Cuenta la leyenda que el último huevo fue considerado por Rasputín como el “huevo maldito” y que aquel que lo poseyera caería en desgracia. Se dice que el huevo pasó a manos de Lenin, luego de Stalin y que acabó en manos de los nazis estando a día de hoy  perdido.

Según los expertos, se sabe que se realizaron 69 huevos, de los que conservamos 61. De estos 61, 52 son imperiales; mientras que los otros 9 fueron realizados para familias adineradas de la época, entre ellos la familia Kelch, que fueron los dueños de las minas de oro en Siberia. De los desaparecidos conocemos algunas fotografías y otros documentos que acreditan que fueron realizados, pero nunca se han visto.

En el 2014 un chatarrero compró en un mercadillo de EEUU una pieza en forma de huevo, cuál fue su sorpresa que al investigar se encontró con que era un auténtico huevo de Fabergé que lo hizo millonario, pues se subastó en Londres por 20 millones de libras. Se trataba de un huevo de 1887 realizado en oro y diamantes, y con un reloj de Vacheron Constantin, que fue comprado por un coleccionista privado.

En 2013 se inaugura en San Petersburgo el Museo Fabergé con más de 1500 piezas del maestro orfebre, incluidos 9 de sus huevos de pascua.

Nueve huevos estuvieron en posesión de la familia Forbes y fueron subastados en 2004 en Sotheby’s. Otros están en manos del Kremlin. La reina de Inglaterra posee tres, y Alberto de Mónaco uno. Los demás están repartidos por varios museos de todo el mundo o en colecciones privadas.

Marta Sixto
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